viernes, 12 de mayo de 2017

POIESIS DE GROVER GONZALEZ GALLARDO*

Rodolfo Sánchez Garrafa


Poiesis alude a todo proceso creativo, mediante el cual el hombre es capaz de hacer que algo pase de no ser a ser. Se entiende que para crear se requiere de conocimiento, por un lado; y, por otro, de técnica, que se aplican mediante una actividad en la que destaca un componente lúdico.


El Génesis explica que en el principio la tierra estaba sin forma y vacía. Yacían tinieblas sobre la haz del abismo, que es cuando Dios dijo: “Haya luz” y hubo luz. Vio entonces que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas, en el primer día de la creación. Es así que al hablar de luz y oscuridad nos remontamos a un acontecimiento primordial que yace en la memoria profunda de la humanidad. Viene al caso señalarlo porque la poesía de Grover González Gallardo tiene una virtud catalizadora y transhistórica capaz de insumir saberes tradicionales, intuiciones, prefiguraciones planetarias y muchas otras manifestaciones que la mente es capaz de generar.

Leamos su poema Poiesis incluido en “El sueño de las sombras” (2016):


POIESIS

La luz se desmorona, borbotea,
Se despoja de su implacable sombra:
Herida, su sangre se sumerge,
Desata raíces, racimos,
Fósiles que laten hasta ser el eco
De sus futuras formas:
¿Quién llora al sumirse en la tierra
Como lluvia de una sola gota?
¿Qué ojos desvanecen las tinieblas,
Estrellas que abominan la atmósfera?

Pero la noche también se desploma,
Se ahoga en un lago donde el fuego
Jamás ha rozado la frialdad
Que parpadea como una incógnita:
Volteo la página y la luz aún persiste,
Serpea sobre las sombras:
La noche regresa intacta, golpea mi alma,
Se marcha tras las huellas dejadas por la aurora.



Este texto, cuyo núcleo es la creación, puede ser abordado, entre otros, desde dos puntos de vista: Uno, atendiendo a la relación que el poeta establece con el mundo natural (cultivo de la naturaleza); y, Dos, en consideración a la manera en que el poeta proyecta su comprensión de la naturaleza a la explicación de su mundo interior (lo que para Platón era el cultivo del alma).

En la primera perspectiva, visualizamos una observación fina de la alternancia entre el día y la noche, entre la luz y las tinieblas. Es que la poiesis no se contenta con repetir lo que es sabido, sino que a partir de ese conocimiento formula una nueva aproximación al entendimiento o a la apreciación de la realidad cambiante.

Es comprensible que la visión de Grover González guarde cualitativa distancia con una mirada maniquea del mundo. Como sabemos el sistema religioso universalista maniqueo, fundado por el sabio persa Mani o Manes (Siglo III D.C.) y que tuvo vigencia al menos hasta el siglo XVII, postulaba un dualismo radical que reconocía la existencia de dos seres o principios supremos fundamentales: la luz (el Bien) y las tinieblas (el Mal), en situación de antítesis irreconciliable. 

En la poiesis del poeta, la luz y la oscuridad son polos opuestos pero vinculados por una relación de complementariedad y no de antítesis irreconciliable. Así, se nos muestra una realidad natural gobernada por ciclos de luz y oscuridad en permanente alternancia, aunque ella devenga de una oposición tensional. Si bien la luz despide a la oscuridad y viceversa, ello no implica eliminación, quizá sí un momentáneo despojo, solo transitorio porque al final ambas surgen indemnes de sus propios residuos. La luz, que herida se sumerge en la tierra, persiste serpeando sobre las sombras. La noche, que se desploma ahogándose en un lago de fuego, retorna intacta por las huellas de la aurora.

Agrego que advierto una simpatía entre la poiesis examinada y la cosmovisión de los pueblos originarios de los Andes, para los cuales el dominio de la noche es el tiempo caliente y el día un tiempo frío. La vida, en esta concepción, es posible gracias a la interacción dialéctica de los opuestos que de una u otra forma se complementan y se sostienen mutuamente.

En la segunda perspectiva, tal como ocurriera con Luis Cernuda Bidou, el poeta español de la llamada Generación del 27, Grover González experimenta de extremo a extremo con la luz y la sombra en su libro “El sueño de las sombras”. Lo que hace es perennizar el movimiento dialéctico con que la admiración por la naturaleza nutre su propia subjetividad. Grover vivencia la realidad y los más acuciantes impulsos, deseos y pulsaciones humanas, pues tanto la realidad exterior como el mundo interno son vivenciados como luz o como sombra. El sexo, la voluptuosidad, los sueños, se expresan como experiencias ora luminosas ora oscuras. No es entonces lo crepuscular el núcleo de su fascinación sino la alternancia misma, magnífica, indetenible, pero también dolorosa y aplastante. Así pues, en esta poesía, el discurso de la naturaleza se vuelca sobre la psique, lo erótico del cuerpo sobre la mente, vivenciada también en su aspecto de luz y de sombra. Al fin y al cabo, mientras uno tenga ojos no será posible mantenerlos cerrados e ignorar las experiencias de luz y de sombra o, lo que es lo mismo, aquellas que dan la forma a todo lo que percibimos mediante la vista.

Ciertamente, todos los objetos de la naturaleza son visibles merced a la luz que en algún momento incide sobre ellos. Gracias a la luz vemos los colores y texturas de los diversos objetos de la naturaleza. De hecho, el color y la textura son propiedades relativas a la luz y no a la sombra. El color no se manifiesta en la oscuridad y para acceder a la forma no hay otro camino que apelar al tacto, de modo que a distancia la forma nos resulta completamente ajena. Sin embargo, debemos considerar que la luz sola tampoco nos brinda acceso a la forma. La forma es un atributo que requiere el concurso de luz y sombra, solo así los objetos de la naturaleza adquieren contornos perceptibles, porque si no hubiera sombras todo sería un resplandor plano de luz, color y texturas. Esa es la lección profunda plasmada en “El sueño de las sombras”.

Hagamos como el poeta, y al voltear la página podremos ver flores abriendo o cerrando sus pétalos. Poetizar es, pues, abrir o cerrar los pétalos de la mente a la luz, pero también al calor de la noche, allí donde esto es posible, que sin duda lo es. En palabras de Grover González, evitemos ser espectros extraviados en la nada, hagamos de la piel una ventana, tengamos los ojos abiertos, y guardemos silencio cuando la noche se desnude.

* Grover González Gallardo (Cajamarca 1971). Poeta, abogado y ajedrecista. Hizo los estudios de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y los culminó en 1997. Es miembro del Liceo Poético de Benidorm, España y del novísimo grupo poético Rara Avis. Su primer poemario “Manantial en el espejo” fue publicado el 2013 por la editorial Pasacalle. Recientemente ha dado a conocer su segundo libro “El sueño de las sombras” (Ediciones Vicio Perpétuo Vicio Perfecto 2016). En la actualidad se encuentra en el proceso de terminar un tercer libro de poemas.


2 comentarios:

  1. En verdad le debo un agradacimiento profundo por haber tomado su valioso tiempo para analizar mi trabajo. Un fuerte abrazo, maestro.

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    1. Ha sido una tarea muy grata apreciado poeta Luis Grover González. Me permito reiterar que los integrantes del Circulo Andino de Cultura (CIRCULANDINO) hemos aprendido bastante la tarde de nuestra reunión de goce y trabajo, tal como era nuestro deseo. Nos trajiste nuevos aires y nuevas razones para amar la poesía.

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