miércoles, 4 de noviembre de 2020

EL PENSAMIENTO ILUSTRADO EN LA MIRADA DE INMANUEL KANT*

Rodolfo Sánchez Garrafa
Julio Gilberto Muñiz Caparó
P. Rodolfo Dondero Rodo   


Inmanuel Kant (1724-1804) nació, vivió y murió en Königsberg. Sus principales obras son: Crítica de la razón pura, Critica de la razón práctica, y Crítica del juicio. Su vida coincidió, en gran medida, con el desarrollo y la influencia de la Ilustración alemana. La Ilustración aparece como el marco de su filosofía. Kant es un pensador ilustrado, es modelo y a la vez un crítico representante de los problemas, convicciones e ideales del llamado siglo de las luces. Su perspectiva filosófica parte de la percepción sensorial de cada persona y la lleva hacia el campo de la razón; esto era innovador y, sin duda, contribuyó a cuestionar la tutela a la que estaban sometidos los súbditos en los regímenes monárquicos europeos. El movimiento de la ilustración desembocó en la Revolución Francesa, precursora, a su vez, de las gestas independentistas en los dominios coloniales de Europa, especialmente en Hispanoamérica. Este puede ser un buen resumen del pensamiento de este ilustre filósofo.

Kant, en efecto, se ubica entre las mentes más vigorosas del proyecto ilustrado. Newton y Rousseau son dos de los personajes de su tiempo que más influencia ejercieron sobre su pensamiento; el primero, descubridor del rigor de las leyes y las relaciones constantes entre los factores implicados en los fenómenos físicos, se mostraba como el mejor modelo del investigador que aporta luces al conocimiento; el segundo, con sus ideas centradas en el hombre, repercutió en el campo de la educación, y está considerado como padre de la pedagogía moderna. Estos pensadores estaban convencidos sobre el poder del conocimiento humano para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, de ahí su preocupación por construir un mundo mejor.

Sabemos que La Ilustración fue un movimiento intelectual europeo que se extendió entre los siglos XVII y XVIII, cubriendo unos cien años, tiempo al que también se suele llamar el "Siglo de las Luces". Este lapso tiene como hitos, su inicio, vinculado a la finalización de la Guerra de los Treinta Años en 1648 (Paz de Westfalia) y, su término, coincidente con el comienzo de la Revolución francesa en 1789. De por medio, y bajo el predominio de la razón, pilar fundamental del conocimiento, se produjo una de las más sensacionales series de avances en el desarrollo científico, filosófico, político, económico y artístico que caracteriza a la Edad Moderna. 



Para Kant, la ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad; ésta consiste en la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro, por lo que las sociedades debían ser educadas, en lugar de ser entretenidas. ¡Sapere Aude! (¡Atrévete a pensar!), son palabras tomadas de Horacio, con las que Kant expresaba el carácter autónomo de la razón ilustrada. Para él, la razón es suficiente en sí y por sí misma, por lo que exige confianza en ella y, en consecuencia, la decisión de servirse de ella con independencia, sin otros límites que aquellos que le vengan dados por su propia naturaleza. ¡Ten valor y sírvete de tu propio entendimiento! Ésta es la invitación de Kant, y a la vez el rasgo esencial que define el estado de espíritu humano que sus contemporáneos y él mismo identificaron con la época en que vivieron. 

Tal como otros pensadores de la Ilustración, Kant estaba convencido de la necesidad de superar las trabas del espíritu y así conquistar la libertad. Sus postulaciones tuvieron una gran influencia en aspectos científicos, económicos, políticos y sociales de la época.


En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que más del 70 % de los europeos eran analfabetos, la intelectualidad y los grupos sociales más relevantes descubrieron el papel que podría desempeñar la razón, íntimamente unida a las leyes sencillas y naturales, en la transformación y mejora de todos los aspectos de la vida humana. La filosofía de Descartes –basada en la duda metódica para admitir solo las verdades claras y evidentes– y la revolución científica de Isaac Newton, apoyada en unas sencillas leyes generales de tipo físico fueron determinantes para este giro reflexivo. 

Al término de las guerras religiosas en 1648, el pensamiento europeo experimentó cambios filosóficos notables y sostenidos. En el siglo XVIII se desarrolló la primera Enciclopedia (La Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, de las artes y los oficios), como respuesta a la demanda de más conocimientos no solo filosóficos, sino de adecuación a las innovaciones en la ciencia y el arte. Los enciclopedistas se propusieron guiar a las sociedades hacia el progreso intelectual y la superación de la impotencia generada por las supersticiones, la irracionalidad y las perversas tradiciones que imperaban en la Edad Media, juzgada como un período de oscurantismo y de carencia de respeto a derechos humanos fundamentales.

Con la Ilustración se termina progresivamente la sociedad estamental que se venía arrastrando desde el feudalismo y emergió una nueva clase social, la burguesía, que adquirió conciencia de su poder económico y su importancia política, de forma que se propuso conquistar el gobierno de su destino a lo largo de los siglos siguientes a través de diversas revoluciones en que fue ampliando su presencia en los órganos políticos del Estado, relegando a la aristocracia a un papel subalterno. 

En el documento estudiado, el filósofo Inmanuel Kant se propone explicar lo que es la ilustración, para ello empieza haciendo entender que el hombre mismo es responsable de su dependencia y sometimiento al autoritarismo de los poderes que lo sojuzgan. Decía Kant que los humanos tenemos entendimiento y nada justifica esta culpa. La resignación o la costumbre de esta posición cómoda es aprovechada por los poderes políticos, religiosos, financieros, académicos, etc. El pastor reemplaza a la conciencia, el médico dictamina acerca de la dieta, y así sucesivamente, todos en procura de evitar la fatiga de pensar, de decidir por sí mismo. Sólo había que pagar, solo había que hacer voto de fidelidad, de sometimiento, actuando como un rebaño, como ganado doméstico que se mueve temeroso de cualquier riesgo y confía en el látigo del conductor. 

La minoría de edad, es decir la incapacidad para ejercer ciudadanía, denunciaba Kant, se había convertido en un rasgo de la naturaleza humana. Las reglamentaciones y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso social, ataban a una persistente minoría de edad. 


Kant veía que la ilustración iba a ser alcanzada lentamente, previó la caída del despotismo por la ocurrencia de una revolución, pero señaló que un verdadero cambio en el modo de pensar, solo ocurriría por mediación de la libertad de hacer uso público de la propia razón en todo respecto. Hizo sí una distinción del uso privado que aceptó pudiese ceñirse a las atribuciones previstas para cada función específica. Observó que, ante nuevas exigencias sobre el derecho a razonar, el sistema siempre responde asintiendo, admitiendo que se puede razonar todo lo que se quiera, siempre y cuando se obedezca. Obedecer y pagar esa es la cuestión fundamental. Por la férrea intrusión de esta manera de imponer el pensamiento, Kant veía que la ilustración iba a ser alcanzada lentamente, como ya se ha dicho. 

