Rodolfo
Sánchez Garrafa
Si
alguien se interroga ¿Cuál es mi tiempo? es casi como si se preguntase ¿Quién
es mi padre? En muchos sentidos nos consideramos hijos del tiempo, hijos de Chronos o
Saturno, criaturas que se escurren para no ser devoradas por quien les diera el
ser. (1)
Quizá
por eso nos esforzamos en echar tierra sobre el pasado, queremos enterrar al
tiempo para no ser víctimas de él. En esta vertiente mitológica podría pensarse
que el tiempo que pasó está sepultado, que yace bajo tierra, o al menos en las arenas
del olvido.
En
los Andes pensamos diferente. Para los andinos el tiempo pasado se actualiza. En
algún momento nuestros antepasados nos aguardan, recíprocamente nosotros los
aguardamos, tal como esperamos que nuestros descendientes lo hagan pensando en
nosotros con los años, al pie de la rueda o mejor de la espiral que gira, sin importar si ésta avanza
con rapidez o lentitud, ya que esto dependerá de si el suelo se muestra parejo, irregular o fangoso.
Si
bien la espiral no gira en reversa, lo cierto es que al dirigirnos al futuro, necesariamente vamos al pasado, al encuentro de esa otra espiral que se desenrolla al extremo de la que nos lleva sobre su lomo. Es comprensible que este tránsito lo debamos hacer con diligencia y humildad pero con tenacidad de hormiga que sube una superficie y la vuelve a subir cuantas veces cae en su
intento.
En
los Andes, los runas (hombres) somos parte de una humanidad ininterrumpida desde
tiempos primordiales a cuyo avatar es recomendable acercarse sin preceptos
preconcebidos, de modo que se facilite la búsqueda de la manifestación plena de
aquella fuerza que nos sostiene cohesionados. En el momento preciso en que nos
situamos en el límite, asistimos al encuentro con nuestro banco particular de
genomas, (2) cada vez que tenemos un pie puesto en cada uno de los lados
opuestos de la rueda de la vida. Es que en esa circunstancia es cuando se hace
posible reflexionar con mayor lucidez y sintetizar las contradicciones de la
realidad. En el límite, es cuando las antenas del conocimiento se orientan de manera particularmente precisa, haciendo comprensible aquello que para otro podría no tener más valor que
el de una carta de ruta, de orientación o navegación. Espacio y tiempo se manifestarán como plataforma para el ser aventurero, preocupado, inquisitivo, sea quien fuese, sin importar su apariencia, siempre que pruebe ser capaz de mirar a contraluz y en la penumbra. Fluirá hacia él, entonces, el conocimiento, condescendiendo a su empeño en conocerse y acceder a la realidad plena. El conocimiento dejará de ser, en todo caso, la simple carta a que ordinariamente tenemos acceso, ya no más el indicio refundido en los fondos documentales
de algún repositorio biliográfico o la hoja llevada por el viento con incierto destino. El trabajo no será negar lo dado, sino conservarlo, acrecentarlo, e incrementar su poder en lo posible.
Estamos
a pocas semanas del mes de “Ayamarqay killa”, aquel en que los rituales
antiguos consistían en grandes reuniones que se organizaban en la plaza Awtqaypata
de Hanan Qosqo (El Cuzco Alto) en torno a las momias de los gobernantes muertos, que
eran sacados en procesión y paseados por los campos, como un modo de asegurar
la llegada de las lluvias, conjurar las sequías e incluso fortalecer a los
ejércitos cuando eran movilizados en pie de guerra. Los muertos no dejaban de
existir y de influir en los acontecimientos de la sociedad viva, por tanto, la vida
social de las momias proseguía.
Los runas y sus "machus" (ancestros o abuelos) tenían fechas señaladas para departir y compartir bebidas, comidas y fiestas. Hoy mismo, los andinos solemos visitar las tumbas de los parientes, llevando alimentos y bebidas, acompañando al acontecimiento con la presencia de músicos que ejecutan aires evocadores y de celebración. La noche de “Todos los Santos” anticipa la llegada o visita de los difuntos y, por ello, en todas las casas se hacen preparativos con comida apropiada que se espera compartan las almas, esa noche y el 2 de noviembre o “Día de los Muertos”. Los ancestros por su parte, suelen arribar trayendo las primeras lluvias, el agua que requieren los campos de cultivo. El ciclo de renovación de la naturaleza y la reproducción de todas las especies está cifrado en esta continuidad cíclica con los ancestros que mantienen una cuota considerable de poder o “kamay”.
Nuestros
mayores tenían idea de una “sociedad de los muertos” llamada “upaymarka” o “pueblo de las sombras”, no porque ese pueblo estuviese
sumido en la obscuridad, sino porque se ubicaba en el inframundo, asociado a la
noche, a lo femenino y maternal. En estos tiempos podemos pensar en una
dimensión que acoge a las entidades espirituales, una dimensión energética, que
se actualiza en los códigos genéticos inscritos en cada nuevo ser que adviene
al mundo.
Podemos atribuir o no las lluvias a nuestros ancestros, pero es
innegable en el estado actual de nuestros conocimientos que en el nivel celular
y el ADN que portamos se hallan trazas de nuestros más remotos antepasados, hay
una continuidad vital que habría sido perfectamente entendida por los habitantes de los
Andes y que nos pone de cara con nuestros ancestros. Es posible que al nacer
obedezcamos al llamado de las ramas que nos instan al movimiento que las raíces
requieren para seguir dando frutos de oro y de plata según su género.
Si nuestros ancestros viven en el ukhupacha de cada uno de nosotros, entonces podemos decir también que hay un tiempo que existe en el microcosmos, seguramente con sus propias leyes y que no siendo un saco roto es más bien un pozo de sabiduría. (3)
Referencias
(1) NUÑEZ, Amanda: Los pliegues del tiempo: Kronos, Aión y Kairós. En Paperback | nº 4 2007.
(2) CANN, STONEKING&WILSON: Mitochondrial DNA and human evolution. 1987.
(3) TELLO, Moisés: Acerca del tiempo. En Revista Universitaria Nº 130, Cuzco 1976.
Excelente Rodolfo. Es un espacio que se necesita con urgencia. Felicitaciones y nos vemos pronto.
ResponderEliminarGracias amigo Luis Enrique Alvizuri por tu comentario, que me es especialmente gratificante, tanto más en cuanto viene de alguien que de veras entiende la filosofía desarrollada en los Andes.
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