domingo, 26 de agosto de 2012

La Cruz del Camino o Cruz del Calvario en los Andes


Rodolfo Sánchez Garrafa


Estamos claros que la cruz es un símbolo bastante extendido en casi todas las tradiciones y, desde luego, no es un descubrimiento nuestro que su concepción esté vinculada, en un cierto plano, con una comprensión humana general del universo (Guénon 1931). Es por eso que al tratar de esta representación en los Andes actuales, encontraremos inevitablemente una suerte de aglutinación sincrética pero mejor un acomodamiento de correspondencias, al par que elementos propios de las vertientes culturales occidental y andina, pero también –más allá de las particularidades y del sincretismo– es posible percibir expresiones arquetípicas universales que vienen del fondo de la existencia humana.

Cruces de conquista, procesionales, de techo, familiares e incluso personales, convierten la cruz en una enraizada manifestación de devoción pública y privada. Las innumerables variantes de cruces que provienen de la tradición cristiana se diferencian por sus atributos y advocaciones. Por ahora la materia de nuestro interés es la llamada Cruz del Camino, una representación religiosa que suele colocarse en carreteras, pequeñas colinas, rotondas, a la entrada de los pueblos pequeños, etc. En zonas urbanas, la encontramos en el encuentro de calles, en parques e incluso junto a la fachada o atrio de las iglesias. Las cruces de Calvario, de los Caminantes o de los Caminos, son cruces vistosas de diversos tamaños, hechas de madera policromada y pintadas, preferentemente, de color verde. Las más grandes suelen estar ubicadas en la cima de elevadas montañas, en los cruceros de caminos o encrucijadas y en el atrio de las iglesias. Cruces mucho más pequeñas se guardan en casas particulares al calor de la devoción familiar y de las hermandades.

Con la evangelización que sobrevino en los Andes a partir del siglo XVI, las cruces de Calvario fueron literalmente sembradas a la vera de los caminos y superpuestas sobre antiguos lugares de culto prehispánico, esto es en las wakas, apachetas, y en la cumbre de los cerros, superponiéndose al culto de antiguas wakas, apus descollantes y referentes de estimación para los habitantes de aldeas próximas.


Fueron los franciscanos quienes promovieron el Vía Crucis, como un medio adecuado de sensibilizar a la población y hacer que ésta siguiese a Jesús en su recorrido doloroso por las catorce estaciones de su camino de pasión y de sufrimiento que lo llevarían al Gólgota. Correspondió así a los franciscanos, convertirse en los evangelizadores más profundos de este continente, a fuerza de narrar de manera comprensiva a sus pobladores originarios los misterios de la natividad de Jesús, su muerte, resurrección y ascensión a los cielos.

Tanto las representaciones de Jesús-Niño como las concernientes a la vida adulta de Jesús y, en particular, las de su martirio y ejecución, fueron usuales en la religiosidad contrarreformista y constituyeron la base del repertorio iconográfico que desde el siglo XVI en adelante tuvo como cometido el conmocionar al evangelizado y, a la vez, transmitirle un discurso directo, asequible y contundente sobre la salvación de las almas.

La Cruz del Camino como discurso evangelizador condensado

La Cruz del Camino o Cruz del Calvario, condensa el llamado “misterio doloroso de la crucifixión y muerte de Cristo”. Esta representación iconográfica tiene un propósito evangelizador, ya que el discurso narrativo que conlleva evoca los hechos ocurridos en el monte del Calvario o de “La Calavera” donde acaba la vida terrenal de Jesús y, al hacerlo de manera elaborada y, al mismo tiempo, directa, construye una escena que conmina a la contemplación y meditación.

