Rodolfo
Sánchez Garrafa*
José
Carlos Fajardo Torres nos sorprende con su nuevo libro titulado Ayacucho,
Salinas y otros lares (Capazul, Lima 2015). Hasta ahora, nos habíamos acostumbrado a leer sus
estudios de análisis sociopolítico y etnolingüístico, muy a tono con su
formación, etnológica, jurídica y politológica; sin embargo, dada su gran
experiencia de mundo y su sensibilidad humana, de la que soy testigo personal, era
de esperarse que en algún momento nos hiciera partícipes de una visión
particular sobre sus vivencias como migrante andino que ha sumado su presencia
al contexto multicultural de los Estados Unidos de Norteamérica.
Casa familiar de los Fajardo en Huamanga-Ayacucho. |
En
este su reciente libro, José Carlos transmite un sentimiento de añoranza
telúrica, que yo llamaría realista porque se trata de la nostalgia de alguien
que sabe bien que no volverá a su tierra natal, por haber echado raíces en un
nuevo lar, sin que eso le haya llevado a abandonar su profunda identidad
andina. Buena parte del texto recoge cartas escritas por el autor a sus hijas y
otros miembros de su familia en el lapso de cuatro años. Cartas recuperadas y
arrebatadas al transcurso del tiempo, que son un relato vívido en parte existencial
y en parte testimonial sobre hechos que son parte de la construcción del
presente.
José
Carlos no es alguien que mire los acontecimientos sociales como exclusivamente
resultantes de una acción individual, su mirada histórica es esencialmente societaria.
De ahí que empiece su discurso a partir de una reconstrucción específica del
proceso de conquista de California por los peruanos. Su relato confirma que las
condiciones históricas generales son más poderosas que las personalidades más
fuertes. Constituyen hechos significativos, en este sentido, la presencia de
representantes de la aristocracia mercantil limeña en California, a propósito
de su colonización promovida en el siglo XVIII por el Virrey de México; y, más
tarde, obedeciendo a la demanda de gente con experiencia minera, por la llamada “fiebre
del oro”, que resultó atrayendo, entre otros, a chilenos y peruanos. Nos
confirma también que desde mediados del siglo XX al presente, los propios Estados
Unidos han favorecido la inmigración de ciertos tipos de profesionales o
trabajadores de servicios a los que se recluta como invitados. Está claro que
el mayor desarrollo de este país, la posibilidad de ganar dinero dentro de una
sociedad con un mejor estándar de vida y el atractivo del “American way of life” constituyen fuertes motivaciones que lo han constituido
en uno de los focos más importantes de inmigración, particularmente
latinoamericana.
Lo
dicho en el párrafo que antecede, no implica una ortodoxia ideológica en la
mirada de José Carlos Fajardo, lo que encontramos como contrapeso es un
acercamiento bastante objetivo a la actividad de los inmigrantes de carne y
hueso como forjadores de la historia. Allí están, entre otros, el cura cuzqueño
Humberto Hermoza, párroco y constructor de la iglesia Cristo Rey de Salinas
entre 1951 a 1985, al igual que Juan Bandini, nacido en Lima, quien dejó huella
como un personaje interesante, aunque oscilante, al haber llegado a ser representante
de California en el Congreso Mexicano y luego activista en las revueltas
californianas contra México.
Casa de José Carlos Fajardo en Salinas-California. |
Para
gusto nuestro, JC no se queda en el examen de registros documentales sino que,
pese a la brevedad de su libro, alcanza a referirnos casos específicos de
coterráneos cuyo trayecto de vida ha tenido oportunidad de conocer directamente:
Aurelia Quillama, Manolita Arango, y Carmela Guevara, tres generaciones de una
familia (abuela, hija y nieta), las dos primeras nacidas en Aymaraes-Apurímac,
y la última en Lima; constituyen un caso que permite apreciar una estrategia de
migración en cadena, iniciada por Manolita, que empezó trabajando en California
como empleada doméstica y hoy posee una casa en Salinas, así como una hija que
se ha graduado en la universidad de Santa Cruz-California. Doña Aurelia, quince
años después de haber sido llevada a los EE. UU., sigue siendo monolingüe
quechuahablante y distrae sus horas de ocio recolectando latas y botellas
vacías para venderlas en el centro de reciclaje.
Otras
personas involucradas en un obligado aprendizaje de convivencia, muchas veces
inusual, son Renán del Barco y Dolores Villarreal, una pareja de
peruano-ayacuchano y americana de Kansas con ancestros latinoamericanos. Pese a
las breves líneas que José Carlos les dedica son ejemplo de una familia bien
establecida, en la que sus condiciones económicas y su nivel educativo han sido
decisivos para dar forma a un proyecto de vida exitoso.