Para este pensador, una época no puede obligar ni juramentar para colocar a la siguiente en una situación en la cual le sea imposible ampliar sus conocimientos urgentes, purificarlos de errores y, en general, avanzar en la ilustración. Eso sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya determinación originaria justamente consiste en ese progresar, por lo que la posteridad tiene justificación para rechazar las disposiciones legales que pretendan mellar tal libertad. La piedra basal de todo lo que se puede decidir que sea ley para un pueblo, radica en la cuestión de si un pueblo puede imponerse a sí mismo una ley semejante. Eso hace posible tener esperanza de darse una ley mejor en un tiempo corto y determinado, introduciendo cierto orden que deje al mismo tiempo a cada ciudadano, principalmente a los sacerdotes en su calidad de sabios, la libertad de hacer sus observaciones públicamente. No obstante, para Kant no estaría permitido adherirse a una constitución religiosa inconmovible que no pueda ser puesta en duda públicamente porque ello haría infecundo un período en el progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento. 

Si ni siquiera un pueblo puede decidir sobre sí mismo, menos lo podrá decidir un monarca sobre el pueblo, pues su autoridad legisladora se basa en que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si él se preocupa para que cualquier perfeccionamiento verdadero o presunto sea compatible con el orden civil, puede permitir que los súbditos hagan por sí mismos lo que consideren necesario para la salvación de sus almas, pues se trata de algo que no le concierne; pero en cambio, sí le importará mucho evitar que unos impidan a otros con violencia el trabajar, con toda la capacidad de que sean capaces, por la determinación y el fomento de dicha salvación, ya que en ello consiste la libertad de credo. 


Luego, al preguntarse a sí mismo: ¿vivimos ahora en una época ilustrada?, responde que no, pero advierte que se está viviendo en una época de ilustración: el siglo de Federico II de Prusia, una época de transición democrática habría que volver a decir, empleando conceptos actuales. Sobre este monarca dice Kant: “Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que tiene por deber no prescribir nada a los hombres en materia de religión sino dejarles en eso en plena libertad, y que inclusive rechaza para sí el altivo nombre de tolerancia, es él mismo ilustrado y merece que el mundo agradecido y la posteridad lo ensalcen como aquel que, al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad y dejó a cada uno en libertad para que se sirva de su propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia”. 

Kant pone acento en la salida de una prolongada minoría de edad, especialmente en asuntos de religión, porque este es el frente en el que la afición a jugar el papel de tutores de los súbditos es más acentuada. Los jefes de Estado debieran favorecer la libertad de hacer uso público de la propia razón y de exponer públicamente al mundo sus pensamientos acerca de una concepción más perfecta del mismo. Esto debería hacerse gradualmente, según Kant, un grado controlado de libertad civil le parece aconsejable, porque lo que importa es que la semilla germine y con ella la vocación no desaforada al libre pensamiento. 


Sobre estas bases, la libertad, los derechos humanos, la democracia, la igualdad de oportunidades, el capitalismo y su correlato, la economía de mercado, el impulso inigualable a la tecnología, la importancia de la ciencia, el papel destacado de la producción e intercambio de bienes y servicios como forma de vida, fueron dimensiones de nuestro mundo que se establecieron y se consolidaron a partir del extraordinario legado de la Ilustración, sin duda, el movimiento filosófico, político, económico y cultural que más impacto ha tenido en la historia de la humanidad y con total vigencia en el inicio de este nuevo milenio. 

Consideramos que la valoración de la libertad es la parte sustantiva del ensayo de Immanuel Kant, quien la reconoce como un “imperativo superior”. Es por ello que pensar la libertad como una concesión, o un derecho que se ejerce gracias a la garantía de la Ley, lleva a vivir en esclavitud, bajo un yugo que somete al que se limita a acatarla. Si la garantía de la Ley preexistente, la que se halla vigente y reglamentada dentro de un ordenamiento artificialmente consensuado, fuera suficiente para asegurar la libertad del hombre, entonces la libertad desaparecería con la derogación de la Ley. Sin Ley, la libertad pasaría a ser un simple anhelo, un deseo de algo que pertenecería a lo ajeno y desconocido. Si, en cambio, aceptamos a la libertad como un bien inmanente a todo ser humano, no habrá forma de abolirla sino con la muerte, puesto que aun aquellos que hubiesen sido sentenciados por infringir otras leyes, y estando privados del derecho a transitar, al encontrarse confinados en celdas, no podrán ser privados de su libertad de pensamiento y expresión.


Sin embargo, es importante anotar que el asunto de la valoración de la razón a rajatabla ya fue empezado a ser puesto en serio examen por el propio Kant, al hallarse diversas interpretaciones antagónicas:

  1. Por un lado, el dogmatismo racionalista, que pretende interpretar la estructura y sentido de la totalidad de lo real por la sola razón, autónoma y al margen de toda experiencia y de lo dado. Aspecto que dio lugar a su Crítica de la Razón Pura;
  2. Por otro lado, el empirismo, cuya última expresión es el escepticismo, que pretendereducir el pensamiento a lo dado, derrocando así a la razón. Asunto que abordó en su Crítica de la Razón Práctica.
  3. Por último, el irracionalismo, entendido como hipervaloración del sentimiento, de la fe mística o del entusiasmo subjetivo y que, por tanto, deviene en negación de la razón misma. Quizá vinculado a su Crítica del Juicio.

He aquí tres interpretaciones antagónicas e irreconciliables de la razón, que imponen, según Kant, la necesidad de llevar a cabo una crítica o examen de la misma. Una crítica de la propia razón sobre sí misma, sobre su alcance y sus límites. La etimología del término "crítica" revela la acción de delimitar, discriminar o separar.

La solución de Kant, más allá de su racionalismo, es idealista. Para él, la realidad tal como es no se conocerá nunca. La cosa en sí o noumeno es inaprensible, lo que conocemos es solo el fenómeno a partir de nuestra percepción. Kant acribilló también de dudas al conocimiento por la experiencia y enarboló los derechos de la razón como árbitro de todos los testimonios de los sentidos. Hoy, nos es fácil reconocer que todas las formas de aproximación al conocimiento son útiles e incluso necesarias, ya que, según el campo de conocimiento de que se trate, ocurrirá un predominio de los recursos sea de la experiencia, de la razón e incluso de la intuición.


