sábado, 28 de enero de 2012

Con llanques y “jebes”

Escrito por Mesías Guevara Amasifuen*

Donde hoy se ubica el mercado 28 de Julio de Jaén, había una parada en los años 70. Allí se daban cita los comerciantes. Algunos llegaban de Chiclayo trayendo sus productos, que consistían principalmente en verduras y hortalizas. Otros bajaban de los pueblos de altura para vender los frutos de su trabajo agrícola y pastoril. En la parada había puestos muy rústicos donde los comerciantes se acomodaban y vendían sus mercancías. El movimiento intenso se daba durante los sábados y domingos, los demás días el espacio quedaba vacío y, entonces, quienes vivíamos cerca de la parada, convertíamos el terreno en una cancha de fútbol.

En esa época mis amigos y yo usábamos llanques (ojotas), prendas utilizadas para caminar que eran confeccionadas con el caucho o jebe de llantas en desuso. Unos llanques tenían la planta gruesa otros las presentaban más bien delgadas. Era parte de nuestra vestimenta, su uso nos permitía caminar a voluntad, nos servía para jugar fútbol, aunque en época de lluvias, por los charcos formados, hacía que camináramos con dificultad ya que se volteaban, en lugar de ir sobre el suelo iban encima de nuestros pies.


Jamás dejábamos nuestros “jebes” u hondas (warakas), siempre los llevábamos en nuestros cuellos, lo usábamos para cazar palomas, para ir detrás de la fruta, para jugar tiro al blanco. Llevábamos pequeñas piedras en nuestros bolsillos, que eran nuestras municiones para los disparos con el jebe.

Andábamos como un pequeño ejército, vestidos con llanques y premunidos de “jebes”. Nos desplazábamos con inocencia infantil, hermanados por la algarabía de nuestros corazones. Salíamos a los parajes en busca de aventura.

En una oportunidad con mi amigo Norbil Montenegro, nos fuimos de cacería por la Cruz, el sol era intenso, las palomas estaban sentadas en las copas de los arboles, por eso, con curiosidad y sigilo caminábamos, para no ser escuchados por aquellas avecillas. En eso, en la espesura del árbol, un cuerpo misterioso de color amarillo y negro, llamó nuestra atención, aparentaba ser un nido o un ave rara. De mutuo acuerdo simultáneamente le disparamos, ambos tiros que dieron en el blanco, que al sentir el impacto del golpe, levantó cabeza exhibiendo una centelleante lengua viperina. Era una serpiente que medía aproximadamente dos metros. El terror nos invadió a ambos, ya que habíamos escuchado muchas historias de serpientes. Decían que algunas eran voladoras, otras devoradoras. Volvimos a recargar nuestros jebes y con rapidez disparamos, para no darle la oportunidad de reaccionar. Ambos tiros golpearon la cabeza del reptil, haciendo que éste cayese muerto. Cogimos una rama y con ella transportamos el bicho a la ciudad en señal de victoria, a nuestro ver habíamos domado a la bestia.

La palomillada estaba siempre presente, la curiosidad por la aventura. El riesgo no contaba, lo que importaba era la conquista, el triunfo. Nos íbamos a las fincas a coger mango verde que comíamos con sal. Adrede, nos metíamos al estadio a jugar, sabíamos que esto le molestaba al guardián, por eso nos sacaba corriendo con el látigo agitado al viento y, para que no nos alcance, trepábamos felinamente las paredes y corríamos alrededor, cuidando el equilibrio para no caer de la cumbre.

También nos íbamos al Colegio Agropecuario (hoy Villanueva Pinillos), donde jugábamos intensos partidos de fulbito, o sacábamos fruta de su huerta, por cierto hoy ya desaparecida. En el colegio estaba el regente Alarcón, quien nos hacía formar llamándonos el “batallón cuchara”, el cual iba marchando hasta la cocina del internado, donde el amo y señor era el flaco Jiménez, quien generosamente nos daba un jarro de leche y avena caliente acompañado de un pan. A los internos los llamaban “Los aguayuceros”. Me hice hincha del Colegio Agropecuario, hoy convertido en el ADA.

Las calles de Jaén eran testigos de nuestras acciones, a veces temerarias. Buscábamos las calles con mayor pendiente y desde su cima, metidos en el hoyo de una vieja llanta nos lanzábamos cuesta abajo, el peligro no importaba ni era advertido.

A lo lejos me veo con mi jebe, mis llanques y mi polo, con la inscripción de “Perú Campeón”. La melancolía de los tiempos idos me arrebata un suspiro, y luego pienso en lo hermosa que es mi tierra y en lo grande que es mi país.

*Congresista de la República. Ver también otros de sus artículos en la siguiente dirección:

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