domingo, 31 de julio de 2011

EN TORNO A LA NOCIÓN DEL TIEMPO EN EL TAWANTINSUYU

Rodolfo Sánchez Garrafa

Escrito a propósito del artículo titulado “El horizonte de eventos: La densidad del tiempo es inversamente proporcional a la densidad de la materia” difundido por Starviewer el 6 de julio de 2011. Un grupo de discusión, surgido en el seno del Sub Comité de Medicina Tradicional del CMP, presidido por el doctor Hugo Rengifo Cuellar (médico-planificador), en el que participaron Oscar Chacón (médico-psiquiatra), Luis Enrique Alvizuri (comunicador-filósofo), y el antropólogo autor de esta nota, generó el contexto motivador.

De la comunicación emitida por Starviewer, que ha motivado el intercambio de puntos de vista en este grupo de trabajo, recojo la idea según la cual “a menor densidad de la materia mayor es el pliegue del espacio-tiempo, lo que implica un menor desgaste de energía” con las consecuencias que de esto se desprenden. Esta proposición teórica conduce a ver la percepción del tiempo como una magnitud de la conciencia. Resulta bastante comprensible el razonamiento, tanto que incluso podríamos admitirlo como consistente desde cualquier perspectiva que se lo examine. En efecto, la noción que se tenga del tiempo y la posibilidad de validar su coherencia mediante la percepción de sus referentes en la realidad pueden explicarse como una magnitud de la conciencia. Es decir, la percepción del tiempo es un atributo excluyentemente humano, por lo menos hasta ahora. Esto no querría decir, de momento, que el tiempo no exista fuera de la mente humana. Querría decir simplemente, que sólo el hombre es capaz de percibirlo.

Si aceptamos ‒como considero que en verdad ocurre‒ que la diversidad de culturas implica también una amplia gama de cosmovisiones, esto lleva necesariamente a admitir que puede existir y de hecho existen variadas maneras de concebir y percibir el tiempo. Tales maneras son útiles y eficientes para diversos fines dentro de sus respectivos contextos culturales, por lo que no podría asignarse la calidad de verdadera a alguna de ellas y de falsas a las demás. Luis Enrique Alvizuri expresa sus reflexiones al respecto en términos con los cuales estoy plenamente de acuerdo: “A todos nos consta que manejamos una idea del tiempo netamente occidental que no coincide con las de otros pueblos. No porque exista hegemonía se va a creer con ella, que también existe una mejor verdad”.

Que la menor densidad de la materia se corresponda con el pliegue del espacio-tiempo y que esto implique un menor desgaste de energía, ya no es ciencia ficción, desde el momento que la validez del razonamiento motiva examen científico y alcanza observaciones particulares que así podrían corroborarlo. Estamos entonces en el campo de la teoría o de la teorización científica, donde pueden existir modelos igualmente plausibles para explicar un mismo fenómeno o, en otras palabras, una misma realidad. Tendemos a aceptar o darle mayor crédito a aquel planteamiento que muestre mayor potencia explicativa y soporte mejor los razonamientos en contrario, lo cual no quiere decir que se tenga que asignar necesariamente a una u otra teoría el carácter de verdad absoluta.

Representación prehistórica del tiempo

El escenario que para el articulista es completamente nuevo, no lo es para los pueblos originarios de América. Las crónicas y etnografías hechas sobre los Andes y la Amazonía son unánimes respecto a la concepción de universos constituidos por diversos mundos. Es esto lo que le permitió afirmar a nuestra amiga Elvira Belaunde que entre los secoya del Napo-Putumayo la cosmovisión configura un multiverso. Y aquí cabe la observación de Hugo Rengifo, en el sentido que el plegamiento del espacio-tiempo es una posibilidad explicativa que simpatiza con las ancestrales ideas respecto a la posibilidad de transitar entre mundos o dimensiones de este multiverso. Ahora bien, no hay contradicción entre la concepción de un multiverso con la elaboración de un discurso en un nivel más abstracto sobre este mismo, es decir con la construcción de un metaverso. Pero, claro, este es un problema de la ciencia occidental, que contribuye a que los occidentales puedan mirar de una manera menos displicente al pensamiento andino y, en general, al pensamiento llamado “salvaje” por Lévi-Strauss. Qué bueno que los científicos dedicados a la física avancen en lo suyo y bueno también que podamos conocer sus avances, pero lo que nos compete de manera más directa es avanzar en la comprensión de nuestros propios modelos originarios de construcción del mundo. Comprensión que como dije en mi participación en el conversatorio sobre Cosmovisión I, implica una forma de organizar el espacio, de medir el tiempo y de establecer sistemas clasificatorios. Por supuesto que no soy el autor de este planteamiento, sino alguien que se instrumenta conceptualmente para fines explicativos.

