domingo, 20 de diciembre de 2015

CARTAS FAMILIARES CON OLOR A NAVIDAD

Rodolfo Sánchez Garrafa

Rodolfo Sánchez Castañeda, mi padre, y yo
(Vilcabamba-Apurímac 1945).
Estamos muy cerca a la Navidad de 2015. He pasado los setenta años. De hecho, hace tiempo que he entrado en la etapa de la vejez biológica, pero muchos coetáneos y yo mismo solemos sentirnos jóvenes, así sea por lapsos de brevedad elástica. Soy el varón de mayor edad en mi familia, durante mucho tiempo ese lugar le correspondió a mi padre; en circunstancias, como la de ahora, su imagen suele venirme a la mente, normalmente eso suele ocurrir en mis sueños o cuando atravieso por momentos de indeseable depresión. Hoy es la excepción, el nacimiento de mi primer nieto varón Rodolfo Milan, que acaba de cumplir un mes, no admite bajones de ánimo y menos cerca de tiempos de júbilo. Aclaro que tengo otras dos nietas: Vania Aleyda y Lucía del Alma, con las cuales mi felicidad es completa.

Hace cuarenta años yo ya vivía, por mucho tiempo, lejos de la casa familiar establecida en la ciudad del Cuzco. Hasta el día de hoy, Lima es el lugar en que eché raíces, al principio sin ser consciente de que éste sería mi destino. Mi madre se esforzó siempre por mantener vivo en mi corazón el calor del cariño familiar. Mi padre solía escribirme cartas afectuosas que aún extraño, a diecisiete años de su muerte.

Soy consciente que los años de mi infancia, niñez y adolescencia fueron difíciles, sobre todo después que mi padre dejó los trabajos que tuvo en Cuzco, primero como representante de la Cía. Exploradora Cotabambas (que operaba la mina de oro de Qochasaywas-Progreso en Apurímac) y administrador de su oficina local en Cuzco y, luego, como empleado de la Casa Wiesse.

Reunión amical en una quinta cuzqueña (a la izquierda el antropólogo Oscar Núñez del Prado,
junto a él mi padre)

Mi padre tuvo que reanudar sus estudios universitarios, que había interrumpido a solo un año de haber ingresado a la San Antonio Abad. Una vez que concluyó su carrera de educador, estuvo un tiempo sirviendo en escuelas de Andahuaylas en Apurímac y, más tarde, tuvo la fortuna de empezar a trabajar con Oscar Núñez del Prado, primero en el programa conocido como “Plan del Sur” que jefaturaba Richard P. Shaedel y luego en el Proyecto de Antropología de Kuyo Chico conducido por el propio Núñez del Prado, quien un día sería mi maestro en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco. Todo el tiempo que mi padre tuvo una situación laboral inestable, fue mi madre la que afrontó con entereza el sostenimiento y conducción de la familia, así siguió siendo en los períodos de ausencia que implicó el largo trajinar de mi padre en las comunidades campesinas de Apurímac y Cuzco.

Para mi padre, sin duda, el tiempo que trabajó con Oscar Núñez del Prado reunió sus años de oro. Vivió bien, se sintió realizado, conoció a grandes personalidades como Jimmy Yen, considerado gran maestro en China, Miguel León Portilla, Augusto Salazar Bondy, José María Arguedas, José Matos Mar, Andrés Cardó Franco, entre otros.

Al centro Augusto Salazar Bondy y Rodolfo Sánchez Castañeda
(En la Casona de San Marcos, Lima 1972).

Pasaron los años, era 1975, yo ya vivía en Lima, mi hermano Saúl Rolando estudiaba medicina en la Ciudad de Arequipa y mi último hermano Ricardo, a quien cariñosamente llamábamos Dick, también tuvo que trasladarse al Colegio La Salle de Arequipa, donde concluyó la secundaria. La ausencia de mis dos hermanos varones fue especialmente dura de sobrellevar para mi madre, entiendo que por el vacío que se siente cuando los hijos nos dejan para hacer sus propias vidas. Yo le escribí a mi padre diciéndole que “Siempre es difícil mirar de frente a la vida, especialmente cuando la asociamos a la idea de la soledad”.

Con más de veinte años de servicio prestados al Estado, mi padre tuvo la oportunidad de pasar a ser profesor universitario. En la UNSAAC hizo otros veinte años de labor, que compartió con grandes amigos como Mario Escobar, Zoila Ladrón de Guevara, Moisés Tello Palomino, Mariano Dueñas Macedo, Armando Harvey Valencia, Antonio Paredes Baca, entre otros, hasta su retiro.

