Rodolfo
Sánchez Garrafa
La
reciente preocupación de Richard Webb por el futuro del quechua, podría
asemejar a la del verdugo cuya misión es descargar el hacha sobre la cabeza del
sentenciado. Es evidente que no se trata de un legítimo lamento por la
presumible pérdida de un patrimonio cultural, tampoco del clamor de un
quechuahablante afectado en lo más profundo de su identidad; para ser
ecuánimes, nos limitaremos a decir que se trata de un análisis prospectivo,
hecho por un economista ex funcionario del Banco Mundial, académico de nota y
ahora Director del Instituto del Perú de la USMP, quien nos muestra un
escenario posible, un mal augurio, que no necesariamente tendrá que ocurrir.
Cierto que los cambios nunca dejarán de producirse y que los fenómenos lingüísticos ocurren también a gran escala. El español, por ejemplo, parece tener un futuro extraordinario y en unos 40 años podría pasar a ser la primera lengua hablada del mundo, el mandarín es otro idioma con gran predicamento futuro dada la potencia económica creciente de China, y aunque el inglés pierde hegemonía seguirá siendo una lengua internacional importante. Contrariamente, el futuro de otras lenguas, antes consideradas indispensables, es de una subordinación cada vez mayor; los hablantes de lenguas “secundarias” se mantendrán, en la medida en que sus países sean capaces de implementar políticas nacionales de soporte lingüístico, muchos ya lo hacen y no piensan en la extinción de sus lenguas maternas.
En
el Perú, los hablantes del quechua suman alrededor de por lo menos 4’705,000
personas, no circunscritas a quienes aprendieron este idioma como lengua
materna y teniendo en cuenta que -según el profesor de quechua de la
Universidad Nacional de San Agustín, Marcelino Luna-, un alto porcentaje de
quechuahablantes oculta que conoce esta lengua. La política censal peruana
desde hace ya algún tiempo procura invisibilizar a los quechuahablantes, sean
estos monolingües o bilingües, pero aún dándole crédito al 15% de hablantes del
quechua como lengua materna en el Perú, a que hace referencia R. Webb, de
ninguna manera podríamos estar hablando de una minoría, se trata a las claras
de una mayoría étnica, ya que no sabemos a qué multiverso étnico se adscribe el
85% presumiblemente restante de peruanos.
La
lengua quechua goza de buena salud en Sudamérica, pese a las adversas políticas
lingüísticas nacionales. Se estima que son 12 millones de personas
quechua-hablantes en el subcontinente. Tenemos que suponer que cuando la UNESCO
hace pronósticos de desaparición lingüística es para llamar la atención sobre
el problema e impedirlo, no para preparar las exequias. ¿Estoy en un error?
El idioma es, en efecto, el alma de una cultura, depositario de valores, bla, bla, bla, pero por encima de todo es el núcleo duro de las identidades. Este es el meollo de la preocupación, el darle la bienvenida al desarme histórico de los pueblos excluidos, a la toma de su mayor fortaleza. La desaparición del quechua significaría la pérdida irrecuperable de nuestro ser histórico, pero por fortuna los pueblos podemos advertir cuando está en peligro nuestra propia supervivencia y decidir el camino de defensa más apropiado. ¿No es acaso por pura coincidencia que no se habla ahora de la desaparición del aymara por ejemplo? Hablemos del elector consciente que se avecina, de los pueblos que no van a esperar de esfuerzos oficiales y de la labor solitaria de ONGs que ensayan programas previamente aprobados por el Banco Mundial u otros brazos de cooperación que suele tender sibilinamente el poder. Ciudadanos del mundo, son los propios hablantes de las lenguas quienes decidirán el futuro de sus identidades. Con memoria histórica somos quechuas, aymaras, andinos o amazónicos, sin memoria nada somos. Estamos notificados del terreno en el que va a darse una de las luchas decisivas en los Andes, una en el que el amor a lo nuestro es superior a cualquier arma letal inventada o por inventarse.
Que
no se nos engañe, podemos ser quechuas, modernos, alfabetizados digitales,
multilingües, nada nos condena a la inmovilidad. Yo amo el quechua ¿Y tú?
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