Qué son ‒en los Andes y la Amazonia‒ las divinidades, las wakas, las illas, y los múltiples seres que pueblan el universo en su conjunto, sino entidades poseedoras de energía animadora o kamay. Estas entidades, en el caso de ser petrificadas (convertidas en wankas, qonopas, etc.), no serían sino una forma de pasado-presente y de presente-futuro, interactuando socialmente en el sistema global o pacha. En el pensamiento andino, somos energía en movimiento continuo, que no desaparece sino que vuelve a sus dimensiones de origen, esto es a ukhupacha y hanaqpacha, unas realidades inversamente supersimétricas, tanto así que se consideran como yanantin mutuamente.

En el pensamiento andino la energía emana de los seres estelares así como de los seres del inframundo, es más completa esta idea que la enunciada por el articulista de Starviewer; pero algo más, los seres poseedores de kamay son capaces de renovar su energía gracias a que disponen de una fuente de reaprovisionamiento o “rejuvenecimiento” que en el mundo de arriba se sitúa en una “qocha” (mar o lago) ubicado en inmediaciones de Mayu o la Vía Láctea. A estos científicos de la complejidad y de la Radiofrecuencia Cuántica Diferencial, y mucho más a los ortodoxos, les haría bien darse un baño de cosmovisión andina. Acaban de verificar la tercera premisa que les permite cerrar su modelo. Aquí, en nuestro continente, las culturas originarias ya cerraron su modelo hace miles de años. Este modelo era no sólo predictivo, sino también propiciatorio y restaurador del equilibrio.

Antes que la euforia me gane, debo reconocer que nunca estará demás el progreso del saber en cualquiera de las vertientes culturales, eso ayudará a la interculturalidad y, en el caso que nos interesa, al diálogo productivo entre la medicina occidental (incluidos sus hallazgos de punta) y la medicina tradicional andino-amazónica.

Dejando a un lado ciertos sesgos, vale reconocer que el diálogo intercultural se verá favorecido con el establecimiento de “una plataforma común de conceptos”, tal como lo expresa Oscar Chacón, eso sí, ya hay una masa crítica de información bastante más amplia y profunda de la que se suele considerar. Todo esto no nos parece esotérico sino que entra precisamente dentro del ámbito de la razón y de la racionalidad bien puntualizada precisamente por Oscar Chacón.

Divinidad chimú y el ciclo del agua
En otros aspectos podemos discrepar, es comprensible y necesario que así sea. En cuanto a mis propios convencimientos, diré que pienso el tiempo y lo percibo como la duración de un estado de cosas dentro de un proceso cambiante y circular, en el que –por ejemplo- la muerte genera lo que solemos llamar vida. En este sentido entiendo que el tiempo existe más allá o fuera de la mente humana, pero no puedo afirmar que otros seres además del hombre sean capaces de percibir esta duración. 

Antes de que la humanidad actual existiese, hubo un tiempo llamado tutayaqpacha, otras humanidades desaparecieron de la faz de la tierra, eso es lo que dicen las más antiguas versiones andinas de que tenemos conocimiento. Es decir, la pacha es una realidad permanente y eterna, pero sus partes o lo que percibimos como sus partes, cambian constantemente, envejecen, adquieren y pierden kamay, pasan de un mundo a otro, toman otras formas, se petrifican y despetrifican, y lo seguirán haciendo por la eternidad independientemente del hombre y de su conciencia de este tiempo. A la pregunta de Hugo Rengifo ¿Al ser esta materia actual estable e incambiable, por definición estamos muertos permanentemente?, respondería que por el contrario: participamos permanentemente de un universo activo e interrelacionado, es así que los muertos interactúan con los vivos y pueden ser deificados como espíritus tutelares. Más que en la materia, los andinos ponemos nuestra mirada en las sombras de los seres humanos y no humanos. Por eso, sintonizo con lo expresado por Hugo Rengifo “Creo (…) que el tiempo existe y no es solo una arbitrariedad humana, lo que sucede es que le llamamos con ese nombre a una de las conexiones de nuestros universos, que nos permite pasar a través de diferentes estadios continuamente a través de las diferentes dimensiones o multiversiones universales”. Los andinos han manejado un modelo que ellos mismos representaron como un espiral cuyo movimiento cambia periódicamente de dirección, haciendo sentido con la duración relativa de los diferentes ciclos. Después de estas disquisiciones, encuentro más fascinante el pensamiento andino. No digo más, para no salir del tema. 



domingo, 17 de julio de 2011

Moisés Tello Palomino: Un pensador postmoderno

Escrito por Rodolfo Sánchez Garrafa

El profesor Moisés Tello Palomino se graduó en 1965 como Doctor en Letras, especialidad de Filosofía con la tesis titulada “Lenguaje formalizado (Contribución a la lógica simbólica)”. Esta tesis marca en definitiva su opción intelectual y constituye un derrotero de su desarrollo profesional de ahí en adelante.

