martes, 18 de agosto de 2020

Destino, Providencia y Libre Albedrío según Ananda K. Coomaraswami

Rodolfo Sánchez Garrafa
Julio Gilberto Muñiz Caparó


        Ananda Ketish Coomaraswamy, uno de los más importantes exponentes del esoterismo tradicional en el siglo XX, nació en 1877 en Colombo-Ceilán, fue hijo de Mutu Coomaraswamy, jurista de origen indio y de Elisabeth Clay dama de origen inglés. Tuvo una formación académica occidental, estudió en el prestigioso Colegio Eton y en la universidad de Londres donde obtuvo un doctorado en ciencias (1904). Fue el iniciador de un movimiento para la educación nacional en la India y derivo sus intereses hacia la filosofía del arte. En los años de la primera guerra mundial tuvo a su cargo la dirección del departamento de artes del islam y del medio-oriente y se instaló así en Norte América. A partir de la mitad de los años 30s mantuvo correspondencia con René Guénon y reconsideró sus ideas respecto al budismo aceptándolo como una tradición auténtica. Su bibliografía es vastísima, escribió de hecho más de un millar de títulos entre libros y artículos. Pese a su deseo no pudo concretar su retorno a la India, y falleció en Needham, Massachusetts, el 11 de septiembre de 1947. Destino y libre albedrío nos permiten ser recipiendarios del legado de este gran pensador.

Destino y libertad de elección


Este comentario colectivo es un acercamiento a las orillas del pensamiento plasmado en el trabajo titulado Destino, Providencia y Libre Albedrío* escrito por Ananda Ketish Coomaraswami, que como ya anticipamos fue un especialista en arte oriental, destacado estudioso del simbolismo, mitología, metafísica y religión comparada. De inicio, no podemos dejar de advertir que para el pensamiento racional, hay una oposición e incompatibilidad insuperable entre la idea de destino y del libre arbitrio o libertad de elección. Entendido el destino como un poder sobrenatural que guía la vida humana, un programa preestablecido que cada ser humano se limita a cumplir, no es posible conjugarlo con una deseable capacidad de adoptar decisiones autónomas; en efecto, el libre albedrío parece ir en contra del destino entendido como algo inevitable, como fatum. En lo que sigue, veremos que existen posibilidades de solución a este dilema.

Para Coomaraswamy, todo acontecimiento ocurre necesariamente dentro de la posibilidad lógica que le antecede. Cada nuevo individuo proviene de una potencialidad antenatal, que deja de ser potencial en el momento mismo de la primera concepción de la criatura y después durante toda su vida, a medida en que las posibilidades de tal potencialidad se concretan en actos, conscientes e inconscientes, que buscan manifestarse de manera imperiosa.


 
Lo que para Coomaraswami está predefinido son las «circunstancias» en las que uno nace: por un lado, su entidad individual que consiste en alma y cuerpo propios y, por otro, su entorno natural y social. Estas circunstancias constituyen un conjunto específico de posibilidades, así tendríamos que el nacimiento es una oportunidad de realización personal y social. En cambio, el «libre albedrío» es una libertad para hacer uso o para dejar pasar la oportunidad de devenir lo que uno puede devenir bajo las circunstancias en las que cada quien nace.

El tema nos permite abordar investigaciones realizadas por el neurólogo estadounidense Benjamín Libet, un científico nacido en 1916, quien asegura que "el ser humano no tiene libre albedrío". Y sostiene: «cada vez que los seres humanos decidimos hacer cualquier cosa, en realidad es nuestro cerebro el que ya tomó la decisión y, a veces, hasta varios segundos antes». Afirma que "ésta no es una especulación sino un hecho científicamente comprobado". Años después, surge la "neurocultura", un proceso empeñado en revaluar la concepción del mundo que discute la existencia del libre albedrío y como consecuencia la existencia de Dios. Al respecto, el investigador Javier Jiménez afirma que la ciencia lleva siglos en esta batalla, donde filósofos y pensadores ligados al dogma, se mantienen firmes e invariables. Sin embargo, dice, "ninguna propuesta de esa naturaleza resulta concluyente".

Se considera evidente que la libertad del individuo no es ilimitada. Nadie puede llevar a cabo lo imposible, aunque tal imposible pueda ser algo posible en algún otro «mundo». Un individuo nace de un modo determinado y no podría hacerlo de forma distinta, sus posibilidades están dadas desde el nacimiento; todo lo que el individuo puede realizar durante su existencia depende de las provisiones presentes en su propia naturaleza. Cada individuo es único. Ciertas posibilidades específicas le son accesibles al individuo determinado y muchas otras le son vedadas. Este pensador ejemplifica refiriéndonos al hombre que está en Londres y que no puede ser un león en África. A estas posibilidades e imposibilidades, les solemos designar como el sino o destino del individuo.