En el tema Crucifixión, según el testimonio de San Agustín, el Sol y la Luna simbolizan la relación prefigurativa de los Testamentos cristianos: el Antiguo Testamento o Luna, y el Nuevo Testamento o Sol. Dicho sea de paso, en la antigüedad griega, el Sol-Apolo representaba el principio masculino y la Luna-Artemisa el principio femenino. La Cruz del Calvario contiene una serie de unidades simbólicas que se distribuyen tanto a lo largo del stipes o poste que marca la verticalidad, cuanto del staurus o patibulum, puente que lo intersecta y marca la horizontalidad. Estas unidades simbólicas son figuras diversas: Sol, Luna, gallo, paloma, lanza, esponja, jarra, escalera, clavos, martillo, tenazas, dados, paño de la Verónica, corona de espinas, túnica, sudario, trompeta, balanza, espada, calavera y tibias, corazón, cáliz, escabel, soga, bolso de los denarios, columna trunca, látigo, rayo, segueta o sierra pequeña, guante o mano, libro, corona real, palma, cuerno, farol, y las siglas INRI o SPQR, unas más y otras menos.

Significados básicos

    El Sol y la Luna, son los marcadores del tiempo. La muerte terrenal de Jesús suscitó un gran acontecimiento cosmológico, tembló la tierra y la luz dio paso a las tinieblas.
    El gallo, recuerda la negación de Pedro. Antes que el gallo cantase, el pescador negó ser discípulo de Jesús hasta por tres veces, conforme se le había anticipado.
    La paloma, su presencia concierne a la resurrección, es el espíritu que Cristo encomienda al Padre eterno.
    Los clavos, el martillo y la tenaza, remarcan que el hombre empleó objetos de su invención para consumar el martirio de Cristo.
    La columna, señala que Jesús fue atado para recibir azotes. Nos muestra cómo el verdugo satisface el deseo de ver sometida a su víctima y cómo es que el hijo de Dios se somete al fuero falible de las leyes humanas.
▪    Los dados, están incluidos para recordar que al pie de la cruz los soldados romanos dejaron que el azar determinase a qué manos se iría el manto que cubrió el cuerpo de Cristo. El hombre indiferente ante el sufrimiento ajeno adopta una conducta lúdica, incapaz de acceder a la esencia de las cosas se contenta con la cobertura, con el despojo de la sabiduría, mostrando al hombre más como carroñero que como animal de presa.
    El cáliz, supone la prefiguración del dolor y el sufrimiento, la decisión de beber el trago amargo, vino con hiel, como parte inherente a la tarea de redención de la humanidad.
     La tinaja y la palangana, rememoran a Pilatos lavándose las manos, es decir exonerándose por la sangre del justo que ha de pagar por los pecadores.
     El bolso de los denarios, representa las treinta monedas que cobró Judas por entregar a su Maestro.
     La corona de espinas, simboliza el sufrimiento que conlleva la representación de la humanidad a redimir y, en general, el martirio a que fue sometido Jesús.
     La túnica, nos recuerda la vestidura ensangrentada del Nazareno
     El farol, indica el momento en que los acusadores de Jesús andan tras él en el Monte de los Olivos
     La mano, enfatiza la bofetada que Jesús recibió ante el Sanedrín (consejo supremo de los judíos)
     El látigo, simboliza los azotes que recibió el Cristo.
     Palo con esponja, refiere el momento en que le mojan los labios con vinagre, estando ya en la cruz.
     La lanza, simboliza el lanzazo que recibe en su costado izquierdo
     La escalera, recuerda el momento en que es bajado de la cruz para ser transportado al sepulcro.
    La sigla SPQR inscrita en la parte alta de la cruz, quiere decir: Senatus Populusque Romanus, esto es “Senado y pueblo de Roma”, frase que a veces reemplaza a INRI, que es la sigla más difundida.
    La sigla INRI que ocupa la parte alta de la cruz, y anota: Iesus Nazarenus Rex Iudeorum, o sea “Jesús nazareno rey de judíos”, dicho en son de mofa y escarnio.