El gallo de Esculapio
En una nota anterior referí que don Moisés Tello había laborado en el Colegio Nacional de Ciencias del Cuzco en los años sesenta, y que fue mi profesor en la secundaria, primero de economía política y luego de filosofía. La imagen que guardo de él es la de una persona disciplinada y puntual. Acostumbrado como había estado yo a recibir enseñanza traducida en conocimientos concretos, no dejó de impresionarme el enfoque reflexivo que el profesor Tello se esforzaba por imprimir a sus materias; ahora que lo pienso, me parece muy clara la forma en que estimulaba la capacidad de razonar entre sus alumnos, mediante interesantes inferencias lógicas y la práctica permanente del cuestionamiento.

Obtenido su doctorado Moisés Tello pasó a ser catedrático de materias filosóficas en la Universidad San Antonio Abad del Cuzco, donde se jubilaría años más tarde como profesor principal a dedicación exclusiva. En el curso de estos años escribió un número importante de artículos en el campo de su especialidad, tales como: Las ideas generales (1966), Panorama de los estudios filosóficos en el Perú (1970), Hipocresía del filósofo (1971), Estirpe iluminista en la emancipación americana (1972), Acerca del tiempo (1976), Miseria de la dialéctica (1984); y, varios libros, entre ellos Estudio del espíritu (1989), Obscenidad (1995), Biografía de la risa (1997), La metáfora está de más (2001), Estética (2003), pero, sin lugar a dudas, su libro descollante es Antifilosofía (1993) el mismo que motiva centralmente este comentario.

No puede dejar de llamar la atención que Moisés Tello, dedicado durante toda una vida a la enseñanza de la filosofía, terminase escribiendo un texto tan radical y, a primera vista, desertor, como es su Antifilosofía, porque pareció revelar en este texto una gran contradicción personal y quizás una problematización existencial.

Aunque, a mi modo de ver, su Antifilosofía constituye más una denuncia de vacuidad e inutilidad de la filosofía, basada en convencimientos personales y fragmentarios respecto al significado, contenido, resultados, utilidad y alcances de la llamada “Madre de las ciencias”, antes que en una reflexión profunda sobre la materia, es cierto que muchos de sus argumentos tienen asidero en hechos innegables. Después de todo, premisas verdaderas no siempre conducen a conclusiones enteramente ciertas.

En un medio intelectual como el cuzqueño de los años noventa, un pronunciamiento como el de Moisés Tello resultaba desusado y sin paralelos que pudiesen servir de contraste. Curiosamente, contra lo que él esperaba, no se alzaron voces que lo retaran a polemizar o se ocupasen en desbaratar su cataclísmica tesis. Hubo más bien un silencio e indiferencia que seguramente no dejo de causarle desazón. Cierto que su libro no dejó de motivar habladurías y las maledicencias burlonas de aquellos que pudieron sentirse afectados en la cotidianidad aldeana del entorno cuzqueño.

Constructos fantasmas
Para Moisés Tello, la filosofía nunca debió ser considerada como un quehacer profesional y menos como una tarea separada de la ciencia. La filosofía unilateral y especulativa no debió tener lugar, por lo estéril que resultó en el correr de los tiempos. Tello acusa a los filósofos de presentar un vaho enloquecedor de voluptuosidad intelectual, que se adorna con elocuencia deliciosamente mentirosa. No encuentra en la filosofía otra cosa que logomaquia, pleonasmos y tautologías. Las categorías y más aún las entidades filosóficas -digamos constructos- son para él meros fantasmas que tropiezan con la realidad. Por analogía se propone también arrasar con otras profesiones a las que atribuye igual comportamiento, esto es, la historia, la antropología y la psicología.

Su libro es un repaso de somera crítica que se atiene a la historia básica de la filosofía, con abundantes citas a los pensadores más esclarecidos. Moisés Tello va a ser recordado, por quienes lo conocieron, como un hombre de prodigiosa memoria, pues tenía siempre a la mano una frase o pensamiento célebre, particularmente de filósofos de todos los tiempos.  Le gustaba documentarse lo más fidedignamente posible. En su Antifilosofía hay muchos párrafos textuales de sus propios maestros, de cuyas exposiciones él había tomado prolijas versiones taquigráficas, gracias a una habilidad adquirida en otros tiempos con fines de supervivencia y a la que encontró una utilidad concreta para su quehacer intelectual. Ello significa, por supuesto, que apreciaba lo que recibía como enseñanza y que valoraba el conocimiento, al punto de atesorarlo. Claro que la relectura de sus notas sería, finalmente, un material más sometido a drástica crítica que un tesoro con valor intrínseco.

Sin así pensarlo, Moisés Tello escribió –a su modo– una interesante introducción a la filosofía. Quien lea su libro hará un recorrido cuestionador, partiendo de los clásicos griegos y, concluyendo, prácticamente, en el existencialismo, corriente a la que Tello considera como un síntoma de la descomposición de una clase social envejecida y refugiada en su propia conciencia.

