domingo, 31 de julio de 2011

EN TORNO A LA NOCIÓN DEL TIEMPO EN EL TAWANTINSUYU

Rodolfo Sánchez Garrafa

Escrito a propósito del artículo titulado “El horizonte de eventos: La densidad del tiempo es inversamente proporcional a la densidad de la materia” difundido por Starviewer el 6 de julio de 2011. Un grupo de discusión, surgido en el seno del Sub Comité de Medicina Tradicional del CMP, presidido por el doctor Hugo Rengifo Cuellar (médico-planificador), en el que participaron Oscar Chacón (médico-psiquiatra), Luis Enrique Alvizuri (comunicador-filósofo), y el antropólogo autor de esta nota, generó el contexto motivador.

De la comunicación emitida por Starviewer, que ha motivado el intercambio de puntos de vista en este grupo de trabajo, recojo la idea según la cual “a menor densidad de la materia mayor es el pliegue del espacio-tiempo, lo que implica un menor desgaste de energía” con las consecuencias que de esto se desprenden. Esta proposición teórica conduce a ver la percepción del tiempo como una magnitud de la conciencia. Resulta bastante comprensible el razonamiento, tanto que incluso podríamos admitirlo como consistente desde cualquier perspectiva que se lo examine. En efecto, la noción que se tenga del tiempo y la posibilidad de validar su coherencia mediante la percepción de sus referentes en la realidad pueden explicarse como una magnitud de la conciencia. Es decir, la percepción del tiempo es un atributo excluyentemente humano, por lo menos hasta ahora. Esto no querría decir, de momento, que el tiempo no exista fuera de la mente humana. Querría decir simplemente, que sólo el hombre es capaz de percibirlo.

Si aceptamos ‒como considero que en verdad ocurre‒ que la diversidad de culturas implica también una amplia gama de cosmovisiones, esto lleva necesariamente a admitir que puede existir y de hecho existen variadas maneras de concebir y percibir el tiempo. Tales maneras son útiles y eficientes para diversos fines dentro de sus respectivos contextos culturales, por lo que no podría asignarse la calidad de verdadera a alguna de ellas y de falsas a las demás. Luis Enrique Alvizuri expresa sus reflexiones al respecto en términos con los cuales estoy plenamente de acuerdo: “A todos nos consta que manejamos una idea del tiempo netamente occidental que no coincide con las de otros pueblos. No porque exista hegemonía se va a creer con ella, que también existe una mejor verdad”.

Que la menor densidad de la materia se corresponda con el pliegue del espacio-tiempo y que esto implique un menor desgaste de energía, ya no es ciencia ficción, desde el momento que la validez del razonamiento motiva examen científico y alcanza observaciones particulares que así podrían corroborarlo. Estamos entonces en el campo de la teoría o de la teorización científica, donde pueden existir modelos igualmente plausibles para explicar un mismo fenómeno o, en otras palabras, una misma realidad. Tendemos a aceptar o darle mayor crédito a aquel planteamiento que muestre mayor potencia explicativa y soporte mejor los razonamientos en contrario, lo cual no quiere decir que se tenga que asignar necesariamente a una u otra teoría el carácter de verdad absoluta.

