jueves, 13 de abril de 2017

MI POEMA ¿QUIÉN ANDA ALLÍ?

Rodolfo Sánchez Garrafa

El Círculo Andino de Cultura, a propósito del poema titulado ¿Quién anda allí? que forma parte del libro Desde el morro solar (2017), examinó mi producción poética en su reunión del jueves 06-04.17. El taller se desarrolló de manera muy productiva, bajo la inteligente conducción de Julio Gilberto Muñiz Caparó, contando con la participación de Rodolfo Dondero Rodo, Ruth Hurtado, Julia del Prado, Patricia del Valle, Nora Curonisy Lostanau, Rolando Santa Cruz Orós, Ruth Milagros Gálvez, Alfonso Rodríguez Gutiérrez y Daniel Quispe Machaca, en el marco de una programación prevista hasta fines de junio próximo.

Rodolfo Sánchez G. Foto: Nora Curonisy Lostanau

Es seguro que CIRCULANDINO dará a conocer, más adelante, el producto de un año y medio de trabajo en el empeño de conocer y analizar una significativa muestra de poesía peruana de los años 70 hasta la actualidad. En este breve escrito, quiero alcanzar a mis colegas del colectivo lo que yo pienso de mi propia poesía, considerando las ideas vertidas en la antedicha reunión, las mismas que recojo en aspectos puntuales, no sin antes agradecer el conjunto de las contribuciones de todos los participantes.

1)      El poema a los ojos de mis colegas poetas

¿Quién anda allí?

¿Quién anda allí?
Es Sánchez el viejo
El del parque La Palizada
El que anda en los verdes rellanos de la franja
Costera
El que se mira en los espejos
de agua
El que fisgonea entre los juncos del pantano
y duerme sin más sobre suelo pelado.

¿Quién anda allí?
Es Sánchez el viejo
El de los cien años de paciente y desigual espera
El del silencio y del alboroto
en aguada
El que duerme entre plumas entintadas
en su nido
El loco que estira sus alas por las tardes
y alza vuelo en los acantilados.

Rodolfo Sánchez Garrafa (Desde el morro solar, 2017)

Para Julio Gilberto Muñiz Caparó, Sánchez "El viejo" es el propio poeta, en tanto sujeto capaz de diluir los tintes de la vida, como lo hacen grandes pintores, apelando a una técnica que le permite plasmar variaciones de claroscuro. Entiendo que Julio Gilberto nos ha querido decir que la poesía tiene esa poderosa capacidad de capturar los matices de la vida mediante la palabra, pues, una poesía de este tipo, con plumas entintadas y en aguada, es apropiada para transitar entre la oscuridad total y la luz intensa. De resultas, según Rodolfo Dondero Rodo, mi poética orilla el pasado y los encantos del mito, y se enciende desde cualquiera de sus trozos, para enfilar hacia una comprensión de las leyes causales que rigen la naturaleza, la vida social y sus vínculos con el orden trascendente. Quizá por esto mismo Julia del Prado encuentra en el poema un asomarse al pasado para vivir el presente, en una actitud familiar al vidente.

El autor. Foto: Nora Curonisy Lostanau

¿Quién anda allí? es, según Ruth Hurtado Espejo, un retrato con personalidad que hace volar la imaginación. Versos en los que no bajo al averno, como lo hace Dante en su Divina Comedia, sino que, a decir de Enrique González Arias, traducen mi esfuerzo por expresar un ansia de elevación espiritual, casi de sabiduría. Con gran intuición Nora Curonisy Lostaunau precisa que el poema ¿Quién anda allí? condensa la pregunta fundamental del sentido existencial: ¿quién soy? En una apreciación sintética de Patricia del Valle, se trata de un poema redondo, que evidencia manejo de técnica literaria, junto a un planteamiento de fondo o de contenido.

Anoto un par de comentarios más en este punto de partida. Rolando Santa Cruz manifiesta advertir que el autor ha bebido simultáneamente de dos grandes fuentes energéticas: el Apu Rímac y el Apu Willkamayu, dos poderosos espíritus de las montañas de los Andes; por su parte, Alfonso Rodríguez Gutiérrez señala que el viejo centenario del poema alude, coincidentemente, a los ancestros, en tanto modelos de vida.

2)      Mi declaración de parte

Empiezo anotando que en mi poesía hay de por medio un existencialismo manifiesto, en el sentido que suelo dejar que los versos discurran acerca de la realidad íntimamente hermanada con la experiencia inmediata de mi propia existencia.

¿Quién anda allí? contiene una pregunta que el mismo poema se encarga de responder. Es una pregunta y a la vez una preocupación. La pregunta propone un marco de suspenso y misterio, dado que en estos casos se suele saber que hay alguien, aunque no se sabe quién. Lo concreto es que quien pregunta se halla acosado por una aprehensión.

Hay una temporalidad explícita del sujeto que da cuenta de su existencia concreta en el mundo; una existencia ya prolongada que se objetiviza en la vejez; sin embargo, esa temporalidad es mítica, transhistórica, desde que se ocupa de un arquetipo de libertad no como don sino como práctica. Estirar a voluntad las alas. La experiencia de vida del viejo Sánchez es la que define su ser, antes que una condición humana general. Es posible identificar a un ser actuante, inquisitivo, deseoso de conocerse a sí mismo en la naturaleza, también de  mirar el mundo por sobre la transitoriedad y de no dejar que los apremios de sobrevivencia consuman a la persona.

