viernes, 16 de diciembre de 2011

Cambios en la manera de predecir el futuro

Escrito por Rodolfo Sánchez Garrafa

Una visita provocadora
Hace unos pocos días, en una de las salas del Congreso de la República, tuve oportunidad de escuchar la interesante conferencia de José Luis Cordeiro sobre “El futuro de América Latina al 2030”. No hay duda que su exposición tuvo la virtud de presentar un panorama comprensivo sobre el fascinante futuro que resulta del desarrollo superacelerado de la ciencia y la tecnología; de hecho, lo que Cordeiro dijo tuvo los ingredientes que aportan el realismo del experto funcional y la seducción del comentarista ameno.

Pese a mi entusiasmo, compartido por muchos de los que escucharon al disertante, eché de menos que Cordeiro, en definitiva, no focalizase su atención sobre América Latina. Es claro que la perspectiva general de su discurso fue perfectamente útil para contextualizar los requerimientos de política de todos los Estados del mundo, con vistas a un futuro cada vez más presente, pero aparte del hecho que nuestros legisladores no parecen estar muy interesados en esto, es cierto que nuestra sociedad entera se muestra más preocupada por la solución de sus problemas inmediatos, apremiada por las coyunturas, sin ánimo de considerar con seriedad las perspectivas futuras aceptadas como componente de cualquier planeamiento estratégico.

¿Fueron siempre así las cosas?
Pero, conviene preguntarse, si esta actitud displicente o desentendida ante el futuro ha sido la misma a través de los tiempos. La respuesta es no. La historia de los pueblos más antiguos nos muestra que la preocupación por el futuro, por el curso de los acontecimientos venideros, ha sido poco menos que universal y que la satisfacción de esta necesidad solía estar confiada a prácticas adivinatorias, premonitorias y mágicas. La observación del canto y vuelo de los pájaros, de las entrañas de animales sacrificados, de los fenómenos celestes, así como de la disposición adoptada por elementos arrojados sobre una mesa o manta (granos de maíz, hojas de coca, piedras de colores, etc.), eran medios indirectos comunes utilizados por los habitantes del mundo andino prehispánico, por miles de años antes de producirse la llegada de los europeos en el siglo XVI. Otras veces, los “naturales” recurrían a medios más directos y expeditivos como el de consultar directamente con las divinidades, visitando a los oráculos para escuchar la voz de los seres de poder, en lugares que operaban como centros de peregrinación y que ahora podemos estar seguros se especializaban en el acopio de información (dado que eran, seguramente, los más altos centros de inteligencia de su tiempo).


Los oráculos deben haber tenido un cierto nivel de acierto, muchas veces verdaderamente alto y acorde al enorme prestigio que llegaban a gozar (caso de las wakas Pachakamaq, Pariaqaqa y Titiqaqa, por ejemplo). Cabe pues pensar que los especialistas al servicio de las wakas-oráculo eran más que simples adivinadores, y que no pronosticaban el futuro limitados a seguir sus intuiciones o librados por completo al azar en sus predicciones. Los agentes futuristas (sacerdotes o kamayoq) evaluaban “información clasificada”, por decirlo así, manejando variables múltiples y calculando probabilidades con sustento empírico. Pienso que los oráculos eran centros de trabajo intelectual intenso y sofisticado para su tiempo y que disponían de una red de información con centros regionales y locales interconectados (los seqes) y emisarios (zorros de arriba y zorros de abajo, zorros a vista de pelo y zorros encubiertos). No debieron ser, en ningún sentido, sujetos que medraban de la ignorancia y buena fe de los creyentes y peregrinos, debieron estar muy lejos del charlatán o “vendedor de sebo de culebra” de nuestros tiempos. Siendo así, estos antiguos futuristas habrían cumplido funciones complejas no sólo de carácter sociológico y psicológico, sino y principalmente político, ligadas a satisfacer las inquietudes tanto del pueblo común cuanto de los más altos representantes de las múltiples etnias y aún del supremo gobernante, el sapan inka.

Temer o no temer ¿es ese el dilema?
Esta digresión era necesaria para empatar con la futurología o prospectiva contemporánea, un quehacer científico ocupado en el estudio del futuro para comprenderlo y poder influir en él. La tentativa sistemática de identificar las tecnologías emergentes que con probabilidad estarán produciendo grandes beneficios económicos y sociales a la humanidad de aquí a un cierto número de años, está cubierta –justificadamente por cierto– de un halo de prestigio que le otorga su convivencia sostenida con los más conspicuos centros de investigación científica y tecnológica. No obstante, la tarea de imaginar escenarios futuros posibles, denominados futuribles, no dista mucho de aquella que estuvo confiada alguna vez a las waka-oráculos, con la diferencia que ahora se dispone de medios más contundentes para evitar o acelerar los hechos u ocurrencias futuribles.

En estos devaneos nos damos con la ingrata noticia de que los super-cerebros mecatrónicos ya han demostrado ser largamente superiores a los mejores exponentes de materia gris humana, en la solución de diversos problemas. A este paso, no puedo dejar de pensar que muy pronto los futuristas serán los nuevos waka kamayoq, pero que las predicciones provendrán de oráculos mecatrónicos a los que quizá nos veamos obligados a adorar. Aún así, esto no me preocupa tanto, porque dispongo de mis propias wakas-oráculo. Lo serio del asunto parece ser que todo está siendo reducido al control de variables tecnológicas y cognoscitivas, en general, sin que haya mucho lugar para cuestionar valores, tales como: al servicio de quien, en el dominio de quien y con qué propósito declarado o no. Aún no han llegado los días futuribles y podemos pensar a viva voz sin temores.

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