Lo interesante para nosotros, en el siglo XXI, es que nos hallamos en una circunstancia histórica en que el sistema se muestra asimismo como inconmovible, un sistema liberal deshumanizado, sin sentido de comunidad, cultor del individualismo. Nos hallamos de manera semejante ante la imprescindible necesidad de recuperar la palabra y el pensamiento en libertad, requerimos de hombres que piensen por sí mismos.

Esa es una filosofía y una praxis que la cultura andina desarrolló en nuestro continente desde sus orígenes, con resultados excelentes. Nuestros ancestros compartían sus tradiciones destinadas a lograr el equilibrio por intermedio de “la paz comunitaria” en base al ejercicio de una cultura de valores sostenidos por la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad haciendo las cosas del mejor modo por el bienestar común. 

* Artículo elaborado por los autores a partir de la lectura del texto denominado: "Respuesta a la pregunta ¿Qué es la ilustración? escrito por Kant, originalmente publicado en Berlinische Monatsschrift, diciembre de 1784. Traducción del profesor Rubén Jaramillo V., y tomado de Argumentos No. 14 a 17, 1986.

martes, 18 de agosto de 2020

Destino, Providencia y Libre Albedrío según Ananda K. Coomaraswami

Rodolfo Sánchez Garrafa
Julio Gilberto Muñiz Caparó


        Ananda Ketish Coomaraswamy, uno de los más importantes exponentes del esoterismo tradicional en el siglo XX, nació en 1877 en Colombo-Ceilán, fue hijo de Mutu Coomaraswamy, jurista de origen indio y de Elisabeth Clay dama de origen inglés. Tuvo una formación académica occidental, estudió en el prestigioso Colegio Eton y en la universidad de Londres donde obtuvo un doctorado en ciencias (1904). Fue el iniciador de un movimiento para la educación nacional en la India y derivo sus intereses hacia la filosofía del arte. En los años de la primera guerra mundial tuvo a su cargo la dirección del departamento de artes del islam y del medio-oriente y se instaló así en Norte América. A partir de la mitad de los años 30s mantuvo correspondencia con René Guénon y reconsideró sus ideas respecto al budismo aceptándolo como una tradición auténtica. Su bibliografía es vastísima, escribió de hecho más de un millar de títulos entre libros y artículos. Pese a su deseo no pudo concretar su retorno a la India, y falleció en Needham, Massachusetts, el 11 de septiembre de 1947. Destino y libre albedrío nos permiten ser recipiendarios del legado de este gran pensador.

Destino y libertad de elección


Este comentario colectivo es un acercamiento a las orillas del pensamiento plasmado en el trabajo titulado Destino, Providencia y Libre Albedrío* escrito por Ananda Ketish Coomaraswami, que como ya anticipamos fue un especialista en arte oriental, destacado estudioso del simbolismo, mitología, metafísica y religión comparada. De inicio, no podemos dejar de advertir que para el pensamiento racional, hay una oposición e incompatibilidad insuperable entre la idea de destino y del libre arbitrio o libertad de elección. Entendido el destino como un poder sobrenatural que guía la vida humana, un programa preestablecido que cada ser humano se limita a cumplir, no es posible conjugarlo con una deseable capacidad de adoptar decisiones autónomas; en efecto, el libre albedrío parece ir en contra del destino entendido como algo inevitable, como fatum. En lo que sigue, veremos que existen posibilidades de solución a este dilema.

Para Coomaraswamy, todo acontecimiento ocurre necesariamente dentro de la posibilidad lógica que le antecede. Cada nuevo individuo proviene de una potencialidad antenatal, que deja de ser potencial en el momento mismo de la primera concepción de la criatura y después durante toda su vida, a medida en que las posibilidades de tal potencialidad se concretan en actos, conscientes e inconscientes, que buscan manifestarse de manera imperiosa.


 
Lo que para Coomaraswami está predefinido son las «circunstancias» en las que uno nace: por un lado, su entidad individual que consiste en alma y cuerpo propios y, por otro, su entorno natural y social. Estas circunstancias constituyen un conjunto específico de posibilidades, así tendríamos que el nacimiento es una oportunidad de realización personal y social. En cambio, el «libre albedrío» es una libertad para hacer uso o para dejar pasar la oportunidad de devenir lo que uno puede devenir bajo las circunstancias en las que cada quien nace.

El tema nos permite abordar investigaciones realizadas por el neurólogo estadounidense Benjamín Libet, un científico nacido en 1916, quien asegura que "el ser humano no tiene libre albedrío". Y sostiene: «cada vez que los seres humanos decidimos hacer cualquier cosa, en realidad es nuestro cerebro el que ya tomó la decisión y, a veces, hasta varios segundos antes». Afirma que "ésta no es una especulación sino un hecho científicamente comprobado". Años después, surge la "neurocultura", un proceso empeñado en revaluar la concepción del mundo que discute la existencia del libre albedrío y como consecuencia la existencia de Dios. Al respecto, el investigador Javier Jiménez afirma que la ciencia lleva siglos en esta batalla, donde filósofos y pensadores ligados al dogma, se mantienen firmes e invariables. Sin embargo, dice, "ninguna propuesta de esa naturaleza resulta concluyente".

Se considera evidente que la libertad del individuo no es ilimitada. Nadie puede llevar a cabo lo imposible, aunque tal imposible pueda ser algo posible en algún otro «mundo». Un individuo nace de un modo determinado y no podría hacerlo de forma distinta, sus posibilidades están dadas desde el nacimiento; todo lo que el individuo puede realizar durante su existencia depende de las provisiones presentes en su propia naturaleza. Cada individuo es único. Ciertas posibilidades específicas le son accesibles al individuo determinado y muchas otras le son vedadas. Este pensador ejemplifica refiriéndonos al hombre que está en Londres y que no puede ser un león en África. A estas posibilidades e imposibilidades, les solemos designar como el sino o destino del individuo.


 

La libertad de nuestra voluntad individual es la capacidad que tenemos para hacer lo que podemos hacer, o para abstenernos de hacerlo. Cuando somos forzados a actuar o sufrir contra nuestra voluntad no es debido a una coerción de la voluntad, sino de los implementos disponibles. Sentimos coerción en apariencia ya que solemos identificarnos con los implementos que nos son accesibles. Si cada uno de nosotros se conociera a sí mismo, todo sería mucho más claro, porque al comprender nuestra propia naturaleza podemos sopesar lo que es posible bajo circunstancias dadas. Puede comprenderse así que la providencia no interfiere con el sentido de libertad individual. Dice Coomaraswamy que hay, de hecho, una coincidencia entre la providencia y el libre albedrío. Es posible conocer la esencia de otro y prever su destino particular, pero esto no interfiere para nada en la libertad del otro.

