domingo, 20 de diciembre de 2015

HELIO-TROPOS. El tejido sin costuras de la existencia

Iván Loyola Velarde*

“Evoca la muerte como punto de partida” anota Víctor Vimos en el prólogo de esta cuidada edición del más reciente poemario de Rodolfo Sánchez Garrafa, y no se equivoca. Como tampoco se equivoca al establecer la analogía con las cuatro estaciones. Al fin y al cabo, las estaciones son funciones del movimiento de la tierra alrededor del sol, si es cierto que el sol es el centro y no la tierra, verdades que en este conjunto se relativizan porque el espíritu de estos poemas es que las verdades absolutas son iridiscencias que devuelven la luz con matices diferentes dependiendo del ángulo de rebote. Y al final, todas son válidas, o todas no lo son. Vayamos al grano.

Empecemos por el final, como punto de partida. Antes de ello, fijar una perspectiva, que es la de una equivalencia de los tres primeros libros, Parasoles, Crisoles y Tornasoles, con los mundos arquetípicos de la cosmovisión andina, el Uccu, el Kay y el Hanan Pacha. El cuarto libro, Girasoles, que ya no correspondería a esta trinidad conceptual del ancestro del autor –de nuestro ancestro- representa una contribución que enriquece esta visión. Los mundos mencionados son colectivos, son atributos de los ayllus extendidos, de la gran familia humana como un todo. Girasoles es la síntesis de esos mundos y experiencias, desde la perspectiva y experiencia íntima de la mente del autor. Es parte de esos mundos pero es independiente. Es una mirada desde fuera, pero también desde los recovecos inextricables, inencontrables, privados, últimos, de la mente, el alma y el corazón del escritor. 

Helio-tropos, Hipocampo Editores 2014.
Empecemos por el final, decía, y nobleza obliga. HE PROCURADO PENSAR  COMO PEÓN Y COMO REY, el último poema del libro final del conjunto abandona el enfoque metafórico y es más bien una reflexión sobre la vida, sobre el camino recorrido, y una mirada liberada del attachment que el autor puede tener sobre cómo ha abordado estos temas a través de los poemas anteriores. Es a su vez crítica y elogio, pero más que nada es como quien contempla un vestido que uno se ha quitado y yace en la cama, el sofá o el suelo. Puede ser hermoso, pero ya no es parte de uno. Ambicioso pero ajeno. Lo amo, pero no lo necesito.

“Una inmovilidad será tablas/y poder dedicarme a la verdad/ al combate cuya jornada final he postergado/y postergado hasta ahora” dice Sánchez Garrafa. Debo confesar que hago trampa, pues días antes de leer este poemario me senté con el autor, a discutir estos asuntos. Pensar en la muerte, pensamiento recurrente después de los cincuenta, impregna el transcurso de esta selección. Pensar en la muerte, pero no  solo con el temor natural, sino con orden, con un deseo de orden, de que pertenezca ella al devenir natural de la existencia. Sánchez Garrafa lo dice bien claro, la muerte no es ya una derrota, sino un tablas, un empate, y un empate frente a la muerte es al fin y al cabo, una victoria.

Una página antes, CORREN LOS ANTILOPES, tal vez el poema más logrado, en lo que es ritmo, representación, consonancia del cuerpo con el título, nos libera del fardo del transitar por los mundos anteriores, la suerte de divina comedia por la que Sánchez Garrafa –a la manera de Dante- nos ha hecho deambular. El mensaje es un poco a lo que enseña Buddha, la vida es dura, pero al comprender esta verdad, que ligera es, que fácil es, enlightenment, la carrera ágil, vertiginosa hacia adelante, sin pensar en obstáculos, del antílope. “Las patas traseras se esfuerzan en impulsar cuerpos vigorosos instintivos”…. “Y quedamos sin nubes, qué solos, al borde del inmenso arenal”. El arenal es, en su inmensidad y su materia indistinta, la realidad cognitiva en la que el ser chapalea sin esperanza: se nace, se muere y no se sabe en verdad, por qué se ha venido a este mundo, y mucho menos, por qué se le deja.


Salto quántico a la primera página, al poema uno, SALUDEMOS A LA NOCHE,  donde Sánchez Garrafa habla de la muerte, no como un final sino como un nuevo escenario, un nuevo espacio donde tal vez no se descansa sino se crea: “Al irse el día pieza por pieza/se arman las sombras”. Se arma el espacio de la muerte, no se desinstala el existir. Una apuesta por la esperanza de que más allá del cuerpo material vuelto polvo hay otro nivel de existencia. Otro nivel que nace del útero/tumba, la unión en la dualidad, y aquí qué duda cabe, que el ancestro de Sánchez Garrafa sale como una garra que atrapa su atención y su enfoque y lo retrotrae a lo andino, DE LA SECRETA TUMBA RENACEMOS, dice y como en el cuento de Cortazar, en el que el héroe se pierde en una galería en Buenos Aires y sale al otro extremo en una galería en Paris, aquí también se confunden el útero y la vida, la tumba y la muerte, que comparten sus cualidades subterráneas, escondidas, oscuras, misteriosas.

En una antología donde lo escatológico no es sombrío sino transición, no puede faltar la resurrección. VIVO EN UN ARCA AZUL, dice Garrafa, “un día bajará el nivel de las aguas/y podré sembrar estrellas…. Todo es azul, dice, “mi mujer me llama con voz azul azul azul” y le llama la vida, pero en el tramado verbal de este poemario, la vida no es “la luz” sino es todo, es la llama existencial pero es también el descenso al mundo oscuro, al no ser, condición indispensable del ser de la que Sánchez Garrafa, andino, heredero de tradiciones que Sánchez Castañeda –su padre- le inculcara desde niño, no se puede desligar en cada línea de este abecedario que nos dice de la unidad consustancial de vida, muerte, sueño y vigilia.


Sánchez Garrafa es un hombre vital, lejano aún de cruzar el umbral. Sin embargo, en sus reflexiones anticipadas, nos tira luces sobre un sendero que es oscuro porque normalmente nos incomoda iluminar. Este libro nos lleva de la mano por lo que es natural en el ser vivo, temor, horror, aceptación, resignación al olvido que conlleva el tránsito a lo que no sabemos. Pero nos da también herramientas para tomar este paso con naturalidad, con coraje, y por qué no decirlo, hasta con cierta excesiva seguridad: “Al escribir me desprendo de partes de mi ser”.

Solo desgajando las capas de ego del ser, puede uno enfrentar lo desconocido sin temor. Sánchez Garrafa nos dice que se puede, que es parte de la necesidad que implica ser, existir. Y al hacerlo, nos regala con varios bien logrados textos. Todos transitaremos por ese sendero, mis amigos. Tengamos veinte o setenta. “El día empieza a despedirse” dice el poeta, en su primer verso, y remata “saludemos a la noche”. Hagámoslo con la frente en alto, con alegría, sin falso coraje. Es el consejo valioso de quien ha pensado mucho en estos temas y ha elegido compartir sus conclusiones con nosotros, a través de un bien planteado poemario.
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Iván Loyola Velarde (Lima, Perú 1961). Biólogo marino en el Mar de Bering, se graduó en forestales y realizó un postgrado en estudios latinoamericanos. Ha recorrido el mundo y residido por muchos años en Vancouver-Canadá. Destacado narrador, es autor de relatos y artículos publicados en revistas en línea y en el magazine literario Hispanic Cultural Review de la Universidad George Mason. En 2009 quedó finalista del prestigioso premio Juan Rulfo organizado por Radio France Internacional. Ha sido ganador del COPE Bronce 2010 con "Un alquimista en el Caribe".

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