sábado, 25 de agosto de 2012

Una vivificante presencia

Luis Negrón Alonso*

Bruno transitó una vida con altibajos, como se acostumbra decir en el parlar corriente, sus experiencias fueron: unas de cal y otras de arena. En el interregno de su apreciable existencia, sus primeros años fueron de aprendizaje a través del juego, aunque su madre era muy severa y lo sometía a disciplina, con frecuencia de modo violento. No obstante, Bruno sabía sobrellevar sus aflicciones de buen talante, y gozaba sobremanera cuando se divertía haciendo muescas en los travesaños de silletas y mesas. Era posesivo y fiel con quienes lo cuidaban, y dispuesto a exponerse más allá de su seguridad corporal, cuando sospechaba la presencia de alguien ajeno al hogar.


Estando ya añoso, era notorio el decaimiento de sus fuerzas y reflejos, aunque su sola presencia, ostensiblemente disminuida, era todavía importante dentro de la casa familiar, casi siempre silenciosa por la ausencia de muchos de sus miembros y la avanzada edad del patriarca. La casa se había convertido en pocos años en un sitio donde habitaban anchurosamente la mudez y la soledad, matizada con frecuentes ayes del bien querido Bruno. Era una casa fría, mucho más que aquella reservada a los cadáveres. El eco de las paredes era el único interlocutor, que de algún modo recordaba que su morador estaba vivo.

Los achaques de Bruno se acentuaron indetenibles hasta su deceso. Sobrevino entonces el incremento de la sordina y el encierro, en aquel lugar que otrora fuera bullanguero y alegre. La ausencia física de Bruno realmente dejó un gran vacío, y sólo el recuerdo de su retrato, así como de las acciones divertidas que solía realizar, servían como bálsamo para reconfortar la disminuida fortaleza del patriarca, así como anecdotario que podía ser trasmitido desde entonces a los ocasionales amigos. Hablar de Bruno y recordarlo gratificaba el alma, engrandeciendo la conciencia y valores de quienes estuvimos a su lado.

El deudo pasó aproximadamente dos largos meses de vida casi conventual, sin amigos, sin conocidos, sin interrelaciones; pues, parecía que la parca rondaba por el vecindario. La pena y el retiro ganaban diariamente espacio, de modo acrecentado; entre tanto, el regocijo y las ganas de vivir mermaban en cada abrir y cerrar de ojos, como si se tratase de la presencia de un desahuciado, de alguien próximo a ingresar al obituario.


Dentro de ese marasmo, súbitamente, y casi como por arte de magia, Bruno se vio reencarnado en otro ser aún pequeño, pero lleno de vigor y con ansias de vivir y hacer vivir. Se instaló con complacencia en la morada, y con él volvieron los juegos, el corretear en todos los ambientes abiertos, y aquellos que ya estaban clausurados, volvieron a agrietarse complacientemente. Retornaron las preocupaciones para la manutención del recién llegado, se le señaló un lugar para su descanso, se procedió con la provisión de juguetes resistentes y, una vez más, las patas de sillas y mesas se vieron incrementadas con inconfundibles muescas. La bulla, la voz joven y atronadora, volvieron a reciclar los tímpanos del veterano, sacudieron su modorra y le inyectaron una poderosa dosis de energía y deseos de vivir. Los chispeantes ojos negros del reencarnado, aunados a sus torpes caricias depararon júbilo y promovieron renovada complacencia.

Mis sentimientos preservan del olvido a los seres que me son queridos. En este caso, mis perritos Bruno y Chikucha (Chiquito), tienen un grandioso lugar en mi corazón y en mi mente, y sé que ellos me permitirán caminar sin sobresaltos cuando se me corte el hilo de Ariadna y tenga que trasponer el rio del averno.

Cuzco, 22 de agosto del 2012.

*Luis Negrón Alonso, conocido también por el seudónimo de Sikuta.



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