La providencia

Registran los diccionarios que el término providencia concierne a aquello que se dispone de manera anticipada o que permite alcanzar una cierta meta. Por lo general, el concepto se refiere a lo que concede una divinidad (en este caso, se escribe con mayúscula inicial: Providencia). La Divina Providencia es entonces un concepto religioso por el cual una divinidad crea e influye en el universo, en especial sobre la Tierra para el socorro de la humanidad. Coomaraswamy afirma que la Providencia de un Dios omnisciente, posicionado en el centro de la rueda, presencia inevitablemente el pasado y el futuro en un ahora. Este «ahora» será el mismo mañana que el que fue ayer, y en su esfera no interfiere para nada en la libertad de criatura alguna. No deberíamos ver a la Providencia como una previsión en el sentido temporal, como si se tratara de ver hoy lo que acontecerá mañana. Lejos este sentido temporal, la Providencia es una visión siempre simultánea con el acontecimiento. No cabe considerar que Dios mire hacia el futuro o hacia el pasado.


Por consiguiente, al ser humano nada le es impuesto arbitrariamente ya que todo se ajusta a un programa perfecto que cumplimos con ejecutar. Expone Coomaraswami: «todo lo que nos acontece es solo una posibilidad cuando se presenta la ocasión. El hombre es libre de hacer o de no hacer, según la circunstancia. El hombre marca su destino según su propia naturaleza. La providencia no interfiere en modo alguno con el sentido de libertad». Y concluye, «Debemos asumir una providencia omnisciente en Dios, que desde su posición en el centro de la rueda es presencia inevitablemente del pasado y del futuro ahora, un 'ahora' que será el mismo mañana que el que fue ayer.» Consiguientemente, es un error considerar que Dios mira hacia adelante hacia un acontecimiento futuro o hacia atrás un acontecimiento pasado, este tipo de ocupación carece de significado, como carece de significado preguntar ¿qué hacía Dios antes de hacer el mundo?.

Guenon considera a la providencia como la "reina de todas las cosas" y Tomas de Aquino afirma que "es Dios quien gobierna el cosmos". Agreguemos la opinión de Boecio que en el siglo VI decía: «la providencia y el destino comparten un mismo objeto, el plan de Dios y su creación; así pues, el Plan visto por Dios es la Providencia y está en el interior de Dios mientras que el plan manifestado en el mundo es el Destino que se encuentra en el exterior de Dios o en su creación». Este pensador concluye lo siguiente: «… filosóficamente, la providencia es la esencia de cualquier existencia posible y el Destino es esta esencia pero ya existente y desplegada en el mundo de las cosas sometidas al cambio».

Incertidumbre y aceptación del destino


Nos dice Coomaraswami que no es imposible zafarse de un destino previsto. El destino es para aquellos que han comido del Árbol, esto es para aquellos que han adquirido consciencia de ser y de tener capacidad para hacer. La adquisición filogenética de la conciencia humana sería análoga a la adquisición ontogenética de la conciencia por las criaturas humanas que de un estado de inocencia pasan a tener conciencia de sus actos. El espíritu que entra en todos los seres nacidos con cuerpo-y-alma, toma la rienda del accionar humano, permitiéndole hacer uso de la libre elección.

Mediante la libre elección aceptamos el destino, es decir la pasión de bien y de mal. Según el caso, le damos la bienvenida al destino o tratamos de evitarlo, pero no podemos dejar de encararlo, esto es de sumarnos al movimiento de la rueda. Hagamos lo uno o lo otro siempre seremos los mismos que estábamos destinados a ser. Podemos encarar el destino con prudencia, osadía, humildad, ambición, egoísmo o altruismo, rebeldía o resignación, pero siempre será nuestra propia naturaleza la que nos lleve a perseguir un destino del que estamos preadvertidos y para el que tenemos disposición. En la mitología y la literatura heroica el sentido del honor empuja al héroe haciendo que prosiga lo que ha comenzado incluso ignorando la advertencia, dado que está «predestinado» a ser lo que finalmente va a ser.

Conocer el destino infunde temor y, paradójicamente incertidumbre, ¿Podré cumplir mi destino? ¿Es inevitable que éste sea mi destino? Coomaraswamy ejemplifica esto acudiendo a la vacilación del mesías, como ocurre con Agni en el Rg Veda Sanhitā, con Buddha y Jesús. Estos personajes arquetípicos sufren la incertidumbre pero aceptan su destino.

 

El deseo no debe confundirse con la pesadumbre. El deseo abriga una posibilidad de ser, real o imaginaria. Lo cierto es que no es viable desear lo imposible, por eso la imposibilidad causa pesadumbre. No cabe lamentar la leche derramada, ni jalarse los pelos por un viaje frustrado, nada acontece a no ser por necesidad. Aquí consignamos un comentario suelto recogido de una publicación que firma alguien llamado Carlos Gershenson:«Es cierto que los deseos no satisfechos nos traen decepciones. Pero los deseos satisfechos nos traen satisfacciones. ¿Cuál es mayor? Creo que mientras más sufra uno, más apreciará los momentos de felicidad, y vice versa. El que no desea nada no sufre decepciones, pero tampoco satisfacciones. Está más allá del deseo y la decepción. ¿En realidad es feliz? No es feliz, pero tampoco desdichado. Más bien se aburre de lo lindo. ¿Entonces qué es mejor? Parece que no importa qué camino escoja uno, la balanza de dicha y dolor siempre quedará balanceada. Depende del espíritu de cada quién cuál se nos acomode mejor. ¿O de su DNA?».

Ese espíritu, ese programa inscrito en el DNA, es precisamente la idea de la potencialidad antenatal enunciada por Coomaraswami.

Nos recuerda Coomaraswami que, para Santo Tomás, la ciencia y la teología están de acuerdo en que el curso de los aconteceres está determinado causalmente, ya que Dios no gobierna solo sino que lo hace por medio de las causas mediatas, así el mundo no resulta privado de la perfección de la causalidad… Todas las cosas (en la cadena del destino) son hechas por Dios a través de las causas segundas que según Hoobes son los actos creadores de los propios hombres. De manera similar, la Ívetāsvatara Upanisad distingue entre el Brahman, el Espíritu de Dios, el Uno, como la causa permanente, y su Poder o Medio de operación (ßakti = māyā, etc.); conocido como tal por los contemplativos. De la misma manera, el Brahman no opera arbitrariamente, sino de acuerdo con propiedades variables inherentes a los caracteres de las cosas como son en sí mismas, cosas que deben su ser al Brahman, pero que son individualmente responsables de sus modalidades de ser. Este es el punto de vista tradicionalmente ortodoxo, como lo expresa Plotino «se ofrece todo, pero el recipiente es capaz de acoger sólo un tanto», y Boehme «como es la armonía, es decir, la forma de vida, en cada cosa, así es también el sonido de la voz eterna en ella; en el santo, santo, en el perverso, perverso… por consiguiente, ninguna criatura puede culpar a su creador, como si él la hiciera mala». Nos permitimos puntualizar que el problema del mal o Paradoja de Epicuro consiste en la contradicción que surge al combinar la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo con la existencia de un Dios omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente. Está claro que esto no es un problema en el pensamiento andino, desde que reconoce la complementariedad de los opuestos; por otra parte, la idea del eterno retorno desde la ciclología andina compatibiliza bien los conceptos de destino y libre albedrío, por ejemplo en los mitos fundacionales.


