sábado, 3 de mayo de 2014

EN EL TIEMPO CIRCULAR: EL VERBO IBA Y VENÍA


Rodolfo Sánchez Garrafa*

La invitación a leer Muyu pacha, me ha dado la oportunidad de efectuar una aproximación anticipada a la poética de José Luis Ayala. Dicho sea de paso, tuve la fortuna de conocer el lado poético de José Luis hace ya muchos años, mucho antes de familiarizarme con su personalidad y su producción multifacética.

Empezaré haciendo una reflexión genérica que considero pertinente a la ocasión, en un tiempo en que se vuelve a hablar de la desaparición cuasi inminente de las lenguas originarias de los Andes. El asunto es que prescindiendo de las preocupaciones por la estandarizarización de la escritura de lenguas esencialmente orales, considero que el fortalecimiento de las lenguas originarias tiene que ver con el enfrentamiento a problemas de baja autoestima y discriminación dentro y fuera el ámbito de la educación formal y quizá, fundamentalmente, del nivel universitario. El fomento de la producción escrita en idioma quechua y aymara es, sin duda, una de las formas simbólicas más claras de la revaloración idiomática, que debe ir acompañada de talleres de lectura comprensiva, redacción y expresión oral.



En este sentido, opino que la ANR al haber auspiciado la publicación de un volumen de poesía en versión bilingüe español-aymara, da una muestra y un mensaje claro de una visión liberada de las taras de la sociedad colonial, criolla excluyente e incluso de una moderna homogeneizadora, para pasar a respaldar de algún modo una perspectiva realmente intercultural.



La universidad peruana, hace tiempo debería disponer de un servicio de política lingüística capaz de impulsar el desarrollo de las lenguas andinas en todas sus funciones sociolingüísticas, en su condición de lenguas oficiales y portadoras no solo de la tradición cultural andina sino de la cultura moderna universal. La publicación de Muyu Pacha nos pone en ese camino.

Dicho esto entro en materia y me atrevo a proponer cuatro puntos desde los cuales se puede dar una mirada antropológica a Muyu Pacha de José Luis:
     
     1.  El ser cholo de Luis Ayala

Considero que en Ayala el calificativo de cholo no tiene que ver propiamente con una supuesta imbricación respecto a un grupo social en proceso de desarrollo que emerge de la masa indígena semi-servil de las haciendas y las comunidades indígenas, tal cual era el concepto antropológico elaborado para explicar cómo estaba configurada la estratificación social peruana allá por los años sesenta.

Nuestro poeta mismo declara ser el segundo hijo de una familia mestiza provinciana compuesta de once hermanos, todos nacidos en Huancané, departamento de Puno, así pues la realidad social nos ubica del lado “misti”, que participa de una cultura urbano-rural provinciana, aunque la autoadscripción identitaria lleve a asumir el ser cholo. Las circunstancias de vida de Luis Ayala le permitieron cultivar una cercanía no solo física sino afectiva con el poblador aymara de su entorno y experimentar tempranamente una interculturalidad de hecho, que más adelante sería objeto de procesamiento intelectual, entiendo primero bajo los efluvios del indigenismo nacional y, particularmente, puneño, y, luego, del examen desde una perspectiva política manifiesta, para responder a la pregunta ¿quién soy? Es así que en su libro “Acto de fe” (1987) nos dirá: Estuve ausente/ Fui a mi infancia y no hallé a nadie/ Recorrí angustiado fronteras/ Y estoy aquí para encontrarme.

El joven José Luis Ayala.
El mestizo provinciano migrante es también víctima de una ausencia de reconocimiento en el polo dominante nacional y sufre la discriminación y exclusión soportada largamente por la población campesina indígena. La conciencia de la hegemonía dominante y consecuente e indiferente exclusión de mestizos e indígenas, lleva a una conciencia revolucionaria y a reconocerse como representante de los subordinados, como la palabra de aquellos hermanos que jamás hablaron en voz alta. Definitivamente Luis Ayala no será un perro pobre que defienda a quienes lo discriminan y discriminan a sus hermanos.

Baste decir que la asunción identitaria del ser cholo, conduce o conducirá a poner fin a la ambigüedad propia de la ideología del mestizaje. El orgullo de ser cholo sobreviene al indigenismo, aunque la conciencia de ser andino, aymara o quechua, sobrevendrá a la choledad. En este sentido, es probable que Luis Ayala sea uno de los últimos cholos de la literatura peruana, actores de su tiempo que sin ser aymaras o quechuas originarios han sido capaces de cantar a los Andes, al altiplano, al antiguo árbol apagado de la cultura andina, y de sublevarse sumándose a las voces de las grandes mayorías. Digamos entonces que como Vallejo, Nieto y otros intelectuales del siglo XX, Ayala no ha sentido pesar por ser cholo, poeta y humano (Aka pachan tukusipana 1988).
    
