Iván
Loyola Velarde*
“Evoca la muerte como punto de partida” anota Víctor
Vimos en el prólogo de esta cuidada edición del más reciente poemario de
Rodolfo Sánchez Garrafa, y no se equivoca. Como tampoco se equivoca al
establecer la analogía con las cuatro estaciones. Al fin y al cabo, las
estaciones son funciones del movimiento de la tierra alrededor del sol, si es
cierto que el sol es el centro y no la tierra, verdades que en este conjunto se
relativizan porque el espíritu de estos poemas es que las verdades absolutas
son iridiscencias que devuelven la luz con matices diferentes dependiendo del
ángulo de rebote. Y al final, todas son válidas, o todas no lo son. Vayamos al grano.
Empecemos por el final, como punto de partida. Antes de
ello, fijar una perspectiva, que es la de una equivalencia de los tres primeros
libros, Parasoles, Crisoles y Tornasoles, con los mundos arquetípicos de la
cosmovisión andina, el Uccu, el Kay y el Hanan Pacha. El cuarto libro,
Girasoles, que ya no correspondería a esta trinidad conceptual del ancestro del
autor –de nuestro ancestro- representa una contribución que enriquece esta
visión. Los mundos mencionados son colectivos, son atributos de los ayllus
extendidos, de la gran familia humana como un todo. Girasoles es la síntesis de
esos mundos y experiencias, desde la perspectiva y experiencia íntima de la
mente del autor. Es parte de esos mundos pero es independiente. Es una mirada
desde fuera, pero también desde los recovecos inextricables, inencontrables,
privados, últimos, de la mente, el alma y el corazón del escritor.
Helio-tropos, Hipocampo Editores 2014. |
Empecemos por el final, decía, y nobleza obliga. HE
PROCURADO PENSAR COMO PEÓN Y COMO REY, el último poema del libro final del conjunto abandona el enfoque metafórico y
es más bien una reflexión sobre la vida, sobre el camino recorrido, y una
mirada liberada del attachment que el
autor puede tener sobre cómo ha abordado estos temas a través de los poemas
anteriores. Es a su vez crítica y elogio, pero más que nada es como quien
contempla un vestido que uno se ha quitado y yace en la cama, el sofá o el
suelo. Puede ser hermoso, pero ya no es parte de uno. Ambicioso pero ajeno. Lo
amo, pero no lo necesito.
“Una inmovilidad será tablas/y poder dedicarme a la
verdad/ al combate cuya jornada final he postergado/y postergado hasta ahora”
dice Sánchez Garrafa. Debo confesar que hago trampa, pues días antes de leer este
poemario me senté con el autor, a discutir estos asuntos. Pensar en la muerte,
pensamiento recurrente después de los cincuenta, impregna el transcurso de esta
selección. Pensar en la muerte, pero no
solo con el temor natural, sino con orden, con un deseo de orden, de que
pertenezca ella al devenir natural de la existencia. Sánchez Garrafa lo dice
bien claro, la muerte no es ya una derrota, sino un tablas, un empate, y un
empate frente a la muerte es al fin y al cabo, una victoria.
Una página antes, CORREN LOS ANTILOPES, tal vez el poema
más logrado, en lo que es ritmo, representación, consonancia del cuerpo con el
título, nos libera del fardo del transitar por los mundos anteriores, la suerte
de divina comedia por la que Sánchez Garrafa –a la manera de Dante- nos ha
hecho deambular. El mensaje es un poco a lo que enseña Buddha, la vida es dura,
pero al comprender esta verdad, que ligera es, que fácil es, enlightenment, la
carrera ágil, vertiginosa hacia adelante, sin pensar en obstáculos, del
antílope. “Las patas traseras se esfuerzan en impulsar cuerpos vigorosos
instintivos”…. “Y quedamos sin nubes, qué solos, al borde del inmenso arenal”.
