Rodolfo Sánchez Garrafa
El Círculo Andino de Cultura, a
propósito del poema titulado ¿Quién anda
allí? que forma parte del libro Desde
el morro solar (2017), examinó mi producción poética en su reunión del
jueves 06-04.17. El taller se desarrolló de manera muy productiva, bajo la
inteligente conducción de Julio Gilberto Muñiz Caparó, contando con la
participación de Rodolfo Dondero Rodo, Ruth Hurtado, Julia del Prado, Patricia del Valle, Nora
Curonisy Lostanau, Rolando Santa Cruz Orós, Ruth Milagros Gálvez, Alfonso
Rodríguez Gutiérrez y Daniel Quispe Machaca, en el marco de una programación prevista hasta fines de
junio próximo.
Rodolfo Sánchez G. Foto: Nora Curonisy Lostanau |
Es seguro que CIRCULANDINO dará a
conocer, más adelante, el producto de un año y medio de trabajo en el empeño de
conocer y analizar una significativa muestra de poesía peruana de los años 70
hasta la actualidad. En este breve escrito, quiero alcanzar a mis colegas del
colectivo lo que yo pienso de mi propia poesía, considerando las ideas vertidas
en la antedicha reunión, las mismas que recojo en aspectos puntuales, no sin
antes agradecer el conjunto de las contribuciones de todos los participantes.
1)
El
poema a los ojos de mis colegas poetas
¿Quién anda
allí?
¿Quién anda allí?
Es Sánchez el viejo
El del parque La Palizada
El que anda en los verdes
rellanos de la franja
Costera
El que se mira en los espejos
de agua
El que fisgonea entre los juncos del pantano
y duerme sin más sobre suelo pelado.
¿Quién anda allí?
Es Sánchez el viejo
El de los cien años de
paciente y desigual espera
El del silencio y del alboroto
en aguada
El que duerme entre plumas entintadas
en su nido
El loco que estira sus alas por las tardes
y alza vuelo en los acantilados.
Rodolfo Sánchez Garrafa (Desde
el morro solar, 2017)
Para Julio Gilberto Muñiz Caparó, Sánchez "El viejo" es el propio
poeta, en tanto sujeto capaz de diluir los tintes de la vida, como lo hacen grandes
pintores, apelando a una técnica que le permite plasmar variaciones de
claroscuro. Entiendo que Julio Gilberto nos ha querido decir que la poesía
tiene esa poderosa capacidad de capturar los matices de la vida mediante la
palabra, pues, una poesía de este tipo, con plumas entintadas y en aguada, es
apropiada para transitar entre la oscuridad total y la luz intensa. De
resultas, según Rodolfo Dondero Rodo, mi poética orilla el pasado y los encantos
del mito, y se enciende desde cualquiera de sus trozos, para enfilar hacia una
comprensión de las leyes causales que rigen la naturaleza, la vida social y sus
vínculos con el orden trascendente. Quizá por esto mismo Julia del Prado encuentra en el poema un asomarse al pasado para vivir el presente, en una actitud familiar al vidente.
¿Quién anda allí? es, según Ruth Hurtado Espejo, un retrato con
personalidad que hace volar la imaginación. Versos en los que no bajo al
averno, como lo hace Dante en su Divina
Comedia, sino que, a decir de Enrique González Arias, traducen mi
esfuerzo por expresar un ansia de elevación espiritual, casi de sabiduría. Con
gran intuición Nora Curonisy Lostaunau precisa que el poema ¿Quién anda allí? condensa la pregunta
fundamental del sentido existencial: ¿quién soy? En una apreciación sintética
de Patricia del Valle, se trata de un poema redondo, que evidencia manejo de
técnica literaria, junto a un planteamiento de fondo o de contenido.
Anoto un par de comentarios más
en este punto de partida. Rolando Santa Cruz manifiesta advertir que el autor ha
bebido simultáneamente de dos grandes fuentes energéticas: el Apu Rímac y el
Apu Willkamayu, dos poderosos espíritus de las montañas de los Andes; por su
parte, Alfonso Rodríguez Gutiérrez señala que el viejo centenario del poema
alude, coincidentemente, a los ancestros, en tanto modelos de vida.
2)
Mi declaración
de parte
Empiezo anotando que en mi poesía
hay de por medio un existencialismo manifiesto, en el sentido que suelo dejar
que los versos discurran acerca de la realidad íntimamente hermanada con la
experiencia inmediata de mi propia existencia.
¿Quién anda allí? contiene una pregunta que el mismo poema se encarga de
responder. Es una pregunta y a la vez una preocupación. La pregunta propone un marco
de suspenso y misterio, dado que en estos casos se suele saber que hay alguien,
aunque no se sabe quién. Lo concreto es que quien pregunta se halla acosado por
una aprehensión.
Hay una temporalidad explícita del
sujeto que da cuenta de su existencia concreta en el mundo; una existencia ya prolongada
que se objetiviza en la vejez; sin embargo, esa temporalidad es mítica,
transhistórica, desde que se ocupa de un arquetipo de libertad no como don sino
como práctica. Estirar a voluntad las alas. La experiencia de vida del viejo
Sánchez es la que define su ser, antes que una condición humana general. Es posible
identificar a un ser actuante, inquisitivo, deseoso de conocerse a sí mismo en
la naturaleza, también de mirar el mundo
por sobre la transitoriedad y de no dejar que los apremios de sobrevivencia consuman
a la persona.
