sábado, 11 de febrero de 2012

Chinkanas y paqarinas Vs. Agujeros negros y blancos

Rodolfo Sánchez Garrafa*

Hace ya un buen tiempo que venimos escuchando hablar a los astrónomos de nuestro tiempo sobre los llamados «agujeros negros». Cuando esto ocurre, viene a nuestra mente la idea sobrecogedora de enormes boquerones espaciales que literalmente se tragan todo cuerpo o partícula material que sea atrapada por su poderosa fuerza de succión. Nos cuesta un gran esfuerzo entender cómo es que estos mega agujeros o forados hacen desaparecer lo que cae en su fauces. La explicación técnica es algo más compleja: Un agujero u hoyo negro, término acuñado por John Wheeler en 1969, es una región finita, una curvatura, del espacio-tiempo, provocada por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, lo que genera un campo gravitatorio o superficie límite tal que ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz, pueden escapar de dicha región.

Los agujeros negros se forman cuando una gigante roja, estrella de masa 2,5 veces mayor que la del Sol, se convierte en supernova e implosiona. Entonces, su núcleo se concentra en un volumen muy pequeño que cada vez se va reduciendo más hasta convertirse en una enana blanca. Este proceso puede terminar convirtiendo a la enana blanca en un agujero negro como resultado final de la acción de la gravedad extrema llevada hasta el límite máximo posible (el mayor agujero negro de masa estelar conocido hasta la fecha, se descubrió el año 2007 y fue denominado IC 10 X-1, y está ubicado en la galaxia enana IC 10 situada en la constelación de Casiopea). Quien quiera que desee saber más de esto debe, naturalmente, acudir a los textos científicos de astrofísica.

La idea de los agujeros blancos y negros en el mundo andino prehispánico

Lo que resulta más que interesante es que la existencia de agujeros que conectan dimensiones distintas en el universo ha estado presente en la concepción del mundo elaborada por los pobladores del tawantinsuyo prehispánico.

Para los pueblos andinos, los agujeros o t’oqokuna establecen nexos en las dimensiones espacial y temporal. Los agujeros son concebidos como aberturas o “portales” por los cuales se ingresa en una red que puede conducir a quien lo trasponga a lugares remotos y tiempos diversos. La denominación genérica de agujeros es la que recogen los mitos de Tamputoqo, Qhapaqtoqo, Marastoqo, por ejemplo, en la zaga fundacional del Cuzco.

Para los andinos, existen agujeros generatrices, que virtualmente escupen o arrojan seres dotados de algún grado de poder o kamay. Estos agujeros generatrices son llamados paqarinas, lugares de origen, lugares en donde se manifestaron o aparecieron los ancestros fundadores de las estirpes. Por las paqarina emergieron los ñawpas, ancestros, antiguos. Por lo tanto en la paqarina se hace presente un vector que vincula el pasado con el presente. La paqarina es lugar de origen de la vida, asociado al amanecer, al despertar del mundo.


Fungen de paqarinas las cuevas, cavernas, cualquier abertura o rajadura de la tierra, pero también los ojos y espejos de agua, esto es manantiales, lagos y lagunas. En este sentido, se reconoce una relación entre el flujo del agua, la humedad, la animación, esto es la vida. Cada pueblo e incluso cada ayllu reconoce como suya una paqarina, dígase Paqareqtampu (traducido como la posada del amanecer o la posada de la producción) por ejemplo, de manera más precisa, agujero de origen, ligado a la luz.


No se crea que la idea de paqarina se restringe a la superficie terrestre poblada por la sociedad viva. Al observar el espacio estelar los antiguos habitantes de los Andes creyeron descubrir zonas en donde las estrellas o illas estelares tenían su origen, donde eran paridas. Constelaciones paridoras o procreadoras como Onqoy, configuran esta idea de paqarina del supramundo. A esto se debe agregar el relato mítico que refiere la existencia de un gran lago galáctico rejuvenecedor, en donde los seres de poder recobran vigor tras una inmersión reparadora en sus aguas pródigas en kamay (energía vital o animadora).