Cabe señalar que Max Scheler, en consonancia con Coomaraswamy, afirma la existencia de la libertad del ser “espiritual” que desligado de sus impulsos y del medio, se abre al mundo; no obstante, dice que el destino es el límite del libre albedrío. Si alguien decide libremente actuar siempre conforme a la ley, de forma que en idénticas condiciones su comportamiento será siempre el mismo, resultará que su obrar es perfectamente predictible, pero no por ello menos libre. Hay en ese caso libertad, pero no casualidad o indeterminismo; es más, el analista teórico hablaría incluso de determinismo. Esto significa que, en realidad, las nociones destino y libre elección no son diametralmente opuestas, sino que son realidades multidimensionales que presentan una complejidad interna. Sometidos a examen filosófico, destino y libre albedrío son más compatibles entre sí de lo que parece: en el acontecer, el destino vendría a ser una especie de puerta abierta a una noción de libertad superior al libre albedrío.

Referencia

 * Artículo de Ananda K. Coomaraswami, publicado en Studies in Comparative Religion, vol. 13, nº 3 & 4, 1979. Para esta comunicación se ha estudiado la versión que aparece en Letra y Espíritu. Revista de Estudios Tradicionales Nº 36. Pardes 2014.


jueves, 11 de junio de 2020

Una epidemia global bajo la sombra de nuestros temores históricos*

Rodolfo Sánchez Garrafa

El estado de crisis en que se encuentran las sociedades en el mundo actual, constituye un evento histórico complejo; como tal tiene muchas causas y múltiples consecuencias, cual nos lo recuerda Noam Chomsky. Debemos considerar al COVID-19 como lo que es, el disparador de una serie de sucesos que nos permiten ver con claridad cómo se manifiestan fortalezas y debilidades, que en particular inciden en:
  • La reacción de los diferentes Estados ante la enfermedad como expresión de una moral internacional,
  • La competencia real de los gobiernos frente a una situación de ineludible emergencia, y
  • Nuestra situación particular como sociedad tras casi 500 años de haber sido invadidos.



Vayamos por el principio, así sea a grandes rasgos. Tendría que haber sorprendido al mundo la ocurrencia de esta pandemia? Al parecer no. La historia nos muestra que epidemias virulentas como el COVID 19 son esperables y pueden brotar en cualquier lugar por diferentes causas. La pandemia del COVID 19 asolando el mundo no es –como pudiera pensarse apresuradamente– un hecho insólito nunca antes experimentado por las sociedades humanas. Las enfermedades son consustanciales a la evolución humana y las epidemias han tenido un papel crucial en su historia. Así lo demuestran estudios de paleopatología, arqueología de la prehistoria, microbiología, principalmente. Nosotros mismos vimos cómo esto ocurrió no hace mucho por comer vacas, pollos y cerdos infestados.


Steven Polgar en un célebre artículo denominado “La evolución de las enfermedades de la humanidad” (1964) señala que el hombre no evolucionó solo. Hemos evolucionado en compañía de un buen número de microorganismos. Muchas de estas criaturas diminutas nos son necesarias y nos prestan muchos servicios: nos ayudan en la digestión, fermentan diversos alimentos que requerimos tales como la harina a la hora de hacer pan y la leche para el queso, nos sirven para hacer cerveza y otras bebidas espirituosas, y, en fin, destruyen desperdicios. Pero, claro, son responsables de innumerables enfermedades que nos agobian a lo largo de la vida. Hay que hacer corta esta historia introductoria, el hecho es que venimos conviviendo con todo tipo de gérmenes por miles de años, cuando no millones. (La presencia propiamente humana ha sido establecida en unos 2.5 millones de años, con la aparición del género Homo, que se toma como punto de inicio para el Paleolítico o Edad de Piedra).

Pero más puntualmente, a lo largo de los siglos la propagación masiva de microorganismos produjo epidemias que afectaron al Viejo Continente cada pocos años: tifus, disentería, sarampión, cólera y muchas más. Una de ellas, la llamada “peste” resultó especialmente nociva, hasta el punto de que su nombre se utiliza aún para designar cualquier patología, infecciosa o no, que provoca una gran mortandad. Aunque apareció en múltiples ocasiones, la de 1348 ha permanecido en la memoria histórica del mundo como la más dañina. Alcanzó un nivel tan devastador que un tercio de la población europea sucumbió a sus estragos. Después regresaría a intervalos más o menos regulares: 1363, 1374, 1383, 1389..., aunque nunca con aquella intensidad letal. La peste constituía un castigo, expresión de la cólera de Dios ante los pecados de los hombres. 


En 1918, con la gripe española, volvió una pandemia tan letal como las de siglos anteriores. Significó la muerte, en dos años, de más de cuarenta millones de personas en todo el mundo. La pandemia se abalanzó sobre una Europa que aún no había salido de las calamidades de la Primera Guerra Mundial. Los servicios médicos se encontraron desbordados ante aquella amenaza de origen incierto.

Hace pocos meses, la lectura del relato Ciudad apocalíptica del escritor Enrique Rosas Parravicino me proyectó al tiempo del tabardillo, esa peste de tifus que cundía en el Cusco de 1720 acarreando una fiebre maligna causante de la putrefacción del cuerpo y corrupción de la sangre.

El jinete del apocalipsis

En sentido figurado, un apocalipsis puede ser un evento catastrófico o un cataclismo de dimensiones planetarias, el paso previo al fin del mundo. Tal imaginario escatológico comprende unos jinetes que anuncian la llegada de los últimos tiempos, el hambre, la guerra, la muerte. Hago tal referencia, impresa en el subconsciente colectivo, porque la pandemia que sufrimos tiene tal magnitud que, en los hechos, sacude al mundo entero.

Estos jinetes parecen cabalgar sobre el mundo en estos tiempos. Dos grandes secuelas derivan de la pandemia del coronavirus: 1) una primaria que tiene que ver con una crisis sanitaria, acompañada por una crisis económica y social; y 2) una derivada que se liga con el enorme impacto que ha tenido en las emociones y en los comportamientos individuales y sociales.