Moisés Tello, leyó, sin duda, la producción de los grandes filósofos modernos, dígase Kant, Hegel, Marx, Sartre, Heidegger, Kierkegaard, Russell, entre muchos otros, pero no llegó a encontrarse con  Lyotard, Vattimo,  Deleuze, Baudrillard, Lacan, Foucault, Derrida, u otros de los contemporáneos, situados sea en una actitud filosófica postmoderna o en una de crítica a la misma. Esa su falta de actualización es un vacío que requeriría explicación. No obstante, y allí está lo intrigante del caso, Moisés Tello llega –por sus propios medios y posibilidades– a convencimientos nítidamente postmodernos. El acomodo de la filosofía a todas las circunstancias y necesidades, su falta de unicidad, sus contradicciones por desencuentro de racionalidades, sus metadiscursos lindantes en la fantasía, sus perversiones y pérdida de valores, llevaron a que Tello sucumbiese ante el desengaño y renegase de aquello que consideró pura logomaquia y falsa erudición, agregándose a ello su desprecio a la pedantería provinciana, cuya vacuidad le sirvió como un argumento que generalizó con cierta precipitación. Moisés Tello no le perdonó nada a la filosofía y, seguramente, se sintió liberado cuando pudo expresar públicamente aquello que no terminaba de digerir. Tuvo la fuerza necesaria para denunciar que en la mansión de la filosofía sólo habitan la hipocresía y el perogrullo, con veinticinco siglos de existencia solapada. No está clara, sin embargo, su propuesta con miras al futuro, aunque aquí y allá sugiere la búsqueda de nuevos horizontes, sin planes ni programas, sin lucha entre materialistas e idealistas, sin inclinación a la obediencia ni a la ritualidad, esperando, en suma, que la crisis actual sea superada por la fuerza del espíritu y la apertura mental.

Hay grandes coincidencias, muchas coincidencias, entre los términos de la denuncia de Tello y los planteamientos filosóficos postmodernos. El descrédito y la negación de la filosofía, la crisis de los relatos, las promesas incumplidas, el diagnóstico de agotamiento de la modernidad, el reconocimiento de los límites del saber, nos hacen ver en Tello a un pensador postmoderno. Es claro que hay particularidades en su visión del mundo, del acontecer y la existencia.

Convencido de lo interesante que tenía la postura iconoclasta de Moisés Tello Palomino, hace unos tres o cuatro años, me había propuesto yo examinar con alguna profundidad su producción intelectual. Diré que la lectura de su Antifilosofía nunca me conmovió realmente, ni me puso en trance de duda crucial respecto a la razón de ser de la disciplina que practico, pero sí debo reconocer que admiré su entereza, cuando no su osadía, un tanto tardía es cierto. Los aspectos centrales de su planteamiento me parecieron dignos de mover a reflexión y, sobre todo, me resultaba inquietante determinar el proceso de cristalización de ese su desencanto intelectual, que siempre me pareció muy contemporáneo. Quise entonces escribir algo sobre esto, una aproximación antropológica a sus ideas. Con este propósito logré comunicarme con él telefónicamente, ya que para entonces había dejado el Cuzco y residía en la ciudad de Arequipa. Si bien Moisés se mostró de acuerdo y ofreció colaborar conmigo, prometiendo poner a mi alcance aquellos de sus escritos que yo no había tenido oportunidad de conocer, al final de cuentas se abstuvo de hacerlo. Es natural que hasta  hace poco haya yo pensado que mi idea había incomodado a mi maestro o que él tenía algún reparo respecto a lo que pudiese ser mi real intención. Yo le había dicho que deseaba hacer un análisis antropológico contextualizado y equilibrado de su pensamiento y que no me movía el ánimo de una confrontación reactiva en defensa de la antropología ni de las otras ciencias por él cuestionadas, necesaria aclaración dada mi formación profesional.

El vino de vid-a
Fue recién en enero del 2009 y merced a mi colega y amigo Juan Tuero Villa (quien también fuera profesor de la UNSAAC) que pude enterarme de lo que puede haber constituido una simpatía profunda de Moisés Tello hacia mi persona. Un correo de Tuero decía textualmente: “Apenas retorné a nuestro Cuzco, me encontré con la ingrata noticia: la muerte de nuestro gran amigo Moisés Tello, que había ocurrido hace ya ocho días. Me olvidé de transmitirte un hecho emotivo, que en una ocasión –almuerzo aniversario de la Asociación de Docentes Cesantes y Jubilados de la UNSAAC– nos sentamos frente a frente, conversamos muchas cosas y, por propio sentimiento personal, Moisés me dijo: ¡Salud por Rodolfo Sánchez! Entonces, chocamos nuestros vasos de vino y tomamos hasta la última gota”. Quizá en el fondo la idea de que yo escribiese sobre él no le había desagradado. Mientras hay vida, hay esperanza –sentencia el dicho popular- en ese sentido, es posible que tenga todavía la oportunidad de volver la mirada por los caminos recorridos por don Moisés Tello Palomino.