A diferencia de estos agujeros de origen, a los que bien podemos llamar blancos, existen otros que se tipifican como chinkanas o lugares de extravío y desaparición. Se narran historias de personas que habiendo ingresado por estos agujeros se transportaron o desplazaron a pueblos fabulosos, caracterizados por la riqueza, la abundancia de alimentos y la vida prolongada de sus habitantes, en los que un día o una noche podría equivaler a muchos años, e incluso a toda una vida, en la tierra habitada por la sociedad viva, o sea en kaypacha.


De acuerdo a la tradición oral prevaleciente, son raros los casos en que alguien que penetró en una chinkana pudo volver. Quien quiera que lo hizo,-se dice- al regresar ya no encontró a los suyos, dado que al paso del tiempo éstos ya habían muerto o, al revés, ya no reconocían al personaje que retornaba anciano o anciana a su hogar. Técnicamente el curso subterráneo o subacuático de estas chinkanas constituye una especie de torcedura o plegamiento del tiempo que genera saltos adelante o atrás.

Las chinkanas identificables en kaypacha comprenderían obscuros e inexplorados laberintos subterráneos y conectarían lugares de gran significación político religiosa. Se dice, por ejemplo que una chinkana unía el adoratorio de Saqsaywaman con la Catedral del Cusco (antiguo palacio del Inka Wiraqocha) o, en otro de sus cursos con el Templo de Santo Domingo (otrora el mítico Qorikancha). Se llega a afirmar que inmensos caminos subterráneos unen sitios tan lejanos como el Cuzco con el Lago Titiqaqa, Lima o Quito, y que en su interior guardan fabulosos tesoros.

La "Chinkana" es una muestra particular del tipo de construcción laberíntica del que se tienen pocas referencias en otros pueblos del mundo. En la Isla del Sol, a unos 200 metros del Templo del Sol, como quien desciende hacia el Lago Titicaca, se encuentra una construcción semisubterránea con una serie de pasillos que conducen a ambientes con diversas puertas de acceso, que conectan con corredores que suelen bifurcarse en ramales, aunque lamentablemente ahora no puedan ser explorados por haber colapsado al paso del tiempo.

Herramientas conceptuales altamente sofisticadas

El asunto, a nuestro juicio, no estriba en discutir si estos lugares míticos son o no lo que se pretende que sean, sino en aprehender los conceptos elaborados para explicarlos, y en encontrar a partir de ellos la racionalidad de la interpretación si se quiere metafísica o más amplia del universo.

En este sentido, lo valioso de todo este universo conceptual es que las ideas de paqarina y chinkana, relacionadas con “portales” en la superficie terrestre, eran aplicables y atribuidas también a realidades extra-terrestres, digo esto para aludir al espacio celeste, supramundo o hanaqpacha. Bien sabemos que junto a las consabidas constelaciones estrella contra estrella, tipo Chakana (Cruz del Sur), estaban otras llamadas constelaciones negras, espacios aparentemente vacíos cuyo contorno de diversas formas se configuraba por contraste con los cuerpos brillantes del entorno estelar, como ocurre con Machaqway (serpiente) o Hampato (sapo). Algunas constelaciones negras como la de Atoq (zorro) andaban a la caza de la cría de la Llama (uña llama), es decir que eventualmente una constelación negra podía engullir a otra u otras.

Hago un paréntesis aquí, para pasar a comentar que estando en estos razonamientos me vino en mente que los sabios andinos se habían adelantado miles de años en la formulación de conceptos explicativos, no diré de hipótesis para no contaminar los marcos de aproximación propios de cada cultura en contraste. Íntimamente maravillado por la lógica andina, pensé que nuestros antepasados ya habían manejado la idea de los agujeros negros, pero que también habían reconocido la existencia de paqarinas, agujeros generatrices a los que –a mi modo de ver– había que llamar por contraste «agujeros blancos».