 

La libertad de nuestra voluntad individual es la capacidad que tenemos para hacer lo que podemos hacer, o para abstenernos de hacerlo. Cuando somos forzados a actuar o sufrir contra nuestra voluntad no es debido a una coerción de la voluntad, sino de los implementos disponibles. Sentimos coerción en apariencia ya que solemos identificarnos con los implementos que nos son accesibles. Si cada uno de nosotros se conociera a sí mismo, todo sería mucho más claro, porque al comprender nuestra propia naturaleza podemos sopesar lo que es posible bajo circunstancias dadas. Puede comprenderse así que la providencia no interfiere con el sentido de libertad individual. Dice Coomaraswamy que hay, de hecho, una coincidencia entre la providencia y el libre albedrío. Es posible conocer la esencia de otro y prever su destino particular, pero esto no interfiere para nada en la libertad del otro.

La providencia

Registran los diccionarios que el término providencia concierne a aquello que se dispone de manera anticipada o que permite alcanzar una cierta meta. Por lo general, el concepto se refiere a lo que concede una divinidad (en este caso, se escribe con mayúscula inicial: Providencia). La Divina Providencia es entonces un concepto religioso por el cual una divinidad crea e influye en el universo, en especial sobre la Tierra para el socorro de la humanidad. Coomaraswamy afirma que la Providencia de un Dios omnisciente, posicionado en el centro de la rueda, presencia inevitablemente el pasado y el futuro en un ahora. Este «ahora» será el mismo mañana que el que fue ayer, y en su esfera no interfiere para nada en la libertad de criatura alguna. No deberíamos ver a la Providencia como una previsión en el sentido temporal, como si se tratara de ver hoy lo que acontecerá mañana. Lejos este sentido temporal, la Providencia es una visión siempre simultánea con el acontecimiento. No cabe considerar que Dios mire hacia el futuro o hacia el pasado.


Por consiguiente, al ser humano nada le es impuesto arbitrariamente ya que todo se ajusta a un programa perfecto que cumplimos con ejecutar. Expone Coomaraswami: «todo lo que nos acontece es solo una posibilidad cuando se presenta la ocasión. El hombre es libre de hacer o de no hacer, según la circunstancia. El hombre marca su destino según su propia naturaleza. La providencia no interfiere en modo alguno con el sentido de libertad». Y concluye, «Debemos asumir una providencia omnisciente en Dios, que desde su posición en el centro de la rueda es presencia inevitablemente del pasado y del futuro ahora, un 'ahora' que será el mismo mañana que el que fue ayer.» Consiguientemente, es un error considerar que Dios mira hacia adelante hacia un acontecimiento futuro o hacia atrás un acontecimiento pasado, este tipo de ocupación carece de significado, como carece de significado preguntar ¿qué hacía Dios antes de hacer el mundo?.

Guenon considera a la providencia como la "reina de todas las cosas" y Tomas de Aquino afirma que "es Dios quien gobierna el cosmos". Agreguemos la opinión de Boecio que en el siglo VI decía: «la providencia y el destino comparten un mismo objeto, el plan de Dios y su creación; así pues, el Plan visto por Dios es la Providencia y está en el interior de Dios mientras que el plan manifestado en el mundo es el Destino que se encuentra en el exterior de Dios o en su creación». Este pensador concluye lo siguiente: «… filosóficamente, la providencia es la esencia de cualquier existencia posible y el Destino es esta esencia pero ya existente y desplegada en el mundo de las cosas sometidas al cambio».

Incertidumbre y aceptación del destino


Nos dice Coomaraswami que no es imposible zafarse de un destino previsto. El destino es para aquellos que han comido del Árbol, esto es para aquellos que han adquirido consciencia de ser y de tener capacidad para hacer. La adquisición filogenética de la conciencia humana sería análoga a la adquisición ontogenética de la conciencia por las criaturas humanas que de un estado de inocencia pasan a tener conciencia de sus actos. El espíritu que entra en todos los seres nacidos con cuerpo-y-alma, toma la rienda del accionar humano, permitiéndole hacer uso de la libre elección.

Mediante la libre elección aceptamos el destino, es decir la pasión de bien y de mal. Según el caso, le damos la bienvenida al destino o tratamos de evitarlo, pero no podemos dejar de encararlo, esto es de sumarnos al movimiento de la rueda. Hagamos lo uno o lo otro siempre seremos los mismos que estábamos destinados a ser. Podemos encarar el destino con prudencia, osadía, humildad, ambición, egoísmo o altruismo, rebeldía o resignación, pero siempre será nuestra propia naturaleza la que nos lleve a perseguir un destino del que estamos preadvertidos y para el que tenemos disposición. En la mitología y la literatura heroica el sentido del honor empuja al héroe haciendo que prosiga lo que ha comenzado incluso ignorando la advertencia, dado que está «predestinado» a ser lo que finalmente va a ser.