Nota: Antifilosofía. Imprenta Yáñez, Cuzco 1993. Segunda edición: Imprenta Yáñez, Cuzco 1994.

viernes, 8 de julio de 2011

Sobre Andrés Alencastre 27 años después

En un texto anterior compartí con ustedes la tristeza que me embargara la súbita partida de Andrés Alencastre Gutiérrez, cuyas sombras se encaminaron infaustamente hacia Upaymarka. Volvía yo de Lauramarca al Cuzco en compañía de Lucio Valer Lopera, ambos habíamos observado el curso que había tomado la otrora poderosa SAIS Lauramarca constituida durante el gobierno del General Velasco. La historia no suele desarrollarse en el sentido voluntarista de los hombres, por más bien intencionados que seamos.

Era 1984, una tarde de agosto, el mes de los vientos, una emisora radial propalaba la noticia: Andrés Alencastre había sido asesinado cruelmente en la hacienda Parq’o, comprensión de la provincia de Canas en el Cuzco, a donde había retornado ya jubilado y casi al final de su vida. Su muerte reeditaba un sino familiar, pues su padre también había muerto de manera trágica a manos de pobladores indígenas.

Mi primer encuentro con Andrés Alencastre ocurrió en 1957, año en el que cursé el primero de secundaria en el Colegio Nacional de Ciencias. Don Andrés fue mi profesor de lengua castellana. Una de las cosas que me llamaron la atención en sus clases fue el que ‒de cuando en cuando‒ soliese hacer referencias a las lenguas originarias del Perú: el quechua y el aymara. También observé su interés por los alumnos cuyo apellido indicaba de algún modo su procedencia y su extracción indígena. Me acuerdo de un compañero apellidado Choquehuanca, al que un día preguntó si era puneño, pasando luego a explayarse sobre la figura del azangarino José Domingo Choquehuanca, el personaje aquel que hiciera una arenga lírica perdurable en honor al Libertador Bolívar. Por entonces el magisterio de don Andrés no me impresionó de manera extraordinaria. Fue en el tercer año que Andrés Alencastre llegó a ser nuevamente mi maestro, esta vez de educación artística, materia que le sirvió para llevarnos de la mano por los predios del folclor y la literatura popular andina. Me hice apreciar con el Maestro debido a mi conocimiento de unos textos poéticos en quechua que había aprendido en alguno de los números de la revista Folklore Americano editada en Lima. Uno de esos versos, que yo sentía con tremenda hondura, decía: Wañuy pacha chayamunqa / Qonqay qonqay tarisunki / Qantapuni maskasunki, A! / Kawsayniyki tukukunqa, cuya traducción sería algo como “Ha de llegar el tiempo de morir /  Y te encontrará desprevenido / Es a ti a quien buscará / Para acabar con tu vida”.

Wañuy pacha chayamuqtin
Mis aficiones literarias y declamatorias fueron seguramente determinantes para que el Maestro me cobrara un particular afecto, que era recíproco. A todo esto, mi abuela paterna se ganaba la vida, entre otras cosas, comerciando con productos utilizados en la ritualidad y la medicina tradicional de los pueblos andinos, era una hampi qhatu y también “entendida” en algunos aspectos de la curandería. Sus habitaciones y en particular uno de sus depósitos guardaban toda clase de productos y mejunjes empleados en el oficio, había yerbas, estrellas, conchas y caracoles de mar, fetos de camélidos, cebo, semillas, polvos diversos, en cantidades impresionantes. De allí tomé una pluma de cóndor, a la cual di la forma de una pluma de escribir a la manera de la conocida iconografía del Inca Garcilaso. Don Andrés se interesó por esta pluma, que yo se la obsequié sin mayor trámite. Grande fue mi sorpresa cuando en la siguiente clase recibí de él, en gesto de reciprocidad, su hermoso libro titulado Dramas y comedias del Ande. Su dedicatoria decía “Para mi caro alumno Rodolfo Sánchez, con todo corazón (Firma)”.

Hay todavía otros episodios significativos en nuestra relación de maestro-alumno durante la etapa escolar. Con motivo de haber resultado yo ganador de un concurso literario interescolar, cuando cursaba el quinto de secundaria, fui invitado a su casa, oportunidad en la que recibí atenciones y fui testigo de su arte como ejecutante de la quena y el pinkuyllo, una inmensa flauta que suele tener más de un metro de largo y que es de difícil ejecución, instrumento que distingue a los ch’ukos o habitantes de las tierras altas de Canas.

Unos años más tarde, durante mi formación como antropólogo en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco, el ‒para entonces‒ doctor Alencastre continuaría siendo mi maestro, esta vez de materias especializadas como introducción a la lingüística y quechua. A través de los años yo había conocido con alguna profundidad su producción poética, dramatúrgica, así como todos sus desvelos encaminados a la fundación del pueblo llamado “El Descanso” que en su momento pasaría a ser capital de una nueva jurisdicción política, el distrito Condorcanqui.