La Cruz de Camino como complejo simbólico en los Andes

En América y, especialmente, en los Andes, fue la orden franciscana la que se distinguió por la veneración y propagación del culto ligado a las escenas extremas de la vida de Jesús: su Infancia y su dolorosa Pasión. La natividad de Jesús o Niño Manuelito fue propicia para evocar el modo en que la humanidad y todos los seres vivos que habitan la tierra surgieron en las paqarinas. Jesús nace en una cueva y no necesariamente en un establo como lo indica el canon navideño occidental cristiano. Ciertamente, la muerte de Cristo tuvo y tiene como su símbolo por antonomasia a la cruz de madera en la que cuelgan varios de los instrumentos utilizados en su martirio: corona de espinas, esponja, lanza, martillo y tenazas; no obstante, la Cruz de Camino resalta como un complejo simbólico en el que cristalizaron nuevas y antiguas significaciones.

No fue sencillo, obviamente, ajustar los eventos del imaginario cristiano a las particularidades de la visión animada e interactuante del cosmos que prevalece en el pensamiento andino prehispánico. Las naturales contradicciones con las ideas que acompañan al santoral católico incidieron, seguramente, en el poco éxito que tuvo la instauración del 14 de setiembre como el día de la “Exaltación de la Cruz” en las proximidades del equinoccio de primavera. En definitiva, la gran fiesta de la Cruz se consolidó en el mes de mayo, pero el sentido del Velorio de la Cruz, adornada con cintas y papeles de variados colores, no se limitó a expresar el sufrimiento del martirio de Jesús. En el hemisferio sur, el mes de mayo corresponde a un momento avanzado de la mitad solar del año, por lo tanto los rituales andinos del “Cruz Velakuy” tienen que ver más con la resurrección de Cristo que con su muerte, lo mismo se podría decir de la presencia de la Cruz en las grandes peregrinaciones de esta temporada como la de Qoyllurit’i.

Las principales celebraciones de  la Cruz de Camino o del Calvario ocurren en el mes de mayo y en las fiestas de carnaval; en estas ocasiones todo se vincula con la vida, con la reproducción de las especies, con el florecimiento y con la fructificación que sobrevienen al tinku cósmico o encuentro entre el mundo de arriba y el mundo de abajo.


La muerte y la resurrección de Cristo vistas como sendos «pachakuti»

Sol y Luna conciernen a los mundos que alternan su encuentro con la tierra habitada por los humanos. A la muerte de Cristo, el espacio-tiempo diurno cede paso al espacio-tiempo nocturno de manera intempestiva. La hora de la muerte es considerada un momento liminal así como el Calvario es un espacio liminal. Si asumimos que el Sol se ubica hacia occidente, es un Sol que se hunde y penetra en ukhupacha (el mundo de adentro). La Luna se ubica hacia el oriente. Ambas deidades han envejecido. En el hemisferio norte, la disposición es inversa y esto influyó en casos que se hallan fuera de la regla advertida. Sin embargo, la idea a considerar es que el paso del Sol Viejo al cielo del mundo de los muertos testimonia, simultáneamente, el advenimiento del Sol Joven y con él de un nuevo tiempo solar. La resurrección de Cristo luego de su descendimiento a los infiernos (léase mundo de adentro o ukhupacha) alude al tránsito o retorno del mundo lunar o de la noche al ámbito diurno. Muerte y renacimiento se dan la mano en las celebraciones equinocciales. No otra cosa quiere decir la tradición oral del Señor o Cruz de Tayankani, por ejemplo, revelado por el encuentro del niño Marianito Mayta con el Sol Niño, vestido de una blancura extraña y reverberante, planteando la inquietante presencia de un Cristo (el Señor de Qoyllurit’i) y una Cruz (la del Señor de Tayankani) que más que dos tradiciones superpuestas las vemos como una sola, la de correlatos sobre implicancias metafísicas de los tinku equinocciales. Muerte y renacimiento entramados en la alternancia del Sol Viejo y el Sol Joven.