Conocer el destino infunde temor y, paradójicamente incertidumbre, ¿Podré cumplir mi destino? ¿Es inevitable que éste sea mi destino? Coomaraswamy ejemplifica esto acudiendo a la vacilación del mesías, como ocurre con Agni en el Rg Veda Sanhitā, con Buddha y Jesús. Estos personajes arquetípicos sufren la incertidumbre pero aceptan su destino.

 

El deseo no debe confundirse con la pesadumbre. El deseo abriga una posibilidad de ser, real o imaginaria. Lo cierto es que no es viable desear lo imposible, por eso la imposibilidad causa pesadumbre. No cabe lamentar la leche derramada, ni jalarse los pelos por un viaje frustrado, nada acontece a no ser por necesidad. Aquí consignamos un comentario suelto recogido de una publicación que firma alguien llamado Carlos Gershenson:«Es cierto que los deseos no satisfechos nos traen decepciones. Pero los deseos satisfechos nos traen satisfacciones. ¿Cuál es mayor? Creo que mientras más sufra uno, más apreciará los momentos de felicidad, y vice versa. El que no desea nada no sufre decepciones, pero tampoco satisfacciones. Está más allá del deseo y la decepción. ¿En realidad es feliz? No es feliz, pero tampoco desdichado. Más bien se aburre de lo lindo. ¿Entonces qué es mejor? Parece que no importa qué camino escoja uno, la balanza de dicha y dolor siempre quedará balanceada. Depende del espíritu de cada quién cuál se nos acomode mejor. ¿O de su DNA?».

Ese espíritu, ese programa inscrito en el DNA, es precisamente la idea de la potencialidad antenatal enunciada por Coomaraswami.

Nos recuerda Coomaraswami que, para Santo Tomás, la ciencia y la teología están de acuerdo en que el curso de los aconteceres está determinado causalmente, ya que Dios no gobierna solo sino que lo hace por medio de las causas mediatas, así el mundo no resulta privado de la perfección de la causalidad… Todas las cosas (en la cadena del destino) son hechas por Dios a través de las causas segundas que según Hoobes son los actos creadores de los propios hombres. De manera similar, la Ívetāsvatara Upanisad distingue entre el Brahman, el Espíritu de Dios, el Uno, como la causa permanente, y su Poder o Medio de operación (ßakti = māyā, etc.); conocido como tal por los contemplativos. De la misma manera, el Brahman no opera arbitrariamente, sino de acuerdo con propiedades variables inherentes a los caracteres de las cosas como son en sí mismas, cosas que deben su ser al Brahman, pero que son individualmente responsables de sus modalidades de ser. Este es el punto de vista tradicionalmente ortodoxo, como lo expresa Plotino «se ofrece todo, pero el recipiente es capaz de acoger sólo un tanto», y Boehme «como es la armonía, es decir, la forma de vida, en cada cosa, así es también el sonido de la voz eterna en ella; en el santo, santo, en el perverso, perverso… por consiguiente, ninguna criatura puede culpar a su creador, como si él la hiciera mala». Nos permitimos puntualizar que el problema del mal o Paradoja de Epicuro consiste en la contradicción que surge al combinar la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo con la existencia de un Dios omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente. Está claro que esto no es un problema en el pensamiento andino, desde que reconoce la complementariedad de los opuestos; por otra parte, la idea del eterno retorno desde la ciclología andina compatibiliza bien los conceptos de destino y libre albedrío, por ejemplo en los mitos fundacionales.


Cabe señalar que Max Scheler, en consonancia con Coomaraswamy, afirma la existencia de la libertad del ser “espiritual” que desligado de sus impulsos y del medio, se abre al mundo; no obstante, dice que el destino es el límite del libre albedrío. Si alguien decide libremente actuar siempre conforme a la ley, de forma que en idénticas condiciones su comportamiento será siempre el mismo, resultará que su obrar es perfectamente predictible, pero no por ello menos libre. Hay en ese caso libertad, pero no casualidad o indeterminismo; es más, el analista teórico hablaría incluso de determinismo. Esto significa que, en realidad, las nociones destino y libre elección no son diametralmente opuestas, sino que son realidades multidimensionales que presentan una complejidad interna. Sometidos a examen filosófico, destino y libre albedrío son más compatibles entre sí de lo que parece: en el acontecer, el destino vendría a ser una especie de puerta abierta a una noción de libertad superior al libre albedrío.

Referencia

 * Artículo de Ananda K. Coomaraswami, publicado en Studies in Comparative Religion, vol. 13, nº 3 & 4, 1979. Para esta comunicación se ha estudiado la versión que aparece en Letra y Espíritu. Revista de Estudios Tradicionales Nº 36. Pardes 2014.


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