Pluma de hanaqpacha
Muchos años después y de forma casual, me encontré un día con el Maestro, cerca a la plaza San Martín de Lima. Tomamos un café al paso. A él no le pareció buena idea que yo volviera al Cuzco. Para entonces yo ya había hecho regular experiencia en los sectores de trabajo y agricultura, a la sazón me encontraba trabajando en el Centro Nacional de Capacitación e Investigación para la Reforma Agraria-CENCIRA. Por mi profesión sólo pude cumplir en parte la recomendación del Maestro. Volví muchas veces a la tierra e hice estudios de algún valor en estos trajines, compartiendo responsabilidades con inolvidables compañeros como Luis Negrón Alonso, Juan Tuero Villa, Lucio Valer Lopera, Percy Ortega Chacón, entre otros. Sin embargo, por alguna razón nunca más pude establecerme en el Cuzco ni volver por los claustros de mi antigua Universidad. Fundé una familia en Lima y, sin querer queriendo, me convertí en un migrante más, de esos que han ido dando forma a esta gran ciudad llamada a ser la metrópoli intercultural del Perú. Por esto y por todo lo recibido me inclino ante la memoria de Andrés Alencastre.

jueves, 7 de julio de 2011

Pensamientos para Andrés Alencastre o «Killku Warak'a»


Escrito por Rodolfo Sánchez Garrafa

(Publicado originalmente en
 “El Comercio” del Cuzco del 09-08-1984)

Tenía que haber vuelto, luego de doce años a Lauramarca, para mirar una vez más el rostro mutante de la vida; y tenía que ser precisamente en el camino de este regreso que había de encontrarme con el extraño e incomprensible de tu muerte.

Killku Warak'a
Andrés Alencastre Gutiérrez, maestro y amigo, estos retornos y partidas, estas idas y vueltas se me antojan algo más que meras coincidencias y circunstancias; las encuentro como una sutil dialéctica de uniones, rupturas y uniones, capaces de conmover pueblos, generaciones y humanidades.

Un cúmulo de pensamientos incontenibles se agolpan en mi mente y es una necesidad hablarte. Pienso en tu vital trajinar por la existencia con una constante y filosófica interrogante a cuestas: «Sonqollaytan tapuykuni maykamataq risun nispa» y es que para ti sólo el corazón ofrecía una alternativa de respuesta. ¿Hasta dónde iremos? ‒te has preguntado‒ y ahora estoy seguro que al trasponer las puertas del Hades, coronada tu frente de qantus y ñukchus multicolores, te han respondido todas las musas, y el propio espíritu del Awsangate, que tu camino es la senda irrepetible de la gloria.

Has enseñado, y por eso mereces llamarte Maestro, has amado a tu pueblo y por eso alcanzaste la dignidad de hombre. Por todo eso estás siempre con nosotros. Estás tú en cada oración enhebrada con nuestra lengua madre, en cada letra del alfabeto que nos entregaste, en ese sentimiento andino que hiciste florecer en nuestros corazones, en cada calle y en cada recodo de Kunturkanki el pueblo que fundaste. Tú mismo eres un cóndor Andrés Alencastre, de esos pretéritos y sempiternos alados cuyos hondazos estremecen los Andes.

Contratapa de Dramas y Comedias
Estás en las páginas de aquel libro tuyo que generosamente pusiste en mis manos, cuando apenas dejaba de ser niño. Desde la gigante estatura de tu alma, recibiste conmovido mis versos de adolescente, presente de gratitud con que ufano y lleno de juvenil atrevimiento te dije ‒muchos años ha‒ ¡¡Salud Maestro!! Por tu majestuosidad de cóndor andino/ Por tu poético afán/ ¡¡Maestro Salud!!

Pude reprimir lágrimas ante el ansiado abrazo materno de nuestra ciudad, pero mi alma se rebeló con incontenible llanto ante la magnitud de tu sacrificio. He llorado el poema y la pluma del ave sagrada que te alcancé un día. He llorado tu oración al Puma declamada por Juan Tuero Villa ante los niños de una lejana escuela andina. He llorado también tus cantos en fruto, tus cantos en flor y la dulce melodía de tu quena.

¿Qué grandes y humanas contradicciones se han cernido sobre ti Maestro? ¿Por qué el aguacero cordillerano se cruzó a destiempo en tu camino? Tal vez no importe saberlo, más sí ser conscientes que tu lo desafiaste, enfrentándolo irreductible por sabe Dios qué amor a la tierra en conflicto con tu amor a los hombres. Ahora podemos decirte, sin embargo, que el aguacero se fue llorando y que tú te fuiste ‒a pesar de todo‒ cantando, como en aquellas letras que te fueron tan queridas.

El Ch'uku caneño
He confesado ya todo mi dolor ante un hermano grande, he andado en pos de todas tus imágenes y personajes, he visto revivir las comedias y los dramas de los Andes. Y aquí estoy ahora Maestro, convencido de que nos seguirás hablando y presto a escucharte, porque de seguro no has de negarnos tus profecías, tu voz insurgente, ni tu cálido afecto. Acompáñanos Maestro y así, a la vera de todos los caminos, seguiremos brindando por ti mil copas de versos y vino.