El arenal es, en su inmensidad y su materia indistinta, la realidad cognitiva
en la que el ser chapalea sin esperanza: se nace, se muere y no se sabe en
verdad, por qué se ha venido a este mundo, y mucho menos, por qué se le deja.
Salto quántico a la primera página, al poema uno,
SALUDEMOS A LA NOCHE, donde Sánchez Garrafa
habla de la muerte, no como un final sino como un nuevo escenario, un nuevo
espacio donde tal vez no se descansa sino se crea: “Al irse el día pieza por
pieza/se arman las sombras”. Se arma el espacio de la muerte, no se desinstala
el existir. Una apuesta por la esperanza de que más allá del cuerpo material
vuelto polvo hay otro nivel de existencia. Otro nivel que nace del útero/tumba,
la unión en la dualidad, y aquí qué duda cabe, que el ancestro de Sánchez Garrafa
sale como una garra que atrapa su atención y su enfoque y lo retrotrae a lo
andino, DE LA SECRETA TUMBA RENACEMOS, dice y como en el cuento de Cortazar, en
el que el héroe se pierde en una galería en Buenos Aires y sale al otro extremo
en una galería en Paris, aquí también se confunden el útero y la vida, la tumba
y la muerte, que comparten sus cualidades subterráneas, escondidas, oscuras,
misteriosas.
En una antología donde lo escatológico no es sombrío sino
transición, no puede faltar la resurrección. VIVO EN UN ARCA AZUL, dice
Garrafa, “un día bajará el nivel de las aguas/y podré sembrar estrellas…. Todo
es azul, dice, “mi mujer me llama con voz azul azul azul” y le llama la vida,
pero en el tramado verbal de este poemario, la vida no es “la luz” sino es
todo, es la llama existencial pero es también el descenso al mundo oscuro, al
no ser, condición indispensable del ser de la que Sánchez Garrafa, andino,
heredero de tradiciones que Sánchez Castañeda –su padre- le inculcara desde
niño, no se puede desligar en cada línea de este abecedario que nos dice de la
unidad consustancial de vida, muerte, sueño y vigilia.
Sánchez Garrafa es un hombre vital, lejano aún de cruzar
el umbral. Sin embargo, en sus reflexiones anticipadas, nos tira luces sobre un
sendero que es oscuro porque normalmente nos incomoda iluminar. Este libro nos
lleva de la mano por lo que es natural en el ser vivo, temor, horror,
aceptación, resignación al olvido que conlleva el tránsito a lo que no sabemos.
Pero nos da también herramientas para tomar este paso con naturalidad, con
coraje, y por qué no decirlo, hasta con cierta excesiva seguridad: “Al escribir
me desprendo de partes de mi ser”.
Solo desgajando las capas de ego del ser, puede uno
enfrentar lo desconocido sin temor. Sánchez Garrafa nos dice que se puede, que es parte
de la necesidad que implica ser, existir. Y al hacerlo, nos regala con varios
bien logrados textos. Todos transitaremos por ese sendero, mis amigos. Tengamos
veinte o setenta. “El día empieza a despedirse” dice el poeta, en su
primer verso, y remata “saludemos a la noche”. Hagámoslo con la frente en alto,
con alegría, sin falso coraje. Es el consejo valioso de quien ha pensado mucho
en estos temas y ha elegido compartir sus conclusiones con nosotros, a través
de un bien planteado poemario.
________
* Iván Loyola Velarde
(Lima, Perú 1961). Biólogo marino en el Mar de Bering, se graduó en forestales
y realizó un postgrado en estudios latinoamericanos. Ha recorrido el mundo y residido por muchos
años en Vancouver-Canadá. Destacado narrador, es autor de relatos y artículos publicados
en revistas en línea y en el magazine literario Hispanic Cultural Review de la Universidad George Mason. En 2009
quedó finalista del prestigioso premio Juan Rulfo organizado por Radio France
Internacional. Ha sido ganador del COPE Bronce 2010 con "Un alquimista en
el Caribe".
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