Mi sorpresa fue grande, al constatar que mi idea no era ni remotamente obtusa. En la actualidad los astrofísicos estaban empezando a manejar la idea de los agujeros blancos. Si bien se cree imposible la existencia de estos agujeros blancos, teóricamente han sido propuestos como una solución de las ecuaciones del campo gravitatorio de Einstein. Como en el caso de los agujeros negros, los agujeros blancos, llámense paqarinas estelares constituirían regiones finitas del espacio-tiempo, objetos celestes con una densidad tal que deforma el espacio pero que, a diferencia del agujero negro, deja escapar materia y energía en lugar de absorberla. Por tal característica, se define un agujero blanco como el reverso temporal de un agujero negro: el agujero negro absorbe a su interior a la materia, en cambio el agujero blanco la expulsa. Debemos a los matemáticos Ígor Nóvikov (soviético) y Yuval Ne'eman (israelí) los más importantes avances en esta teoría, desarrollada en la década de 1960. Se reconoce como improbable un horizonte de sucesos en el que todo lo que esté dentro de él sea violentamente repelido con fuerza infinita, pero hasta el momento no se ha reportado descubrimiento alguno que contradiga su no existencia real.

Llama la atención que en el mundo occidental la preocupación se haya centrado más por el lado de los agujeros negros, en tanto que es visible que los andinos han privilegiado, en cierto modo, su reflexión sobre los agujeros blancos. Al final del cuentas, ¿la gran explosión original, el big bang del universo, no pudo haber sido acaso una eclosión desde un agujero blanco, situado al lado opuesto de un agujero negro? Para los andinos, los opuestos han sido y serán complementarios.

No se diga más que los observadores andinos del cielo tenían conocimientos limitados. Estoy convencido que la sabiduría de los waka kamayoq (astrofísicos y filósofos andinos) irá siendo desbrozada y tendremos muchas sorpresas, espero también que soluciones ¿por qué no? a problemas hasta ahora insolubles para el hombre contemporáneo.

Lima, febrero de 2012.

* Rodolfo Sánchez Garrafa, antropólogo, doctor en ciencias sociales (UNMSM), profesor de la UPG de la Facultad de CC.SS.-UNMSM.

sábado, 4 de febrero de 2012

Bigoti...Grafías

Escrito por: Luis Negrón Alonso*


No es precisa ni exactamente la técnica de la prosopografía, aunque a la vez brevemente trátase de ella; sin embargo, entre ser o no ser, quiero expresar algo que espero puedan degustar como si fuera un sabroso plato de lechón servido el ocho de diciembre, acompañado de la caliente bebida denominada "Ban­de­ra peruana", con su buena dosis de cañazo majeño en las entra­ñas, de aquel que fluía de grandes toneles de estaño y expendía don Emeterio Pantigozo, Bravo y posteriormente Vigo­ria.

Lo que quiero trasmitir y compartir son algunas viven­cias, pletóricas de gozo, que se desarrollaron en la década del 50 de éste siglo en estertor. Década del dictador consti­tucio­nal Manuel A. Odría  y del otro Manuel, me refiero a Prado, nombrado por sus áulicos como el Campeón de la Democra­cia, el hombre del pecho barroco por las innumerables condeco­raciones que lucía, incluida su medallita de primera comunión.

Sicuani era en aquel tiempo un pequeño pueblo serrano, asenta­do a la vera de las playas del Vilcanota y acurrucado en el regazo del Apu Khururu. Lugar tranqui­lo y apacible, que para algunos parecía estar dormido, aletar­gado, vago; sin embargo, ese era un juicio sin obje­tividad, manejado por quienes no que­rían reconocer la pujanza del pago querido.

Los lugareños sabíamos que habían tres centros nerviosos activos y bullentes, ellos eran -primero las damas-: el Cole­gio Inmaculada Concepción, fundada por las monjas de Nazarenas venidas del Cuzco, el Colegio Agropecuario y nuestro querido y cincuentenario Colegio Mateo Pumacahua.


En el último de los nombrados, por mucho tiempo moró, construyó y también soñó un profesor para secundaria y espe­cializado en Historia Peruana. Lo apodábamos "Bigotillo Valen­cia". Sí, Faustino Valencia Vargas. Pequeño de estatura él, magro de carnes, bastante nervio, vehemente y laborioso hasta la terquedad, didáctico en el momento de enseñar sus materias históricas, de verbo fácil y conceptuoso, impenitente juga­dor de volibol bajo apuesta, hermético para aflojar lo cobres, y lo que le mereció el mote, su singular mostacho a lo Chaplin, poco esponjado, aunque cuidado con cierto esmero.