En 1995 –doy un salto arbitrario– tras una de mis estadías de visita en Cuzco, mis padres me acompañaron, como de costumbre, al aeropuerto. Me fijé inusualmente en la ropa que llevaba mi padre, vestía un abrigo de lana azul, muy elegante, lo vi como en sus mejores tiempos. Por lo general, me guardaba mucho por decir para los últimos minutos en las despedidas y casi nunca llegaba a expresarlas, se lo dije a mi padre en una de mis cartas. Nuestra correspondencia en sus últimos años, hasta su fallecimiento en 1999, fue frecuente. Colaboramos en diversas investigaciones antropológicas y educacionales, esto intensificaba nuestra relación afectuosa, a la vez que nos permitía hacernos de unos soles adicionales que eran bienvenidos. En el ámbito de los ideales, teníamos dos proyectos importantes, hacer un libro sobre Apurímac y otro sobre San Antonio de Pamparaqay, la tierra de nuestros ancestros, lo primero se quedó en buena intención y lo segundo avanzó bastante. A la muerte de Celso Rodolfo, mi padre, Federico Moreyra y yo, con la ayuda de Ramiro Moreyra Portilla, asumimos la responsabilidad de publicar el volumen que se denominó Libro de Oro de Pamparaqay, Imagen e historia de San Antonio Grau-Apurímac, el mismo que había venido siendo impulsado por mi padre, con el concurso de Ciriaco Vargas Sánchez, Federico Moreyra Jara, Modesto Rodríguez Jara y por mí.

Comité editorial constituido en 1995 para la elaboración del Libro de Oro de San Antonio
de Pamparaqay (De derecha a izquierda: Rodolfo Sánchez Castañeda, Modesto Rodríguez Jara,
 Federico Moreyra Jara, Ciriaco Vargas Sánchez y Rodolfo Sánchez Garrafa.

Por entonces, el quehacer poético ya era significativo en mi cotidianeidad personal. Dos eran los campos temáticos que me proponía explorar: uno, los fenómenos de la naturaleza y el estado de ánimo de las personas; y, dos, el mundo natural como imagen elaborada de los sueños y anhelos humanos. En aquellos días, me parecía que todo esto tenía que ver con las vivencias del entorno y la definición de las identidades. No podría recordarlo si no lo hubiese puntualizado en una carta a mi padre. Ahora es una buena oportunidad para evaluar qué quedó de aquello, pero esto será motivo de otro escrito.

He puesto unas líneas apuradas, antes que las ideas se me vayan. Creo que el núcleo de lo anotado es destacar cómo desde nuestra visión andina, construimos la noción de familia, de ese árbol del cual nos hacemos raíz al paso del tiempo. Creo que ese árbol no se limita al Árbol de Navidad y se asemeja más al Árbol de la Vida y la Muerte. Ahora que aún gozo de los días y las noches, se me antoja desearles a todos ustedes, amigas y amigos, a mis hermanas y hermanos, unas felices fiestas de Qhapaq Raymi y un Mosoq Wata (Año Nuevo 2016) con toda la luz del universo sobre vuestros corazones.

Lima, diciembre de 2015.



HELIO-TROPOS. El tejido sin costuras de la existencia

Iván Loyola Velarde*

“Evoca la muerte como punto de partida” anota Víctor Vimos en el prólogo de esta cuidada edición del más reciente poemario de Rodolfo Sánchez Garrafa, y no se equivoca. Como tampoco se equivoca al establecer la analogía con las cuatro estaciones. Al fin y al cabo, las estaciones son funciones del movimiento de la tierra alrededor del sol, si es cierto que el sol es el centro y no la tierra, verdades que en este conjunto se relativizan porque el espíritu de estos poemas es que las verdades absolutas son iridiscencias que devuelven la luz con matices diferentes dependiendo del ángulo de rebote. Y al final, todas son válidas, o todas no lo son. Vayamos al grano.

Empecemos por el final, como punto de partida. Antes de ello, fijar una perspectiva, que es la de una equivalencia de los tres primeros libros, Parasoles, Crisoles y Tornasoles, con los mundos arquetípicos de la cosmovisión andina, el Uccu, el Kay y el Hanan Pacha. El cuarto libro, Girasoles, que ya no correspondería a esta trinidad conceptual del ancestro del autor –de nuestro ancestro- representa una contribución que enriquece esta visión. Los mundos mencionados son colectivos, son atributos de los ayllus extendidos, de la gran familia humana como un todo. Girasoles es la síntesis de esos mundos y experiencias, desde la perspectiva y experiencia íntima de la mente del autor. Es parte de esos mundos pero es independiente. Es una mirada desde fuera, pero también desde los recovecos inextricables, inencontrables, privados, últimos, de la mente, el alma y el corazón del escritor. 

Helio-tropos, Hipocampo Editores 2014.
Empecemos por el final, decía, y nobleza obliga. HE PROCURADO PENSAR  COMO PEÓN Y COMO REY, el último poema del libro final del conjunto abandona el enfoque metafórico y es más bien una reflexión sobre la vida, sobre el camino recorrido, y una mirada liberada del attachment que el autor puede tener sobre cómo ha abordado estos temas a través de los poemas anteriores. Es a su vez crítica y elogio, pero más que nada es como quien contempla un vestido que uno se ha quitado y yace en la cama, el sofá o el suelo. Puede ser hermoso, pero ya no es parte de uno. Ambicioso pero ajeno. Lo amo, pero no lo necesito.