(+) ANDRÉS ALENCASTRE (1909-1984) Maestro, poeta, lingüista. Su obra, que ha alcanzado ya reconocimiento nacional, merecerá sin duda maduros análisis futuros en las perspectivas de la investigación social, estética e histórica de nuestro país. 

sábado, 2 de julio de 2011

10 Frases recordables


En el mundo andino nos ganan la oralidad y la fuerza de los rituales. Sin embargo, en el mar de las palabras que componen los discursos, sólo algunas logran impregnarse con una impronta que cala en la conciencia y la afectividad, como si entonces las palabras fueran capaces de meterse en alguna de nuestras sombras (digamos en nuestra “alma”, para ser asequibles por quienes están poco familiarizados con la cosmovisión andina). Algunas frases enraízan a fuerza de ser repetidas, son como la gota que cava la piedra. Otras se dijeron quizá una sola vez, pero la contundencia de su poder representacional es tal que no requerirán volver a ser dichas, con una sola vez basta. Algunas tienen el poder de hacer que nuestra mirada al entorno se ilumine y ponga alegría en nuestro espíritu y más de una sonrisa en nuestros labios. Otras nos impresionan por lo descarnadas, por lo tremendamente contundentes que son.

Es seguro que cada quien tiene un pequeño arsenal de estas armas lógicas en la memoria. Vale la pena hacer un recuento de ellas y evocar a las personas que nos legaron sus síntesis más expresivas, sea en tono de admonición, de ejercicio lúdico o como simple muestra de habilidad mental. Deseo hacerles partícipes de diez frases recordables, de mi propia cosecha. No son las únicas, pero las juzgo una buena muestra de mi repertorio:
Hay hombres que se debería conocer, al menos por curiosidad zoológica. (Carlos Ferdinand Cuadros)

Un muchacho buen muchacho, dos muchachos regulares muchachos, tres muchachos ya no hay muchacho. (C. Rodolfo Sánchez Castañeda)

Si hay que entenderse con razones será con razones, si es a fierrazos será a fierrazos. (Luis Negrón Alonso)

Seamos francos, este profesor nunca enseñó ni los dientes. (Jorge Bonett Yépez)

Bien… jóvenes, ¿qué les parece el cielo azul que ni es cielo ni es azul? (Arturo Moscoso Serrano)

Graba bien esto, en el disco duro de tu cabeza. (Gerardo Ayzanoa del Carpio)

El cienciano no mendiga notas, las conquista. (Guillermo Rosas Loayza, refiriéndose al alumno del Colegio Nacional de Ciencias del Cuzco)

Antes había el “cuerno de la abundancia”, ahora hay la abundancia del cuerno. (Moisés Tello Palomino)

Hay un defecto admirable en las mujeres: la esteatopigia. (Abel Adrián Ambía)

¡Cholo lindo, hermano de mi corazón! (Miguel Yépez Sánchez)

Juzguen ustedes la utilidad y validez de estos asertos. Si su lectura les mueve a inventariar vuestras propias frases recordables me daré por bien servido.

viernes, 1 de julio de 2011

Promoción Cienciana 1961 “Moisés Tello Palomino”

Habiendo culminado mis estudios primarios en el Colegio San José de La Salle ingresé, previo concurso, a las aulas del Colegio Nacional de Ciencias del Cuzco. Corría el año 1957 y nuestro querido colegio bolivariano se hospedaba en el local de lo que sería más adelante la Gran Unidad Inca Garcilaso de la Vega. Reconstruido el local de la Plaza San Francisco, que había sido destruido por el terremoto del año 50, junto con una pléyade de jóvenes, me trasladé a la antigua sede escolar donde culminé la secundaria en 1961.

Un acto público en el Colegio Nacional de Ciencias

Mi vida experimentó un giro considerable. Sin mi paso por la secundaria en un colegio nacional, preñado de historia, democrático por naturaleza y crisol de todas las sangres, no habría quizá levantado los fuertes cimientos de una identidad andina que me acompañaría por toda la vida. Mi generación expresaba la composición social mayoritaria, aspirante, confiada en los recursos que habría de proveernos la educación para el futuro, pero íntimamente conectada con la realidad del mundo rural y con nuestra historia profunda de milenarias raíces prehispánicas.

Tuve excelentes maestros, muchos de los cuales llegarían a ser docentes en la Universidad Nacional San Antonio Abad. Recuerdo, en particular, a Guillermo Rosas Loaiza (el célebre “Lata Gallo”) quien nos enseñó historia universal, a Fernando Mujica Escalante profesor de literatura, Rubén Carrillo Pezo de Geometría, Aníbal Peralta de lecturas literarias, Mariano Dueñas Macedo de geografía, Antonio Paredes Baca de psicología, Lizardo Pérez Araníbar de actividades extracurriculares, Víctor Segovia Garay de matemáticas, Santiago Guillén Covarrubias de arte, Mario Gálvez Tió de religión, entre otros. En mi salón consideramos hasta tres nombres para distinguir a nuestra promoción, finalmente decidimos por abrumadora mayoría llevar el nombre de don Moisés Tello Palomino, que fuera nuestro maestro, primero de economía política y luego de filosofía e introducción a la lógica.