Hoy a nivel planetario, la pandemia de coronavirus ha desatado otra pandemia, tal vez más grande, de ansiedad y miedo ante la incertidumbre. Nadie sabe a ciencia cierta lo que esta crisis puede generar a nivel social, económico y político a todo nivel, desde el individuo y el hogar familiar, hasta la aldea global. 

¿Cómo reaccionaron los contemporáneos de las catástrofes sanitarias históricas?

No hay duda que las catástrofes sanitarias siempre infundieron miedo en la población. Procurando entender tales acontecimientos de magnitud, los hombres se hicieron conscientes de que estos eventos nunca aparecían en solitario, sino unidas al hambre y la guerra, es decir junto a los otros jinetes del apocalipsis. Para aquellos de espíritu religioso, la enfermedad se explicaba en última instancia como un castigo, una expresión de la cólera de Dios ante los pecados de los hombres. Por eso, muchos acostumbraban a representar la peste como una lluvia de flechas que afectaba a todos por igual, ricos y pobres, jóvenes y viejos.

Este carácter igualitario y su naturaleza repentina eran los rasgos que más llamaban la atención del hombre medieval. Nadie estaba a salvo. Uno podía estar sano y morir a los dos o tres días, tal como observó el religioso Jean de Venette durante una peste en el París del siglo XIV. La aparición abrupta de microorganismos desconocidos generaba un temor que podía llegar hasta la psicosis.

Recordemos que la rapidez con que un puñado de conquistadores españoles desmanteló las estructuras de poder de los pueblos precolombinos, formados por millones de personas, no se debió sólo a su superioridad militar, sino también –o tal vez sobre todo- a las enfermedades que traían consigo y ante las que las poblaciones indígenas carecían de defensas. En cambio, cuando casi tres siglos después otros europeos, en este caso tropas francesas, llegaron a Haití para reprimir la revuelta de los esclavos, cayeron derrotados por una terrible epidemia y no pudieron hacer nada para evitar la independencia. 

Cuando nos afecta el miedo tenemos necesidad de establecer quién es el culpable

Nos angustiamos al punto de preguntar ¿Por qué nos castiga Dios? Por lo tanto, podemos describir el miedo como “... una emoción-choque, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conservación”.

Las reacciones frente al impacto sorpresa no son unívocas, se desencadenan de manera diferenciada según las características culturales y sociales y de condicionamiento psicológico de los sujetos afectados. El sustrato sobre el cual se desencadena el miedo estaría dado por la preeminencia de una dialéctica entre las nociones de seguridad e inseguridad que todo sujeto, grupo o comunidad posee, y que elabora a partir de la visión de mundo que construye desde de la estimación de sus propias condiciones materiales de existencia.

Es determinante que la angustia se constituya en miedo, ello debido a que es imposible conservar el equilibrio interno afrontando durante mucho tiempo una angustia flotante, infinita e indefinible. A los humanos nos resulta necesario transformar la angustia y fragmentarla en miedos precisos de alguna cosa o de alguien. Una vez que la angustia ha pasado a tomar la forma de un miedo específico, el individuo va a buscar la fuente responsable de la amenaza identificada.

Para dar sentido a los acontecimientos, muchos buscaban un chivo expiatorio al que culpar. Entre los sospechosos habituales, la historia señala que se han encontrado los extranjeros, los marginados sociales o las minorías culturales (caza de brujas). Va más allá esto, al punto que el “Otro” se transforma en una amenaza, el espacio público se transforma en peligroso, las familias entran en conflictos al percibir la amenaza desde diferentes perspectivas y tensionar el cuidado familiar con la necesidad de salir al mundo a trabajar e intentar sostener un sistema de vida que nos procure seguridad. 

Tan cierto es esto que las ejecuciones de minorías étnicas (caso judíos) llegaron a considerarse una medida profiláctica para prevenir la extensión de epidemias. En 1348, varias personas fueron quemadas en Stuttgart, y eso que la ciudad aún estaba libre de la epidemia, que no llegaría hasta dos años después. La peste contribuía a acentuar un antisemitismo ya enraizado en la mentalidad de la época. Boccaccio, en el Decamerón, afirma no sin exageración que en Florencia murieron más de cien mil personas durante la peste de 1348. Allá por el año 1918, en un ambiente de angustia, la prensa francesa culpó de una epidemia de gripe al enemigo germano, se elaboraban las teorías más descabelladas, entre ellas los rumores sobre conservas llegadas desde España en las que los agentes del Káiser –según se dijo– habrían introducido agentes patógenos. Se trataba de auténticas visiones de guerra bacteriológica.

En los ochenta, la histeria por el sida desencadenaba actitudes persecutorias hacia los más débiles. Las personas con inmunodeficiencia adquirida fueron estigmatizadas y discriminadas, en un clima de histeria generalizada. Hoy mismo todavía es posible encontrar personas para las cuales se trata de una enfermedad que sobreviene a prácticas inmorales. 

Una medida socorrida de seguridad es el aislamiento social, el mismo que genera profundo impacto en la manera cómo nos relacionamos, poniendo en crisis nuestros estilos de vida y cotidianeidad. La omnipresencia, silenciosa y agresiva del COVID 19, sumada a su impacto sanitario, ataca nuestra naturaleza gregaria, nuestra necesidad de contacto e interacción cara a cara, del abrazo, del beso, del encuentro, de la necesidad de darle cuerpo a la comunidad. 

En el pasado, el miedo a la muerte implicaba el temor a la condenación eterna. Nada podía ser peor que morir sin haberse confesado. Es que el miedo es una emoción política fundamental y un disciplinador social ya establecido, lo cual no es un descubrimiento reciente, pues ya lo señaló Hoobbes en su Leviatán. El miedo es una emoción política fundamental, como lo expresa el filósofo norcoreano Byung Chul Han, para quien el capitalismo de las emociones explota precisamente el miedo como forma de control y persuasión social, principalmente a través de los medios masivos. Hoy más que cosas concretas consumimos emociones, así se abre un nuevo campo de consumo imparable. Por medio de la emoción se llega a lo profundo del individuo y se lo somete a un control psicopolítico.


Hemos apreciado en nuestro medio la aparición de actitudes excluyentes, amparadas en una noción restringida de seguridad pública. Los responsables de la propagación del virus son los ignorantes, los pobres diablos, los habitantes de las áreas periféricas y más pobres, la gente que compra en los mercados populares y vaya usted a ver que muchos de estos sujetos discriminadores hacen cola para recibir su bono de ayuda económica. En la calle menudean comentarios sobre la inconsciencia y ligereza de la masa popular, es ella –se afirma- la que no comprende las necesidades de aislamiento, de profilaxis provocando que se agrave y prolongue la pandemia.