     2.  El sentimiento de orfandad

En su poemario Wari nayra (1999) Ayala exclama: … huérfano soy/ conduélete de mi llanto. El sentimiento de orfandad o Wakcha kankaña, si bien concierne a la pérdida de los progenitores, se extiende con mayor propiedad a la privación del entorno social, del soporte familiar, en cuanto es la familia extensa o la propia comunidad la que prodiga el ambiente solidario y de reciprocidad ausente en el medio urbano caracterizado por la multitud generalmente anónima.

La migración del campo a la ciudad y la concentración en la gran metrópoli limeña conlleva al desarraigo, con todas sus consecuencias afectivas y emocionales. Para el hombre andino, ser forastero es ser huérfano y por eso el migrante se conduele, más que de su pobreza material, de la carencia afectiva que sufre en un medio ajeno que está obligado a conquistar.


La Iglesia de Huancané.

Ayala dejó su Huancané querido. Sus aspiraciones y capacidad lo llevaron pronto a Puno, la capital del departamento, donde llegó a ser Director de la Biblioteca Municipal, luego migró a Lima y a los 31 años hizo un tiempo de residencia en París. De él ha dicho uno de sus comentaristas críticos que su poesía parece moverse, con movimiento pendular, entre la opacidad del mundo y la transparencia de la palabra; yo pienso que su palabra va y viene. Va efectivamente hacia lo universal, con gran dominio de las formas clásicas y modernas, y viene, viene a su mundo natal acuñando las expresiones con el calor propio de la cultura aymara. Si bien dice no haber escrito por desarraigo, es evidente que no pudo evitar sentimientos de soledad y de inevitable retorno a sus raíces y su cultura.

Emigrar suele suponer un paulatino proceso de duelo, de reconocimiento y aceptación de la pérdida de vínculos primarios y referenciales en la vida de toda persona: la familia, los amigos, la cultura, la lengua. Sin embargo, la sana angustia y desasosiego en el caso de Ayala, ciudadano del mundo, lo impele a la añoranza, a volver para vivir, tal como escribe en Celebración del universo (1976), piensa en su madre, en su casa derruida tras la ausencia, en el horno que les proveía el pan, y llora al revivir el afecto de los suyos.

Autoridad, solidaridad y respeto.


La necesidad social del ser humano alcanza cumbres luminosas en los textos de José Luis Ayala, para quien los congéneres del escenario altiplánico andino conforman parte de un rostro ensangrentado profundamente grabado en su memoria y en cuyo auxilio se esfuerza por retornar venciendo el tiempo y el espacio. Por un lado, están las fijaciones de la infancia que ni lluvia ni fuego borran; y, por otro, la nostalgia por el país ausente que hace crujir los huesos, es decir la estructura misma que sostiene al hombre tangible.
     
     3.  Las resonancias ancestrales o la “cultura híbrida”

En Muyu pacha, el universo poético es efectivamente circular. El poeta vuelve sobre el entorno primario de su vida, natural y social. La realidad es descrita con realismo, poblada de seres de cierto modo primordiales, que sirven de constructos, el ayrampo, las qantutas, el sanqayo, el quirquincho, el lago Titicaca. La muerte social, circunstancial, es definida como una primera “muerte en vida”, aunque podría conceptuarse más apropiadamente como una “vida en la muerte”, pues el poeta conserva, pese al viaje de aislamiento, un yo con el cual identificarse, al cual alimenta con retornos reales o virtuales (Mi casa era pequeña, humilde y provinciana/ lloro por mis hermanos, por mí, por mi casa y por mi madre), pero nada teme porque está convencido que nada es definitivo (Wari nayra 1999). Así decide hablarles a sus hermanos, desde más allá de la vida. En un tiempo circular es posible regresar y él regresa en efecto para encontrar que nada ha cambiado a pesar del tiempo. Tiene la visión de los muertos vivos que deambulan creyendo que siguen vivos, aunque en verdad se trata de un ser vivo que cruzó el mar de la muerte y retornó en balsa en un tiempo sideral en el que se anticipan los ciclos terrestres establecidos de manera circular. Él que no teme a la muerte encuentra, paradójicamente, que a los niños le han quitado el derecho a vivir sin temor a la muerte, encuentra que la realidad se ha trastocado, que falta la lluvia, que faltan las simientes del Estado original que requiere ser refundado.


El poeta entre libros, navegando lagos remotos.

Una suerte de hibridación de estructuras resulta del viaje a la noche, de la experiencia que ha sobrevenido en la vida de Ayala, un proceso que asoma en los frutos de su creatividad individual y del ser colectivo al que se adscribe. Para describir su nueva circunstancia apela entonces a constructos cosechados en su largo periplo y nos habla de metafísica, ecosistemas, era atómica, en un afán de volver a teñir el rostro multicolor del Perú, aunque él también ha cambiado pues ya nunca más será quien fue (Wari nayra 1999).

El patrimonio simbólico del poeta se ha reconvertido y encimando cualquier deseo, ha adquirido más poder, más kamay, por la necesidad de enfrentar lo inicialmente foráneo. Se trata de un proceso de reconversión necesario para desenvolverse en la modernidad, en las nuevas condiciones de lucha.