Don Moisés Tello Palomino era andahuaylino, había nacido hacia 1927. Era un hombre que amaba la docencia, muy ilustrado él gracias a su extraordinario gusto por la lectura, puedo decir que lo caracterizaba un trato fino, algo reservado pero sociable y comprensivo. Llevar su nombre fue una decisión que nos habría de identificar con altas y sanas aspiraciones de realización y logro intelectual. Unos años después, en 1965, Moisés Tello recibió su doctorado en Letras, en la especialidad de filosofía y ciencias sociales. Luego añadiré algunas referencias más sobre su currículo profesional y académico.

Promoción Moisés Tello Palomino
Salvo error u omisión, fuimos 55 alumnos del Quinto de Secundaria, Sección “D”, los integrantes de la Promoción 1961 que llevó el nombre del querido maestro Don Moisés Tello Palomino. La relación de esta generación es la siguiente: Adrián Ambía, Abel Eleazar; Achahui Campos, Washington(+); Ancón Ramírez, Noé Rosendo; Astete Baca, Fernando; Barriga Rozas, Roberto; Becerra Zevallos, Armando; Béjar Tapia, Víctor Raúl; Bueno Sosa, Ángel(+); Calderón del Castillo, Marco Antonio; Canal Astete, Américo Toribio; Castañeda Grau, Rubén Alfredo; Castro Fernández, Pedro Crisólogo; Colque Delgado, Víctor; Chahuaylla Padilla, Gil Genaro; Daza Oxa, Wenseslao; Delgado Mogrovejo, Jesús Emilio; Díaz Gutiérrez, Lorenzo; Elguera Pinares, Rosalío; Félix Castillo, Hermógenes; Fernández Baca Núñez, Rolando; Gamarra Araujo, Jesús Tomás; Gamarra Duránd, Felipe; Gómez Quisca, Isidoro; Justiniani Franco, Martín; Loaiza Araujo, Jorge; López Ordóñez, Héctor; Masías Tito, Víctor Manuel; Mellado Cajigas, Guillermo; Monge Ugazón, Emilio; Montoya Valderrama, Luis Miguel; Niño de Guzmán Taipe, Flavio; Núñez del Prado Venero, Edwin; Ordóñez Bravo, Gerardo; Orué Pareja, Eliseo; Palma Rozas, Saturnino; Pacheco Peña, Cristóbal; Puelles Peralta, Jorge; Quispe Unancha, Luis; Ramírez Falcón, Edgard(+); Ramírez Ramírez, Adriel Jesús; Ríos Niño de Guzmán, Ciro Artemio; Riveros Perea, René Pascual; Robles Ludeña, Manuel Aquiles; Romero Lezama, Manuel Jesús; Salas Mosqueira, Juan; Sánchez Garrafa, Rodolfo; Sauñe Pizarro, Juan de Dios; Sinchi Yupaiccana, Buenaventura; Tarco Roca, Manuel; Usca Huamán, Patricio; Valenzuela Vera, Gabino; Villasante Colpaert, Félix Rafael; Yépez Sánchez, Miguel Luis; Zegarra Collado, Adrián; Zegarra Dongo, Manuel.

De dcha. a izq.: Dr. Moisés Tello Palomino, R.Sanchez G.
 y J. Puelles P. (1995)
Este año, la legión de ciencianos de la Promoción 1961 “Moisés Tello Palomino” cumple sus Bodas de Oro. Es nuestro propósito reunirnos a celebrar un reencuentro con motivo de las fiestas jubilares del Colegio en el próximo mes de agosto. Hay muchos motivos que convergen en este evento, uno es rendir homenaje al Colegio Ciencias, que realmente es emblemático y que tiene un sitio ganado en la historia regional, otro es el reafirmar los lazos que unen a un conjunto de personas que ya han prestado importantes servicios a la patria y a las colectividades concretas en las que desarrollan sus actividades cotidianas, tenemos a profesionales en variados campos: ingenieros, docentes, abogados, periodistas, comunicadores, un antropólogo, hombres de negocios, etc., pero lo principal es que todos se han constituido en hombres de bien. También hay que rendir homenaje a quienes se fueron tempranamente, dejándonos un vacío y muchos recuerdos imperecederos. La principal ausencia será la del Maestro Moisés Tello Palomino, fallecido recientemente luego de una larga carrera docente en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco. El doctor Tello Palomino nos ha legado numerosos libros y artículos publicados que revelan su dedicación, su disciplina y su indeclinable espíritu crítico.

El autor de esta nota agradece la colaboración de Patricio Usca Huamán, con cuyo concurso se reconstruyó la relación de integrantes de la Promoción Cienciana 1961 "Moisés Tello Palomino.

Prof. Patricio Usca Huamán, Presidente de APAEC (2011-2012) Cuzco,
 con miembros de su comité.

Concluyo con unos versos que escribí años ha:
Paso al Batallón Cienciano
al toque de cornetas
y batir de los tambores.

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