Llamadas a la precaución que en principio son necesarias, a fuerza de violencia simbólica pasan a mostrarse como lo que realmente son: instrumentos de sometimiento y docilidad, que devienen en ilegítimos mientras no justifiquen la razonabilidad de sus disposiciones. ¡No pienses, obedece! ha sido la lógica impuesta a lo largo de la cuarentena.

El auxilio ante la emergencia, Estado e instituciones de salud pública

El gobierno sabe lo que hace. Tal afirmación resulta deleznable en cuanto se descubre que nadie, que ningún gobierno, sabía en principio lo que hacía, pero unos fueron más inteligentes y/o más oportunos que otros en sus decisiones. Lo que es peor, ocurre cuando hay ocultamiento de la situación, falta de transparencia en el reconocimiento de la capacidad o incapacidad de atención, para finalmente llegar a donde debió partirse, esto es: la seguridad frente a la epidemia está en lo fundamental en las manos de cada ciudadano, en tanto que la suma de las voluntades personales es la capacidad real de una sociedad frente a previsiones que son matemáticas, estadísticas: la famosa meseta, los segmentos sociales y biológicos de mayor riesgo, etc.

La ya larga presencia del Covid 19, tiene múltiples implicancias. Estados como el nuestro no sólo han sido incapaces de brindar protección, sino que se han transformado en un actor más de aquellos que provocan intensas sensaciones de incertidumbre y temor de los sectores populares en una dimensión psicosocial y sociopolítica significativa. Hoy la pandemia es selectiva, ataca preferentemente a una población identificada como en alto riesgo.

El Perú, según cifras disponibles, invierte en salud 681 dólares per cápita, a diferencia de los 2,229 dólares de Chile o los 2,102 dólares de Uruguay. En número de camas, el Perú contaba con 16 por 10.000 habitantes; Argentina, 50; y Uruguay, 28. A raíz de la pandemia, el gobierno ha informado que nuestro país ha hecho el esfuerzo de pasar de 247 camas de Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) a tener 1,000, según afirmó el viceministro de Prestaciones y Aseguramiento en Salud, Víctor Bocángel, al resaltar que este resultado es producto del trabajo de los servicios de salud.


Lamentablemente, los hospitales se han visto rebasados en su capacidad de atención; en general, no estaban preparados para atender emergencias de magnitud y ya ni se diga esta pandemia, por lo demás imprevisible. Nuestra infraestructura de salud es deficiente, con graves carencias logísticas. Que la responsabilidad de este estado de cosas viene de períodos pasados es cierto, pero en años recientes el servicio de salud estuvo postergado y la seguridad social se halla en colapso.

Debido a la debilidad del sistema de salud, la única arma efectiva con que se ha contado en la práctica para amortiguar el impacto de la epidemia ha sido la cuarentena. La cuarentena ha tenido como finalidad principal mantener los servicios médicos despejados y, en los hechos, como un mecanismo de supresión de la necesidad de usar estos servicios insuficientes e impotentes.

De hecho, la atención de emergencia en asuntos de salud, es más una cuestión individual y familiar que social. Esto sucede por los déficits de la atención hospitalaria pública ya señalados.

La búsqueda de refugio frente a la afectación de la aldea global 

La primera y lógica reacción de una colectividad es esperar el pronunciamiento y disposiciones de sus líderes, de sus autoridades. Buscamos amparo en quienes dirigen nuestra sociedad nacional. El gobierno es el que cuenta con las atribuciones necesarias para instaurar orden, poner orden, dar una orden, o mantener orden, son acciones que descansan sobre el ejercicio potencial de la fuerza pública. 

Las acciones destinadas a producir e instituir orden por parte de un poder o autoridad, tienen la particularidad de afectar todos los ámbitos de la vida social, incidiendo con ello en las concepciones y construcciones de orden que un conglomerado social incorpora o no para sí. De este modo, la construcción de orden se subordina y es dependiente de la concepción de orden que asume el que la ejerce, y de la capacidad que tiene de expandir esta concepción hacia todas las esferas de lo social, debido a que su continuidad requiere necesariamente de ejercer un control social efectivo.

No es solo el empleo de la fuerza pública el respaldo de las acciones de gobierno. También comprobamos que se apela al bombardeo constante con información destinada a asegurar la docilidad social lo que, más allá de su propósito ordenador, provoca una mayor ansiedad, con efectos inmediatos en la salud mental de la población. 


Consecuentemente, la búsqueda de una zona de seguridad efectiva es una resultante natural de los acontecimientos. Para cualquier individuo se hace necesario evitar el sentimiento constante de amenaza cuyos efectos en la psique son más que traicioneros.

Se ha dicho que las crisis requieren de la voluntad colectiva de ayudarnos unos a otros. Así como nos hacen dar cuenta de manera muy cruda sobre la vulnerabilidad de la especie, también nos ponen frente al reto de saber que de ese espíritu cooperativo depende que podamos salir del problema. El altruismo debiera funcionar como una razón más poderosa que la obligatoriedad, para que el real valor de “nosotros” como seres humanos no se dé frente a la ausencia de miedo, sino en la responsabilidad y el compromiso solidario de cada uno con los demás. Como enunciado de valor esto es resaltable, pero la realidad dista mucho de lo deseable.

En el panorama internacional vemos que la cooperación se ha retraído. No han surgido respuestas solidarias a partir de prácticas globales; al contrario, países poderosos se muestran avaros con la información disponible y con sus recursos tecnológicos, compiten y desconfían mutuamente. El realismo nos muestra que la cooperación en situaciones de amenaza global es difícil, porque hemos visto a los Estados enfocados en su propio problema y sin interés por los otros. Funciona la premisa de la autoayuda. Los Estados cooperan solo cuando les interesa. De ahí que las fronteras entre los estados poderosos se estén volviendo más altas.

Al desatarse el pánico global, se ha producido el afloramiento de una macro onda de egoísmo. Las potencias, que se presuponía podrían liderar respuestas de solidaridad internacional, se han retraído sobre sí mismas. La caparazón, justificadamente armada por los Estados, ha terminado por aislar cualquier esfuerzo nacional, toda ayuda ha pasado a evaluarse en términos de beneficio a obtener. Cada Estado ha ido quedando a merced de sus propias posibilidades y recursos.

En pocas palabras, nos encontramos ante un mundo que, para una emergencia en materia sanitaria/humanitaria que amenaza la seguridad de cada Estado y sociedad, parece refugiarse en un sistema de seguridad “individualista” antes que un sistema de seguridad “cooperativo”. 

