Rodolfo
Sánchez Garrafa
Macedonio Villafán
Broncano es un escritor ancashino de cimentada trayectoria, nació en Taricá-1949.
En él se conjuga formación profesional y quehacer literario. Su conocimiento
vivencial del mundo rural andino constituye un respaldo evidente de su creación
narrativa, que al presente se traduce en un conjunto significativo de libros: Apu Kolkijirka (1988, 1998), Los hijos de Hilario (1999), y más
recientemente Cielo de las vertientes
(2013) que comprenden relatos breves en los que el autor actualiza su memoria
individual y social, con descripciones, en general sobradamente logradas sobre
la cotidianeidad en los pueblos de las cordilleras Negra y Blanca del espacio
ancashino.
Se
trata de prosas que en muchas páginas alcanzan ribetes de maestría, sea que se
reinvente la historia particular como en “Hilario
LLanqui. Mañana te fusilan”, dándole a los hechos un toque épico y de
heroicidad; sea que sus personajes abracen sinceramente los convencimientos
religiosos sembrados por la evangelización en los Andes como en “Fiesta grande”; sea que el relato
examine la fuerza del instinto de conservación puesto en comunión con ideas
primordiales, donde lo sobrehumano teje diálogos con el acontecer objetivo de
la vida, tal cual aparece en “Tantas amarguras por ella”. Hay, por supuesto,
mucho más en los textos que Macedonio Villafán deja plasmados para la
posteridad; no obstante, hoy nos hemos propuesto examinar un asunto puntual que
por su carácter evidente no ha dejado de cautivarnos en la obra de este destacado
escritor: el tema de la muerte en los Andes.
No voy a discutir si los
textos de Villafán Broncano están o no escritos en una perspectiva moderna. Lo
que me resulta claro es su lealtad a las distintas miradas que sobre la muerte
se superponen en los Andes. Está, desde luego, presente la conciencia de la
extinción física del ser humano, por razones “naturales”, por enfermedad,
accidente o por mano ajena, como escarmiento. El búho o tuku, animal agorero, anuncia acontecimientos aciagos y entre ellos
la muerte. “Moriré pues mañana. Mala suerte vida; verdad mala seña había sido
el tuku que cantó la otra noche en mi huerta. Mi mujer escuchando dijo:
Hilario, qué nos pasará, tuku está cantando cerca, algo malo ha de suceder
seguro” (Villafán 2014a: 16). La profundidad histórica de esta idea es grande y
en pleno siglo XXI nos dice mucho de la vitalidad con que se sostiene la
cultura tradicional andina. La posibilidad de otra vida tras la muerte, es
también más andina que occidental, en tanto que se trata de una otra existencia
activa –“Adiós Atusparia y Uchku Pedro, quizás nos veremos en la otra vida
donde nuestro oficio será también hacer alzamientos para buscar justicia”
(Ibid.: 24). El auxilio de los ancestros es invocado a la manera antigua,
cuando las wakas encabezaban las tropas de pueblos en guerra: “(…) tempranito
me fui a poner coca y flores en las tumbas de los abuelos en las cumbres del
tayta Aparaq; para que nos ayuden” (Ibid.: 26). Los ancestros, en el imaginario
propuesto por Villafán son sombras, espíritus, con los que un difunto se reúne
para emprender camino en su compañía.
En ciertas ocasiones, las
sombras de los muertos vuelven a sus querencias, y sus deudos les preparan las
comidas que ellos solían gustar en vida. “Esta cena es para mis muertos;
llegarán a media noche” decía una anciana luego de servir la mesa con abundante
comida en mates y cacerolas de barro (Ibid.: 47-8); “Hoy primero de noviembre,
día de los muertos; vuelven de la otra vida y tenemos que esperarles con su
comida, con la cena de difuntos” (Ibid,: 51); “Ella siguió hablando como si no
me tuviera en cuenta: para cada alma su potaje favorito. Picante de cuy para mi
esposo y mi tayta, puchero para mi madre, llunca de trigo para mi tía
Petronila, su cuartito de llonque para mi hermano Crecencio que era aficionado
al trago, mazamorrita de maíz para que saboreen los niños y ese gran mate de
maíz pelado para las almas olvidadas que hoy estarán andando tristes por estas
quebradas buscando a sus deudos” (Ibid.: 52). Bien sabemos que las relaciones
sociales de reciprocidad, practicadas entre vivos, se extienden a los parientes
de hasta tres generaciones recientes y a los ancestros epónimos de los pueblos
y/o grupos étnicos.