Las plumas del nido pueden ser
las que vehiculizan la escritura y le dan eternidad al pensamiento. Sujeto al
avatar del mundo material, el viejo confronta sus estaciones y sus
alternancias, sólo para cumplir aquello que es ritual y celebratorio: concurrir
por las tardes al templo de la luz, dejarse llevar por el vacío y alzar vuelo
con la confianza de una prolongada experiencia, ante algo que no obstante será
siempre nuevo.
Sánchez el Viejo, así es
conocido, existe en el ejercicio de su propio pensamiento. Ese ejercicio parecería
ser la manera de buscar la libertad en un estado existencial superior. Su
trayecto, quiérase o no, es individual, anda, ausculta, ensaya estrategias
introspectivas (el silencio) y de vida compartida (el alboroto). Al final,
llega solo al acantilado. No obstante, el poema no niega que hayan otros que
hacen lo mismo y que llegan o han llegado a sobrevolar el horizonte.
Gracias al ejercicio de esa libertad
el viejo puede sentirse y ser realmente responsable de sus actos. Ha aprendido
a sobrevivir, ha aprendido y observado las normas de existencia, a orientarse
en el mundo, pero lo que más le ha importado ha sido y es volar, como al
personaje de Richard Bach, Juan Salvador Gaviota.
En cuanto a mí mismo, tal como referí
a los miembros de Circulandino, cada vez que tuve que optar entre conseguir comida
abundante o ponerme a volar, decididamente escogí volar. Lo hice una y otra
vez, preservando mi responsabilidad ante aquellos vinculados a mí en relación
de mutua dependencia. Más allá de esto, procuré sentirme siempre libre. Hacerlo
no ha sido fácil, no es fácil.
He buscado alturas, superando mis
propios miedos y la escasez de oportunidades. Todo ha demandado control,
tensión en el control, lo que ahora llaman trabajo constante bajo presión. Me
sometí a ese ritmo hasta el límite de lo soportable. Mi balance concluye en que
la máquina puede haber envejecido pero el manejo de los instrumentos de vuelo
se ha hecho más perfecto, más solidario con la vieja carcasa. Practico una
ética de responsabilidad individual, siempre me he hecho cargo de los actos que
he realizado en el ejercicio de esa libertad de decidir, aunque para decidir nunca
haya dejado de escuchar opiniones.
El atardecer, además de tener un
carácter crepuscular, el fin, el término, el agotamiento, el adiós, tiene un
carácter aún más expresivo que es la liminalidad. En el poema ¿Quién anda allí? concibo a un actor que
está frente al límite. Si el viejo lo sortea, transita a otro espacio, a otra
dimensión. Pasar del día a la noche es dominar los sueños, surcar el cielo de
los sueños. No más insomnio, que es revolcarse sin hallar sentido al acto de
permanecer entre cobijas. Cuando se duerme, cuando se vuela por la noche no hay
insomnio. Es una vida dinámica, ilimitada, la que se abre con sus vientos
sostenidos. Es posible precipitarse al mar, dispararse entre las bandadas
cotidianas.
No es pues, como por equívoco podría juzgarse, un poema crepuscular, que
exprese un cansancio de vivir. Cierto que hay un ideal de vida que apunta a la
descripción de la cotidianidad y de la incapacidad del hombre a vivir una
existencia simple, pero el discurso propuesto antes que una antítesis del
pasado es una franca aspiración de nuevos horizontes de vida, luego de haber
hallado todo lo que estaba al alcance. Se siente en la proximidad de una época
de reencantamiento.
Liminalidad proviene del latin limen, que significa membrana. Este concepto
concierne a un estado de conciencia similar a una membrana que separa dos
planos existenciales, y que eventualmente puede ser traspasada, lo que ocurre cuando
el sujeto abandona un estado existencial para acceder a otro. El lugar y tiempo
de traspaso, suele ser representado en forma mítica como una puerta prodigiosa detrás
de la cual está Oceanus, la Isla de los Bienaventurados, el reino de los
muertos u otra realidad supernatural. Esta puerta separa el aquí conocido del Más
Allá desconocido.
Los juncos que se mecen en el pantano, son parte del trayecto, del viaje de
realización, que cobra un precio, el desprendimiento de un lastre. La puerta o acceso
liminal, normalmente cerrada, se abre cuando el iniciado cumple el ritual de
pasaje y demuestra estar listo. En este caso, las hojas de la puerta de
tránsito representan los pares opuestos o contrarios, entre los que el hombre debe
pasar, para culminar su gesta de metamorfosis, premunido del equilibrio de ánimo
que los años suelen conferir.
Pienso yo que ese otro mundo donde impera la luz está en uno mismo. Nuestra alma es, por así decir, el
día, y nuestro cuerpo la noche; el atardecer es la puerta del Sol. Nosotros
mismos, en medio, somos el poniente, entre nuestro día y nuestra noche. ¿Quién anda allí? es, en cierta forma,
lo opuesto al Prometeo encadenado, una victoria que cristaliza la devolución
del Gallo de Esculapio.
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