Rodolfo Sánchez Garrafa
Si bien no estamos ante el primer libro de Manuel Raya*, “El tiempo y la destrucción” es su primera novela, lo que quiere decir también que es su más atrevida producción literaria hasta el momento.
Se trata de un relato que pone énfasis en los entretelones de la vida grupal juvenil universitaria, en estratos estudiantiles de origen popular. Muestra la dinámica social, lo que de alguna manera podría llamarse mentalidad de época y las estrategias de vida puestas en práctica con resultados diversos.
Paso a comentar este interesante libro, desde una mirada básicamente antropológica.
La percepción del tiempo juvenil
Personalmente me he hecho la idea que cuando uno es joven ve la vida sin mayores aprehensiones, como si tuviéramos por delante todo el tiempo del mundo, un horizonte ilimitado de vida. Conforme pasan los años, muchos sentimos que el tiempo se hace breve y que cada vez transcurre con mayor velocidad, nos apremia y una gran parte de nuestros esfuerzos se concentra en recuperarlo en lo posible, en “ganarle tiempo al tiempo”, la juventud “el divino tesoro” –a decir de Rubén Darío– se va para no volver.
Mi amigo, el joven Manuel Raya, desde un inicio, toma en esta novela una perspectiva opuesta. Me explico, el personaje protagonista inicial siente que su presente consume todo a su paso, que canibaliza los sueños juveniles de los Chicho Boys, grupo o pandilla de amigos estudiantes. El sentido subjetivo que Mauro Chicho tiene del tiempo le hace sentir que enfrenta de manera constante a un depredador, que requiere la vitalidad de sus víctimas. De ahí que para él, el secreto de la vida presente consista en: existir en el límite, en el vórtice, como un hilo al filo de la navaja. En tal situación, la voz es subsistir, caer, pararse, intentarlo todo, otra vez.
Se trata, según lo veo, de un tiempo cronológico (en la lógica de Cronos), que corresponde a la idea griega del transcurrir que devora todo y a todos, un tiempo secuencial, que pasa sin que se pueda evitarlo, a la manera de un “tic-tac” de reloj que irreversiblemente nos conduce a nuestro respectivo futuro, mientras nos va aniquilando y nos chupa la vitalidad. Entiendo que la percepción subjetiva que este personaje tiene del tiempo está influenciada por diversos factores externos e internos: Las instituciones deformando los sueños, la precariedad de las condiciones de vida, la incertidumbre diaria, pero en muchas formas también por la capacidad individual de organizar y reestructurar la vida.
No es gratuito que el mismo Chicho se considere afortunado al haber logrado conocer el verdadero sentido de la vida. El descubrimiento es entonces la mayor ganancia de la madurez, tras años de vivir a ras del asfalto y experimentar giros existenciales determinantes.
Harry Boy, otro de los personajes, pone el acento en la importancia del presente para los jóvenes, óptica que repara en los esfuerzos de cada quien por marcar el tiempo que vuela y atraparlo, cosa que no es sencilla porque el tiempo es percibido como una realidad rebelde, tanto o más que los actores humanos. Es el mismo tiempo cronológico devorador, al que hay que sujetar, ante el cual lo pasado ha dejado de tener sentido, por lo que solo el presente es el que cuenta. La historia es mentira, la verdad está en el presente, como en el tiempo de Kairos, aquella caprichosa divinidad griega de la oportunidad que es calva, a la que hay que atrapar por el mechón que lleva adelante. Es por eso que para este joven el tiempo guarda el secreto que puede servir para cambiar el destino.
Para Piero Malta, uno de los que reflexiona globalmente su vida y la de sus amigos de grupo, la consigna es matar el tiempo a como dé lugar, estrangularlo, aniquilarlo, exorcizarlo, destruirlo y así evitar que sea el tiempo el que destruya a la humanidad. Paradójicamente, el tiempo de ocio, en la perspectiva de Piero Malta, llega a servir para ordenar ideas. En medio del peligro generalizado, se aprende a dejar todo en orden, hay que estar preparado para salir y no regresar. Es duro esto, incluso para personas maduras, no es fácil aceptar lo frágil de la vida en un mundo violento. Vemos así que la percepción subjetiva del tiempo depende mucho del contexto social y de la situación emocional en que se encuentra el sujeto.
En esta narración, solo a un Salvador le es dado comprender la eternidad del tiempo, que en tanto Aión no necesita devorar nada y más bien invita a la acción que es la que da sentido a la vida y la hace deseable. Salvador, nace en un tiempo en que la muerte deja de existir y es el que descubre la belleza perenne, al contemplar las montañas de los Andes patagónicos, lo que podría entenderse como la mayor obra divina, la propia naturaleza primordial, donde al que busca se le hace posible alcanzar la utopía, la luz, y ser feliz.
Salta a la vista una percepción del tiempo que principalmente responde a las circunstancias y el modo heterogéneo en que se las confronta.