La lanza apuntando hacia hanaqpacha (el mundo de arriba), pasa a simbolizar la tensión del tinku o encuentro entre mundos. La lanza resulta una metáfora de la serpiente que surca el espacio sideral y une los mundos, haciendo posible que la sangre o energía vital del mundo de arriba anime a los seres de la interfase terrestre y del mundo de adentro. Los flecos que a veces aparecen pueden entenderse como las amarras que anclan o sujetan el extremo de un puente que abre la puerta del empíreo. Otro medio de acceso entre mundos es la escalera, ya que por ella transitan personajes mediadores que portan mensajes e interrelacionan a seres de poder entre sí o a seres que donan energía/kamay a los humanos.

La Cruz del Sur es una constelación rectora del hemisferio austral que destaca en la astronomía de todas las culturas originarias del mundo andino. A partir de su acuciosa observación y representación se habría creado el conocido símbolo de la Cruz Cuadrada, llamada Chakana en quechua y Jach’akh’ana en aymara. Astronómicamente, la Chakana parece haber representado el curso del tiempo anual. El eje horizontal indicaría los equinoccios y el eje vertical los solsticios. Una característica es que el punto o área de encuentro entre ambos ejes es el tiempo liminal por excelencia, quizá el Qorikancha tuvo el mismo sentido como lugar de inicio del periplo solar.

En Lima, son numerosas estas cruces erigidas sobre la tradición andina; es seguro que en siglos y décadas anteriores fueron más abundantes, pero pese a la merma de las devociones muchas cruces conservan su prestigio histórico y el carácter milagroso que le atribuye la fe popular. Existe una Cruz del Camino frente a la iglesia de la Vírgen del Pilar, otra afuera de la Casa Moreyra, otra junto a la estación del metro de Atocongo en San Juan de Miraflores, también hay una muy conocida en la Avenida Roosevelt de Surco, otra junto al moderno hospital de Essalud "Jorge Voto Bernales Corpancho", una por la Clínica Geriátrica "San Isidro", en lo alto de un cerrito hay una gran Cruz del Camino, es fácilmente identificable la que se halla en Javier Prado Oeste, y varias en Caminos del Inca de Surco, hay asimismo una junto a la iglesia matriz de Barranco, otra sobre una waka en Chorrillos y una más en la vía que une Aguadulce con La Herradura. La cruz de camino más famosa en Lima parece ser la Cruz de Yerbateros. Sería largo pero ilustrativo hacer un prolijo inventario.

En varios sitios como en Chorrillos la Cruz fue erigida exactamente en la cúspide de una waka piramidal y la arquitectura de la Cruz de Javier Prado Oeste refiere puntualmente esa asociación entre base piramidal y Cruz dominante de su cima. Es seguro que el mayor número de cruces corresponde ahora a parques y cruceros peatonales, pero también están presentes las erigidas en lugares de peligro como la del acantilado de la Herradura. No falta una vivienda que en su frontis exhibe una bella Cruz de Calvario obra de López Antay, se la puede ver en el Jirón Trujillo de Magdalena del Mar que en alguna forma resulta también un lugar liminal de tiempos contemporáneos.


Para no ir más lejos, considero apropiado volver a Guénon. La Cruz, vista desde los lados andino y cristiano, se muestra como un símbolo que tiene poco de histórico y que, por el contrario, expresa analógicamente la comprensión de grandes ciclos y la reconstitución ritual de un centro en una jerarquía relacional. La cruz tridimensional explica la realidad en la verticalidad y horizontalidad de los vectores del tiempo y el espacio. En la oposición y encuentro de rayo y lanza se replica el sentido del eje vertical de la cruz, cuya intersección con el eje horizontal nos descubre el corazón del ser universal.

Lima, agosto de 2012.