No obstante, la identidad reconvertida y heterodoxa es auténtica, capaz de asimilar la cultura cambiante de una nación. Su pertrecho simbólico cuenta con una selección de elementos de épocas distintas articulados de manera coherente, innegablemente poética e iluminadora. Es en este sentido, que se plasma mejor el ser cholo de Ayala, su identidad que no es pretendidamente esencial ni ahistórica, sino una identidad que se autoreconoce y reconoce a los otros diferentes.

Su patrimonio se ha enriquecido con saberes y recursos estéticos de otros mundos, cual si hubiera efectuado viajes extáticos y trasado mapas de ámbitos desconocidos y acumulado un saber que sirviera para guiar a los suyos. Hay una evidente fusión de su capital étnico con los conocimientos y miradas multiculturales a las que ha tenido acceso. Se trata de la construcción de una identidad firme, aún cuando no se perciba autosuficiente, capaz de proseguir un desarrollo en condiciones cambiantes de heterogeneidad.
    
     4.  Erosiones del tiempo

El término latino erosio concierne al desgaste que se produce en la superficie de un cuerpo por la acción de agentes externos como el viento, el agua, las explosiones volcánicas, y otros, incluyendo la fricción continua de los cuerpos. En efecto, la erosión abarca todo tipo de cambios, particularmente los cíclicos que ocurren por acción de diversos agentes, como en el caso ilustrativo de los ciclos geológicos. Aplicado el concepto a la esfera de la memoria humana, podemos afirmar que ésta también sufre erosiones, procesos de desgaste por el paso del tiempo que acompaña al natural olvido de los acontecimientos y las ideas originales.

Entonces, el camino o trayecto vital, en otras palabras la historia, hace que las experiencias acumuladas se hagan más o menos difusas, aquellas de la memoria inmediata desaparecen rápidamente, la memoria de larga duración almacena registros de mayor impronta. De todos modos, los recuerdos en sí suelen extraviarse, navegando en aguas lejanas (Pachamama 1986). Algo de esto ocurre con el poeta, que quiere hallar al niño que fue y a los cantos que por entonces llenaban sus días (Jaqi aru 1980) pero la nave atormentada de la infancia ha quedado en aguas y puertos inubicables (Pachamama 1986) y el niño se extravió entre cactus, lluvias y celajes.


Entre cactus y celajes.


La conciencia de tal erosión es motivo de sufrimiento, constituye una verdadera lesión que afecta a la persona, a su corazón en este caso, porque en los Andes la memoria reside en el corazón antes que en la cabeza. La profundidad de la afectación hiere simbólica y realmente la integridad individual y, en Ayala, hace doloroso el oficio de escribir, de cantar, de hilar versos, porque plantea obstáculos, barreras a superar con gran esfuerzo, ya que él mismo sale de la penumbra del subsuelo (Celebración del universo 1976).

Ayala es explícito en su metáfora de la lluvia y el viento como factores de nostalgia primero y de olvido después (Jaqi aru 1980), pero el kamay del que se sabe poseedor lo preserva de sus terribles efectos, pudo resistir a la aculturación y conserva la lengua del pueblo en que vio la luz primera y donde muchos años después le es posible reencontrar a su madre que se asoma a la ventana de la casa familiar (Akapachan tukusipana 1988).

La resistencia al olvido estriba en el amor y en la visión del mundo que adquirió en el proceso de su socialización temprana. En efecto, hay una manera de mirar las cosas, de entender y explicar el mundo, que hace distinto a este peregrino de la palabra. Reconoce los waynos de la niñez, las miradas detrás de la niebla, los afectos recibidos, la ayuda fraterna, la lectura del cielo para pronosticar las cosechas, el lago a cruzar con la muerte, el recuerdo de los antepasados que aún danzan tocando zampoñas (Pachamama 1986), la culebra que rompe los hechizos.  (Wari nayra 1999). Toda la experiencia acumulada se revela ante la injusticia y la barbarie del siglo XX, las voces de las grandes mayorías atormentan y sublevan, adviene la recusación a la metafísica y al poder destructor del sistema capitalista, el camino es entonces la protesta social (Jiwañaxa janiwa wiñayäkiti) y la obligación moral de ganar.

El poeta Ayala en compañía de Rodolfo Sánchez G., autor de este comentario.

Seguro estoy que el llantén le ha devuelto hace tiempo al poeta la ilusión para vivir en el regazo materno que es el suelo natal, pero también en la patria continental, seguro también que José Luis Ayala ya intuye, como nosotros lo hacemos, el renacer de la vida y el regreso de las proteínas esenciales de los antepasados. Con Muyu pacha, el poeta realiza un pago que la Pachamama recibe con beneplácito y rotura la memoria húmeda, donde todos hemos de encontrar el orgullo de ser andinos y constructores del Perú de hoy.


Lima, abril de 2014.




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