Bigotillo Valencia, hombre amoroso con su familia, y mucho más con su tierra de origen (Cuzco) y adoptiva (Sicua­ni). Narrador, poeta en lengua materna y como tal cultor empederni­do del runasimi (lengua quechua). Recuerdo sus interesantes y cauti­vantes exposiciones en el salón de clases, cuando él  para poner mayor énfasis en su discurso, impostaba la voz, se ayudaba con la mímica y su gesto característico cuando al hablar torcía la boca, dejando una abertura al lado izquierdo de la misma, para exhibir sus fornidas piezas dentales, reven­tar algún fonema glotalizado del quechua o el ceceo castella­no.

Bigotillo Valencia, siempre halando su maletín de color marrón y confeccionado en cuero, lugar donde escondía no sin secreto, sus textos de consulta y estudio; sitio del cual extraía como ilusionista, libros, revistas, folletos, u otros artefacto buenos para engrandecer el conocimiento; en vez de conejos como hacen los magos de circo.

Bigotillo Valencia, de mirada inquisitiva y escrutadora desde lo profundo de unos ojillos cuasi negros, que anidaban en la hondura de sus órbitas oculares. Empedernido en el uso de tirantes para sujetar sus pantalones, casi todos ellos sobre los tobi­llos, sin que ellos pierdan el sentido de viri­lidad y hombría.

Sí, así lo recuerdo a Bigotillo Valencia. Así lo volví a ver hace algunos años en Sicuani y Cuzco, aunque con más años, más patriarcal, feliz de estar en su tierra acompañado de sus fami­liares y nietos "ches". No creo que haya variado mucho hasta la actuali­dad; pues, por algo la sabiduría popular manifiesta: "Genio y figura hasta la sepultura".


En el transcurso de aquellos mismos años, otro personaje al que solíamos ver, siempre alegre, cazu­rro, bonachón y bro­mis­ta; paseando su baja y regor­deta figura era don Constantino Mercado. Para unos y todos el "Tío Constanti­no", y por sus varios kilos y bien distribuido tejido adiposo, lo motejaban como el "Chancho Mercado", alias éste que le llegaba a sus altura­das y atercio­peladas pelotas, pues, no le incomodaba en abso­luto. Para un hombre humoris­ta y sarcástico como era él, ese hecho podía ser considerado apenas como una onza más adicionada a la redondez de su cuerpo.

Don Constantino, ocupaba el cargo de Regente en el Cole­gio y estaba a cargo de varios auxiliares o inspectores de educación, encargados de velar por la disciplina que debía observarse en el plantel. Él, agudo en sus observaciones, picante, urticante cuando alguien desprevenido le desataba su luenga y copro­lálica lengua. En él se concentraba, a más de su gordura, el ingenio para el chiste o el tomar del pelo espontáneamente, sin libreto, la res­puesta o réplica rápida durante la broma y el estile­te de su lengua, aguzada para sacudir al intruso, por haberse internado en su dominio.

El Tío Constantino hizo reír, sonreír, bufar de rabia y maldecir a más de un mortal. En lo que a mi corresponde, no obstante la cortedad de mi edad en aquellos años, me parecía un hombre salido de una novela humorística o de las Sátiras de Juvenal. Lo apreciaba mucho. Era un personaje conocido por todos, querido por muchos, y quizá muy pocos hayan guardado algo de amargura en sus pechos; aunque estoy seguro, que pasado el tiempo olvidaron el sin sabor y recobraron la capa­cidad de entender la genialidad del Tío Constantino, que ahora mora en la eternidad e indudablemente que los manes de su entorno sentirán lo propio que los mortales estando a su lado.

Lo escrito es un pálido homenaje a dos personas con quienes alguna vez alterné con sinceridad y de quienes tengo especial reminiscencia. No sigo con otros protagonistas singu­la­res, para evitar que derramen sus lagrimo­nes, y luego tengan que inculparme por haber despertado vues­tro recuerdo. Chau.

Cuzco, 22 de octubre de 1996.

*Luis Negrón Alonso: Antropólogo, docente universitario. Ha escrito varios libros de humor cáustico e irónico con el seudónimo de “Sikuta”.

Nota. A la fecha, los personajes que motivaron estas bigoti…grafías ya moran en la eternidad.


ZEIN ZORRILLA Y LA POLÉMICA DEL INDIGENISMO Y DEL MESTIZAJE

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