“Una inmovilidad será tablas/y poder dedicarme a la verdad/ al combate cuya jornada final he postergado/y postergado hasta ahora” dice Sánchez Garrafa. Debo confesar que hago trampa, pues días antes de leer este poemario me senté con el autor, a discutir estos asuntos. Pensar en la muerte, pensamiento recurrente después de los cincuenta, impregna el transcurso de esta selección. Pensar en la muerte, pero no  solo con el temor natural, sino con orden, con un deseo de orden, de que pertenezca ella al devenir natural de la existencia. Sánchez Garrafa lo dice bien claro, la muerte no es ya una derrota, sino un tablas, un empate, y un empate frente a la muerte es al fin y al cabo, una victoria.

Una página antes, CORREN LOS ANTILOPES, tal vez el poema más logrado, en lo que es ritmo, representación, consonancia del cuerpo con el título, nos libera del fardo del transitar por los mundos anteriores, la suerte de divina comedia por la que Sánchez Garrafa –a la manera de Dante- nos ha hecho deambular. El mensaje es un poco a lo que enseña Buddha, la vida es dura, pero al comprender esta verdad, que ligera es, que fácil es, enlightenment, la carrera ágil, vertiginosa hacia adelante, sin pensar en obstáculos, del antílope. “Las patas traseras se esfuerzan en impulsar cuerpos vigorosos instintivos”…. “Y quedamos sin nubes, qué solos, al borde del inmenso arenal”. El arenal es, en su inmensidad y su materia indistinta, la realidad cognitiva en la que el ser chapalea sin esperanza: se nace, se muere y no se sabe en verdad, por qué se ha venido a este mundo, y mucho menos, por qué se le deja.


Salto quántico a la primera página, al poema uno, SALUDEMOS A LA NOCHE,  donde Sánchez Garrafa habla de la muerte, no como un final sino como un nuevo escenario, un nuevo espacio donde tal vez no se descansa sino se crea: “Al irse el día pieza por pieza/se arman las sombras”. Se arma el espacio de la muerte, no se desinstala el existir. Una apuesta por la esperanza de que más allá del cuerpo material vuelto polvo hay otro nivel de existencia. Otro nivel que nace del útero/tumba, la unión en la dualidad, y aquí qué duda cabe, que el ancestro de Sánchez Garrafa sale como una garra que atrapa su atención y su enfoque y lo retrotrae a lo andino, DE LA SECRETA TUMBA RENACEMOS, dice y como en el cuento de Cortazar, en el que el héroe se pierde en una galería en Buenos Aires y sale al otro extremo en una galería en Paris, aquí también se confunden el útero y la vida, la tumba y la muerte, que comparten sus cualidades subterráneas, escondidas, oscuras, misteriosas.

En una antología donde lo escatológico no es sombrío sino transición, no puede faltar la resurrección. VIVO EN UN ARCA AZUL, dice Garrafa, “un día bajará el nivel de las aguas/y podré sembrar estrellas…. Todo es azul, dice, “mi mujer me llama con voz azul azul azul” y le llama la vida, pero en el tramado verbal de este poemario, la vida no es “la luz” sino es todo, es la llama existencial pero es también el descenso al mundo oscuro, al no ser, condición indispensable del ser de la que Sánchez Garrafa, andino, heredero de tradiciones que Sánchez Castañeda –su padre- le inculcara desde niño, no se puede desligar en cada línea de este abecedario que nos dice de la unidad consustancial de vida, muerte, sueño y vigilia.


Sánchez Garrafa es un hombre vital, lejano aún de cruzar el umbral. Sin embargo, en sus reflexiones anticipadas, nos tira luces sobre un sendero que es oscuro porque normalmente nos incomoda iluminar. Este libro nos lleva de la mano por lo que es natural en el ser vivo, temor, horror, aceptación, resignación al olvido que conlleva el tránsito a lo que no sabemos. Pero nos da también herramientas para tomar este paso con naturalidad, con coraje, y por qué no decirlo, hasta con cierta excesiva seguridad: “Al escribir me desprendo de partes de mi ser”.

Solo desgajando las capas de ego del ser, puede uno enfrentar lo desconocido sin temor. Sánchez Garrafa nos dice que se puede, que es parte de la necesidad que implica ser, existir. Y al hacerlo, nos regala con varios bien logrados textos. Todos transitaremos por ese sendero, mis amigos. Tengamos veinte o setenta. “El día empieza a despedirse” dice el poeta, en su primer verso, y remata “saludemos a la noche”. Hagámoslo con la frente en alto, con alegría, sin falso coraje. Es el consejo valioso de quien ha pensado mucho en estos temas y ha elegido compartir sus conclusiones con nosotros, a través de un bien planteado poemario.
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Iván Loyola Velarde (Lima, Perú 1961). Biólogo marino en el Mar de Bering, se graduó en forestales y realizó un postgrado en estudios latinoamericanos. Ha recorrido el mundo y residido por muchos años en Vancouver-Canadá. Destacado narrador, es autor de relatos y artículos publicados en revistas en línea y en el magazine literario Hispanic Cultural Review de la Universidad George Mason. En 2009 quedó finalista del prestigioso premio Juan Rulfo organizado por Radio France Internacional. Ha sido ganador del COPE Bronce 2010 con "Un alquimista en el Caribe".

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