Quien quiera que se prive
de la vida por mano propia es sujeto de culpa y, por tanto no puede aspirar a
los acompañamientos rituales que prevé la sociedad. Las voces de los muertos
fluyen con el viento. La sombra de la persona muerta en culpa está condenada a
vagar descalza, por caminos ásperos y sembrados de espinas, “Esas almas dicen
jalan para no padecer solos. Hablando feo, gangoseando, dice vagan por los
riscos” (Ibid.: 81). “(…) ni nuestro perro al que maltratas hará pasar tu alma
por el río de la muerte en su cola” le dice un padre a su hijo que intenta
optar por el suicidio (Ibid.: 59).
No son los espíritus
penantes la única amenaza para la sociedad viva; en general, están también
diversos seres que pueblan el mundo subterráneo. Está, por ejemplo, el terrible
Amaru, que devora o quita la vida con su aliento de fuego (Villafán 2014b: 16) Hoy
en día es generalizada la idea de los demonios y diablos, que incursionan en la
superficie en fechas y lugares que suelen estar identificados. Villafán narra
la historia del indio Miguel Broncano, cuya desaparición era atribuida a los
saqra en la tradición oral lugareña. “A mi abuelo indio Miguel Broncano se lo
llevaron los demonios a su cueva de Saqra, por una quebrada de rocas con formas
terribles, allá por la bajada de la Cordillera Negra hacia la costa, en la ruta
de Huarás a Chimbote…” (Villafán 2014a: 101); “Desde esa parte alta se divisaba
bien hacia abajo, incluso hasta Sagra Rumi, unas peñolerías con cavernas y
formas extrañas que daban miedo y donde decían que el demonio tenía una de sus
puertas al infierno”. Aunque nuestro autor llega a esclarecer que el tal
arrebato por los demonios ocultaba una historia vinculada a una rebelión de
chinos, la llamada Revolución de los Rostros Pintados o la Guerra del Gran
Coolíe ocurrida por el año 1870, no mella la referencia a la visión del mundo
aún prevalente en el espacio rural andino.
La
más reciente publicación de Macedonio Villafán bajo el título de Cielo de las Vertientes, contrasta
ostensiblemente en forma y contenido con los textos hasta aquí citados. Aunque
el tema de la muerte en el Cielo de las
Vertientes (2014c) es la piedra de toque que particulariza el desenlace de
una historia de amor, el relato en su conjunto es un manifiesto de amor y de
vida. El aquí y ahora han cambiado; pese a que el ámbito de vida sigue siendo
el mismo espacio geográfico, la experiencia personal o historia de los actores
genera una lógica específica. La realidad toda se estructura a partir del
fallecimiento y entierro de la mujer amada, una flor de las vertientes, un
fuego cuya impronta explica el presente y el tiempo vivido. La pareja de
amantes había sorteado innumerables imponderables que en el curso de los años les
había puesto ya uno frente al otro, ya alejados al parecer inexorablemente,
hasta un día, cuando cada uno había ya construido su propio camino, casada y
con hijos ella, pudieron al fin consumar la unión que el amor reclamaba, un
encuentro amoroso maduro, realista, exento de cualquier desesperación y, no
obstante, signado por la fatalidad. La Flor de las Vertientes, sufría una grave
dolencia que a la postre acabó con su vida.
Lo que bien podría haberse constituido en
una gran tragedia, es asimilado como la unidad final y cabal de la pareja, “(…)
el cielo de las vertientes, con sus incendios y sus sombras, es el espejo de tu
vida y de tu muerte, de mi vida y de mi muerte; porque tu vida es mi vida y tu
muerte es mi muerte (…) juntos por siempre, como las Cordilleras Blanca y Negra”.
Pese al ser mestizo de los actores, a su condición económica y educación privilegiada,
la subjetividad se alimenta aún de los ecos telúricos y de las voces de la
tradición popular. Los hilos del destino son las coordenadas vitales de estos
personajes más allá de los traslados espaciales y de la vorágine de los cambios
en distintas épocas. La fuerza del amor conjuga pasión y una intersubjetividad
cultural compartida que nos conmueve. No es la sociedad la que atenaza la
existencia con sus tentáculos, es el sino, lo establecido que se plasma a
despecho de cualquier circunstancia dejando lugar para una realización ideal
del amor.
La relación cara a cara se nos presenta
como la más diáfana, honesta, sincera y de duradera reciprocidad. Con toda esta
producción, Macedonio Villafán Broncano se halla en camino de interpretar sin
desencanto el devenir de las sociedades andinas y eso nos permite decir con
absoluto convencimiento que los dardos de Illapa –la divinidad del rayo– hieren,
mas el último nos otorga la vida trascendente.
Lima, junio de 2015.
Referencias:
VILLAFÁN
BRONCANO, Macedonio
2014a Los
hijos de Hilario [1999]. Edit. San Marcos, Lima.
2014b Apu
Kolkijirka [1998]. Fondo Editorial UNASAM-FCSEC, Huarás.
2014c Cielo
de las Vertientes [2013]. Río Santa Editores, Chimbote.
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