Las plumas del nido pueden ser las que vehiculizan la escritura y le dan eternidad al pensamiento. Sujeto al avatar del mundo material, el viejo confronta sus estaciones y sus alternancias, sólo para cumplir aquello que es ritual y celebratorio: concurrir por las tardes al templo de la luz, dejarse llevar por el vacío y alzar vuelo con la confianza de una prolongada experiencia, ante algo que no obstante será siempre nuevo.

Sánchez el Viejo, así es conocido, existe en el ejercicio de su propio pensamiento. Ese ejercicio parecería ser la manera de buscar la libertad en un estado existencial superior. Su trayecto, quiérase o no, es individual, anda, ausculta, ensaya estrategias introspectivas (el silencio) y de vida compartida (el alboroto). Al final, llega solo al acantilado. No obstante, el poema no niega que hayan otros que hacen lo mismo y que llegan o han llegado a sobrevolar el horizonte.

Gracias al ejercicio de esa libertad el viejo puede sentirse y ser realmente responsable de sus actos. Ha aprendido a sobrevivir, ha aprendido y observado las normas de existencia, a orientarse en el mundo, pero lo que más le ha importado ha sido y es volar, como al personaje de Richard Bach, Juan Salvador Gaviota.


En cuanto a mí mismo, tal como referí a los miembros de Circulandino, cada vez que tuve que optar entre conseguir comida abundante o ponerme a volar, decididamente escogí volar. Lo hice una y otra vez, preservando mi responsabilidad ante aquellos vinculados a mí en relación de mutua dependencia. Más allá de esto, procuré sentirme siempre libre. Hacerlo no ha sido fácil, no es fácil.

He buscado alturas, superando mis propios miedos y la escasez de oportunidades. Todo ha demandado control, tensión en el control, lo que ahora llaman trabajo constante bajo presión. Me sometí a ese ritmo hasta el límite de lo soportable. Mi balance concluye en que la máquina puede haber envejecido pero el manejo de los instrumentos de vuelo se ha hecho más perfecto, más solidario con la vieja carcasa. Practico una ética de responsabilidad individual, siempre me he hecho cargo de los actos que he realizado en el ejercicio de esa libertad de decidir, aunque para decidir nunca haya dejado de escuchar opiniones.


El atardecer, además de tener un carácter crepuscular, el fin, el término, el agotamiento, el adiós, tiene un carácter aún más expresivo que es la liminalidad. En el poema ¿Quién anda allí? concibo a un actor que está frente al límite. Si el viejo lo sortea, transita a otro espacio, a otra dimensión. Pasar del día a la noche es dominar los sueños, surcar el cielo de los sueños. No más insomnio, que es revolcarse sin hallar sentido al acto de permanecer entre cobijas. Cuando se duerme, cuando se vuela por la noche no hay insomnio. Es una vida dinámica, ilimitada, la que se abre con sus vientos sostenidos. Es posible precipitarse al mar, dispararse entre las bandadas cotidianas.

No es pues, como por equívoco podría juzgarse, un poema crepuscular, que exprese un cansancio de vivir. Cierto que hay un ideal de vida que apunta a la descripción de la cotidianidad y de la incapacidad del hombre a vivir una existencia simple, pero el discurso propuesto antes que una antítesis del pasado es una franca aspiración de nuevos horizontes de vida, luego de haber hallado todo lo que estaba al alcance. Se siente en la proximidad de una época de reencantamiento.

Liminalidad proviene del latin limen, que significa membrana. Este concepto concierne a un estado de conciencia similar a una membrana que separa dos planos existenciales, y que eventualmente puede ser traspasada, lo que ocurre cuando el sujeto abandona un estado existencial para acceder a otro. El lugar y tiempo de traspaso, suele ser representado en forma mítica como una puerta prodigiosa detrás de la cual está Oceanus, la Isla de los Bienaventurados, el reino de los muertos u otra realidad supernatural. Esta puerta separa el aquí conocido del Más Allá desconocido.


Los juncos que se mecen en el pantano, son parte del trayecto, del viaje de realización, que cobra un precio, el desprendimiento de un lastre. La puerta o acceso liminal, normalmente cerrada, se abre cuando el iniciado cumple el ritual de pasaje y demuestra estar listo. En este caso, las hojas de la puerta de tránsito representan los pares opuestos o contrarios, entre los que el hombre debe pasar, para culminar su gesta de metamorfosis, premunido del equilibrio de ánimo que los años suelen conferir.

Pienso yo que ese otro mundo donde impera la luz está en uno mismo. Nuestra alma es, por así decir, el día, y nuestro cuerpo la noche; el atardecer es la puerta del Sol. Nosotros mismos, en medio, somos el poniente, entre nuestro día y nuestra noche. ¿Quién anda allí? es, en cierta forma, lo opuesto al Prometeo encadenado, una victoria que cristaliza la devolución del Gallo de Esculapio.



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