El peligro como sentido de vida
Al grupo de amigos autodenominados Chichoboys les ha tocado vivir una época particularmente violenta. Es el Perú de los años 80 y 90, en los que la sociedad en su conjunto está sacudida por hechos que configuran una situación generalizada de amenaza y peligro. En el ambiente universitario y en la calle se tiene la sensación de que el sistema social está “jodido” y que a la población se le hace difícil soportarlo
En este contexto de peligro "real" y no meramente "potencial", existir en el límite, en el vórtice, es la idea y práctica del grupo de jóvenes cuya historia narra la novela de Manuel Raya. Siendo que las oportunidades de realización son mínimas o inexistentes, optan por el camino de los burladores de la ley, lo que por lo demás resulta una conducta manifiestamente generalizada, todos lo hacen: mienten, simulan, engañan, roban con frialdad. Si en algún momento, la vida en el límite permite esbozar una sonrisa es haciendo de este gesto un arma de batalla contra el hambre, una expresión de resistencia al mundo cruel, en suma una manera de sobrevivir.
El ocio, el entretenimiento y, finalmente, la anarquía, son recursos diarios que conducen en algún momento al extremismo, de una situación que atrapa, adormila y no permite despertar. Las circunstancias, sin embargo, pueden extender tablas de salvación, alguien como Búfalo podrá emigrar lejos y escapar de la vorágine destructiva, otro como Piero se redimirá luego de expiar mediante el sufrimiento de la locura, los demás sucumbirán en las garras del vicio y la adicción al sexo.
La novela de Manuel Raya, desarrolla una interesante perspectiva sobre el peligro de la violencia destructiva externa, que pasa muchas veces a teñir las vidas de quienes inicialmente son víctimas y luego pasan a ser actores o agentes de la misma. Un mundo violento, alcanza por lo mismo elementos que pueden ser adictivos para los involucrados; las conductas de desviación recurrente pueden parecer idealistas o románticas, pero por lo general responden a una contaminación ambiental y un oscurecimiento del panorama de vida. Se regresa a la vida pasada y eso puede justificarse, como lo hace Piero, con una supuesta lealtad, un sentimiento de culpa ante lo que se percibe como traición al grupo de referencia social, sentimiento tan fuerte que se impone incluso sobre otras consideraciones como el amor de pareja y el instinto de conservación.
Escribir una historia
No cabe duda que la novela de Manuel Raya responde a una necesidad de escribir. Lo que es digno de comentar es que esa necesidad está explícita en el texto que nos alcanza. Harry Boy escribe para ser feliz, ya que solo puede serlo en la ficción. Se trata de la escritura como terapia. Es que en este sentido, escribir alivia al que lo hace del peso que significa cargar a espaldas vivencias, emociones, pensamientos y ambiciones ocultas, que en conjunto pugnan por ser liberados. Puede tratarse de las que gravitan sobre el escritor o simbólicamente del pretexto para abordar una circunstancia en un plano de más profunda reflexión. Piero Malta, por su parte, encuentra irónico que la época de mayor violencia y represión en el país se corresponda con sus memorables aventuras literarias. La alforja del escritor reboza de palabras, es un recolector de significantes y significados que hacen pensar. El escribir se hace oficio a punta de entrega, para responder a la ebullición de las ideas, y en este cometido el fantasma de los arquetipos (como es en algún momento la figura de Martín Adán) siempre ronda para decirnos que todo y nada está escrito, que hay que hacer algo para no perder los recuerdos.
Escribir suele implicar una toma de distancia, para aclarar ideas, curar heridas, valorar el presente y proyectarse al futuro. Escribir descomprime el ser. Al escribir se revive y atiza el recuerdo, a la vez se halla una forma de contrarrestar la soledad, eso parece haber ocurrido con Chicho o quizá Piero, en esos lapsos de encierro con que logró vencer su claustrofobia, escribiendo por instinto para lograr que las palabras venzan al tiempo.
De hecho todos tenemos una historia, para los personajes de esta novela conservar la historia puede llegar a ser una obsesión saludable, un escribir sin parar, sintiendo que así resucita el alma considerada muerta. Convertida la escritura en pasión pasa a convertirse en una oportunidad de renacer de hallar la felicidad y crear luz bella semejante a la experimentada con Salvador en su peregrinaje a la región más austral del continente.
Escribir ha sido, para resumir, la solución que el novelista nos ofrece al conflicto central entre el tiempo y la destrucción. Al decir clásico Verva volant, scripta manent. El registro material permite acariciar al menos una sensación de perdurabilidad, es un testimonio al que podemos volver cuantas veces queramos. Nuestro amigo Manuel Raya va a ser leído y discutido por mucho tiempo. Así lo espero. Felicitaciones Manuel.
Lima, noviembre de 2017.
* Manuel Raya (Villa El Salvador, 1987), economista por la Universidad Nacional del Callao, bachiller en Derecho por la Universidad Nacional Federico Villarreal. Tiene dos libros: Mundo in-mundo (cuentos) y El tiempo y la destrucción (novela).