El
propio caso de JC es ilustrativo, ayacuchano, casado con norteamericana, con
nivel educativo universitario, muestra circunstancias que a la larga han
resultado favorables para el futuro familiar. Sin embargo, es visible que, tratándose
de alguien que no ha abandonado su identidad cultural andina, los límites de su
adaptación afectiva en un medio cosmopolita del primer mundo se ven si no
constreñidos al menos limitados en lo personal: JC nunca pudo evitar un
sentimiento de soledad, en Salinas la ciudad en que se estableció
definitivamente se le hizo difícil trabar amistades, las relaciones con otros
resultaban frágiles y problemáticas, los contactos interpersonales por
episódicos no calaban a fondo, la memoria social local resultaba insuficiente
para asir lo imponderable, la población en su mayoría era de inmigración reciente.
Téngase presente que no nos estamos refiriendo a un andino aferrado a una
tierra sacra que dejara atrás, junto a otras deidades ancestrales, sino a un
hombre moderno, ateo, despreocupado de la finitud humana, con amplio recorrido
por el mundo desde sus años mozos. No podemos dejar de pensar, tras esta
lectura, en la múltiple y diversa casuística de los migrantes al primer mundo,
en lo árdua y dolorosa que puede resultar una readaptación, en el alto costo
que tiene vivir mejor lejos del terruño. El encuentro con el otro parece
hacerse difícil por los muros que se erigen alrededor del migrante y en las
limitadas posibilidades que encuentra para entablar un diálogo.
Es
cierto que muchos migrantes tienen poco que perder, pero otros dejan atrás un
mundo con sentido y un contexto en el que cada quien es alguien. Los Fajardo,
como puede verse en el contraste de la propia tapa y contratapa del libro que
comentamos, proceden de una familia señorial y en el lugar de destino se ubican
en una clase media amorfa sin tonicidad social, quizá muy adecuada para una
ideología individualista. Es claro que habrán muchos otros migrantes que puedan
testimoniar lo contrario y eso no tendría por qué extrañarnos, ya que –como
dijo el filósofo- “todo depende del cristal con que se mira” o del grado de
miopía, agregaríamos.
Ver Salinas al sur de San Francisco, pròxima a Monterrey y Carmel. |
La
metáfora del árbol, que hunde sus raíces en todo lo vivido y aprendido, es muy
apropiada para ajustarse a las relaciones familiares desde una perspectiva
andina y podría decirse que JC ha ido sintiendo y percatándose intuitivamente de su
conversión en raíz, a la que concierne enviar la sabia nutriente extraída del
pasado que entronca con el futuro familiar. Es claro que no intenta hacer
docencia, pero convertido en árbol instruye a las ramas sobre la vida, lega el
recuerdo de los ancestros, el orgullo del linaje, muestra su capacidad de
entendimiento y de análisis comparativo, su conciencia de peregrinaje, su
práctica antes que una mera enunciación de valores.
Es
explicable que José Carlos Fajardo haya puesto acento en los límites de la
religión como soporte espiritual, pero ello no impide que se muestre cuán
humano es en su captación de la santidad, en tanto capacidad de valorar el
mundo sin preocupación por la gloria personal.
* Rodolfo Sánchez Garrafa, antropólogo, investigador social. Trabajó muchos años bajo la dirección de José Carlos Fajardo Torres.
Muy interesante. Que bueno que se haya abierto este espacio pues el mundo andino necesita ser permanentemente entendido.
ResponderEliminarAmigo Gioco,agradezco tu comentario. El entendimiento histórico y contemporáneo del mundo andino es la motivación que nos sostiene en estos quehaceres.
ResponderEliminarJC es un peregrino andino, que ha dejado trazas en el viejo mundo y ahora profundas raíces en su nuevo hábitat. Su reconocido conocimiento de lo andino ha sido un fuerte estímulo no sólo para los suyos, sino para quienes estuvimos en algún momentojunto a él. Su sapiencia y serenidad siempre fueron sus dotes que hicieron de él un científico acusioso y agusdo en el análisis de lo andino.
ResponderEliminarFelicitaciones Rodolfo por tu comentario sobre el libro de JC.
Para mí un gran maestro. Si bien parco en la expresión de su afecto, sincero y consecuente, como somos los andinos. Este su libro tiene mucho más para ser leído. Gracias Luis Negrón Alonso por añadir justas palabras en tu comentario.
ResponderEliminar