Otro elemento a considerar es la desconfianza entre superpotencias, hecho que ha permitido la elaboración de teorías conspiratorias que tienen como protagonistas a los Estados que se disputan la primacía o hegemonía en el poder global, básicamente EE.UU. y China. Por otra parte, no es descartable un accidente, es lo que se estuvo especulando respecto a los laboratorios de Wuhan. Pese a la modernidad de nuestro mundo hiperconectado, la humanidad sigue siendo muy frágil. Y los miedos nos acosan como siempre.

Esta emergencia sanitaria nos trae dos ideas que parecían haberse desvanecido en esta hipermodernidad: la del ser humano vulnerable y la del valor clave que tiene la comunidad.



Para el caso de Corea del Sur, Byung-Chul Han sostiene en su columna de El País que “en Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado”. Mientras que en el otro extremo, el individualismo y el culto al mercado ya se convierten en el centro de la epidemia, acompañado de un proceso recesivo con quiebras, muertos y más desigualdad.

En el caso concreto del Perú y otros países del área andina, es de prever que se acentuará el individualismo en áreas urbanas y el comunitarismo en aldeas rurales, distritos y comunidades campesinas. Desde mi particular entendimiento de la cosmovisión y la tradición andina, me atrevo a sostener que la atención privilegiada, para mejorar el estado de cosas, debe ser prestada a la praxis comunitaria y a las formas organizadas de movilización ciudadana. Ya tenemos un adelanto en los siguientes hechos:

1. Coronavirus en Perú: la pandemia provoca un éxodo a las zonas rurales

El desempleo ha forzado el retorno de miles de personas al campo. Un éxodo a la inversa ha convulsionando nuestro país, en medio de un confinamiento que ha dejado a muchos sin trabajo y sin la capacidad de alimentar a sus familias.

En el campo, en las comunidades campesinas y nativas los migrantes con lazos vivos a sus lugares de origen, disponen de acceso a tierras para producir alimentos y una red de cooperación para contar con fuerza de trabajo. Tenemos un gran tesoro ancestral sepultado por la república bicentenaria: La ayuda mutua. La mink’a y el ayni, no reconocen desigualdades sociales, solo gravitan el bien común y la solidaridad con los que necesitan ayuda. Todos colaboran aportando trabajo o un pan, para socorrer a las víctimas de la crisis. Reconciliémonos entonces con nuestro pasado nativo. Lo necesitamos.

2. Medidas de seguridad propias

Lejos de las capitales, los pueblos indígenas de la Amazonía y los Andes de Perú han tomado sus propias medidas de seguridad ante el avance de la pandemia por el Covid-19. Cerraron sus accesos, reactivaron sus comités de autodefensa e impusieron una vigilancia estricta de su población. Dirigentes de pueblos originarios y comunidades campesinas han señalado que hace falta más información, solicitando al gobierno una estrategia sanitaria enfocada en su contexto y en sus comunidades.

En Apurímac, la única región sin personas detectadas con la Covid-19 en mucho tiempo, y hoy mismo con solo 3 víctimas mortales, 14 comunidades quechuas cerraron los accesos a sus territorios. El alcalde del distrito de Pacucha, en Andahuaylas, Hainor Navarro, le dijo a OjoPúblico que los pobladores controlaban la entrada de vehículos de transporte, identificando su procedencia y lo reportaban al centro de salud correspondiente. Pobladores de las comunidades campesinas de Cotahuacho, Argama, Tocctopata, Huancabamba, Mulacancha y Barrio Lliupapuquio, en Andahuaylas, así como Haquira, San Juan de Llahua y Tambulla en Cotabambas, región Apurímac, bloquearon sus principales accesos por temor a que la infección del coronavirus llegue a sus hogares.


Los habitantes, dedicados a la actividad agrícola, adoptaron esta medida debido a la ausencia del Estado y carencia de estrategias de prevención. Ellos colocaron tranqueras para cerrar las entradas como medio de defensa, restringiendo el ingreso y salida de personas y vehículos por sus territorios comunales.

3. Echando mano a soluciones ancestrales

Ante la amenaza de exterminio, los individuos, especialmente los vinculados de manera más inmediata a sociedades tradicionales, tendemos a recordar la sabiduría de nuestros mayores. La sabiduría milenaria en los Andes salvó muchísimas vidas en el genocidio colonial. 

Los cultivos andinos son una base sólida, hoy mismo, para la seguridad alimentaria de la gran mayoría nacional. Sin embargo, cada vez más ostensiblemente productos como el pollo industrial desplazan los hábitos alimentarios tradicionales. Milcíades Ruiz, quizá algunos de ustedes lo conozcan, un acucioso en esta materia, nos recuerda que la coca, por ejemplo, tiene doble virtud: es un gran alimento y una gran medicina. Viene para este caso señalar que la coca es un cardiotónico que regula la carencia de oxígeno, mejorando la circulación sanguínea (Se usa en el tratamiento del mal de altura), también contiene alcaloides que, en estado natural, son benéficos como estimulantes vitales. Hoy que el estrés y la depresión nos abruma, no hay nada mejor que un mate de coca. Criar animales menores y de corral aporta nutrimentos de alto valor. La comida de descarte también es reciclable. Todas las municipalidades poseen terrenos, instalaciones y personal de parques y jardines que bien podrían dedicarse a la producción de hortalizas para la gente necesitada, como alivio a la crisis.

Los pueblos amazónicos están desarrollando estrategias de contención a través de su medicina tradicional. Diversas plantas tienen virtudes preventivas que refuerzan el sistema inmunológico, y tienen repercusión directa en el aparato respiratorio. Esto no es inaudito, es lo que ha hecho la comunidad china de Nueva York, la MTC, empleando remedios naturales y aplicando prácticas no convencionales para aliviar los dolores asociados a la enfermedad y, de este modo ha proporcionado también una plataforma de apoyo psicológico a los afectados. Entonces, es absolutamente viable definir con los sabios y ancianos de nuestras comunidades andinas y amazónicas los productos locales disponibles que podrían usarse, por ejemplo, para hacer jabón artesanal o desinfectantes a base de plantas. Por encima de todo está la necesidad de actualizar nuestra tradición comunitaria.

Acogiéndonos a interpretaciones que permiten abrigar expectativas sobre el surgimiento de reacciones positivas, en orden a catalizar voluntades, esfuerzos y cooperación que permitan convertir esta pandemia del siglo XXI en un nuevo propulsor de cambio científico, económico y social, vemos que se cuenta con una experiencia bastante grande a ser considerada en nuestra propia realidad. El asunto es probar si somos capaces de asimilarla y proyectarla con creatividad. Es una posibilidad que no debiera ser desaprovechada. Nuestro deber es pensar en ello y actuar.

* Notas de información sistematizada por el autor, que fueron compartidas en ponencia sustentada ante miembros de la "Asociación Capulí, Vallejo y su Tierra", el sábado 6 de junio 2020 vía Zoom.





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