Referencia
René Guénon: El simbolismo de la Cruz. Traducción de Le Symbolisme de la Croix. Vega, 1931.

sábado, 25 de agosto de 2012

Una vivificante presencia

Luis Negrón Alonso*

Bruno transitó una vida con altibajos, como se acostumbra decir en el parlar corriente, sus experiencias fueron: unas de cal y otras de arena. En el interregno de su apreciable existencia, sus primeros años fueron de aprendizaje a través del juego, aunque su madre era muy severa y lo sometía a disciplina, con frecuencia de modo violento. No obstante, Bruno sabía sobrellevar sus aflicciones de buen talante, y gozaba sobremanera cuando se divertía haciendo muescas en los travesaños de silletas y mesas. Era posesivo y fiel con quienes lo cuidaban, y dispuesto a exponerse más allá de su seguridad corporal, cuando sospechaba la presencia de alguien ajeno al hogar.


Estando ya añoso, era notorio el decaimiento de sus fuerzas y reflejos, aunque su sola presencia, ostensiblemente disminuida, era todavía importante dentro de la casa familiar, casi siempre silenciosa por la ausencia de muchos de sus miembros y la avanzada edad del patriarca. La casa se había convertido en pocos años en un sitio donde habitaban anchurosamente la mudez y la soledad, matizada con frecuentes ayes del bien querido Bruno. Era una casa fría, mucho más que aquella reservada a los cadáveres. El eco de las paredes era el único interlocutor, que de algún modo recordaba que su morador estaba vivo.

Los achaques de Bruno se acentuaron indetenibles hasta su deceso. Sobrevino entonces el incremento de la sordina y el encierro, en aquel lugar que otrora fuera bullanguero y alegre. La ausencia física de Bruno realmente dejó un gran vacío, y sólo el recuerdo de su retrato, así como de las acciones divertidas que solía realizar, servían como bálsamo para reconfortar la disminuida fortaleza del patriarca, así como anecdotario que podía ser trasmitido desde entonces a los ocasionales amigos. Hablar de Bruno y recordarlo gratificaba el alma, engrandeciendo la conciencia y valores de quienes estuvimos a su lado.

El deudo pasó aproximadamente dos largos meses de vida casi conventual, sin amigos, sin conocidos, sin interrelaciones; pues, parecía que la parca rondaba por el vecindario. La pena y el retiro ganaban diariamente espacio, de modo acrecentado; entre tanto, el regocijo y las ganas de vivir mermaban en cada abrir y cerrar de ojos, como si se tratase de la presencia de un desahuciado, de alguien próximo a ingresar al obituario.


Dentro de ese marasmo, súbitamente, y casi como por arte de magia, Bruno se vio reencarnado en otro ser aún pequeño, pero lleno de vigor y con ansias de vivir y hacer vivir. Se instaló con complacencia en la morada, y con él volvieron los juegos, el corretear en todos los ambientes abiertos, y aquellos que ya estaban clausurados, volvieron a agrietarse complacientemente. Retornaron las preocupaciones para la manutención del recién llegado, se le señaló un lugar para su descanso, se procedió con la provisión de juguetes resistentes y, una vez más, las patas de sillas y mesas se vieron incrementadas con inconfundibles muescas. La bulla, la voz joven y atronadora, volvieron a reciclar los tímpanos del veterano, sacudieron su modorra y le inyectaron una poderosa dosis de energía y deseos de vivir. Los chispeantes ojos negros del reencarnado, aunados a sus torpes caricias depararon júbilo y promovieron renovada complacencia.

Mis sentimientos preservan del olvido a los seres que me son queridos. En este caso, mis perritos Bruno y Chikucha (Chiquito), tienen un grandioso lugar en mi corazón y en mi mente, y sé que ellos me permitirán caminar sin sobresaltos cuando se me corte el hilo de Ariadna y tenga que trasponer el rio del averno.

Cuzco, 22 de agosto del 2012.

*Luis Negrón Alonso, conocido también por el seudónimo de Sikuta.



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