Representación prehistórica del tiempo

El escenario que para el articulista es completamente nuevo, no lo es para los pueblos originarios de América. Las crónicas y etnografías hechas sobre los Andes y la Amazonía son unánimes respecto a la concepción de universos constituidos por diversos mundos. Es esto lo que le permitió afirmar a nuestra amiga Elvira Belaunde que entre los secoya del Napo-Putumayo la cosmovisión configura un multiverso. Y aquí cabe la observación de Hugo Rengifo, en el sentido que el plegamiento del espacio-tiempo es una posibilidad explicativa que simpatiza con las ancestrales ideas respecto a la posibilidad de transitar entre mundos o dimensiones de este multiverso. Ahora bien, no hay contradicción entre la concepción de un multiverso con la elaboración de un discurso en un nivel más abstracto sobre este mismo, es decir con la construcción de un metaverso. Pero, claro, este es un problema de la ciencia occidental, que contribuye a que los occidentales puedan mirar de una manera menos displicente al pensamiento andino y, en general, al pensamiento llamado “salvaje” por Lévi-Strauss. Qué bueno que los científicos dedicados a la física avancen en lo suyo y bueno también que podamos conocer sus avances, pero lo que nos compete de manera más directa es avanzar en la comprensión de nuestros propios modelos originarios de construcción del mundo. Comprensión que como dije en mi participación en el conversatorio sobre Cosmovisión I, implica una forma de organizar el espacio, de medir el tiempo y de establecer sistemas clasificatorios. Por supuesto que no soy el autor de este planteamiento, sino alguien que se instrumenta conceptualmente para fines explicativos.

Qué son ‒en los Andes y la Amazonia‒ las divinidades, las wakas, las illas, y los múltiples seres que pueblan el universo en su conjunto, sino entidades poseedoras de energía animadora o kamay. Estas entidades, en el caso de ser petrificadas (convertidas en wankas, qonopas, etc.), no serían sino una forma de pasado-presente y de presente-futuro, interactuando socialmente en el sistema global o pacha. En el pensamiento andino, somos energía en movimiento continuo, que no desaparece sino que vuelve a sus dimensiones de origen, esto es a ukhupacha y hanaqpacha, unas realidades inversamente supersimétricas, tanto así que se consideran como yanantin mutuamente.

En el pensamiento andino la energía emana de los seres estelares así como de los seres del inframundo, es más completa esta idea que la enunciada por el articulista de Starviewer; pero algo más, los seres poseedores de kamay son capaces de renovar su energía gracias a que disponen de una fuente de reaprovisionamiento o “rejuvenecimiento” que en el mundo de arriba se sitúa en una “qocha” (mar o lago) ubicado en inmediaciones de Mayu o la Vía Láctea. A estos científicos de la complejidad y de la Radiofrecuencia Cuántica Diferencial, y mucho más a los ortodoxos, les haría bien darse un baño de cosmovisión andina. Acaban de verificar la tercera premisa que les permite cerrar su modelo. Aquí, en nuestro continente, las culturas originarias ya cerraron su modelo hace miles de años. Este modelo era no sólo predictivo, sino también propiciatorio y restaurador del equilibrio.

Antes que la euforia me gane, debo reconocer que nunca estará demás el progreso del saber en cualquiera de las vertientes culturales, eso ayudará a la interculturalidad y, en el caso que nos interesa, al diálogo productivo entre la medicina occidental (incluidos sus hallazgos de punta) y la medicina tradicional andino-amazónica.

Dejando a un lado ciertos sesgos, vale reconocer que el diálogo intercultural se verá favorecido con el establecimiento de “una plataforma común de conceptos”, tal como lo expresa Oscar Chacón, eso sí, ya hay una masa crítica de información bastante más amplia y profunda de la que se suele considerar. Todo esto no nos parece esotérico sino que entra precisamente dentro del ámbito de la razón y de la racionalidad bien puntualizada precisamente por Oscar Chacón.

Divinidad chimú y el ciclo del agua
En otros aspectos podemos discrepar, es comprensible y necesario que así sea. En cuanto a mis propios convencimientos, diré que pienso el tiempo y lo percibo como la duración de un estado de cosas dentro de un proceso cambiante y circular, en el que –por ejemplo- la muerte genera lo que solemos llamar vida. En este sentido entiendo que el tiempo existe más allá o fuera de la mente humana, pero no puedo afirmar que otros seres además del hombre sean capaces de percibir esta duración. 

Antes de que la humanidad actual existiese, hubo un tiempo llamado tutayaqpacha, otras humanidades desaparecieron de la faz de la tierra, eso es lo que dicen las más antiguas versiones andinas de que tenemos conocimiento. Es decir, la pacha es una realidad permanente y eterna, pero sus partes o lo que percibimos como sus partes, cambian constantemente, envejecen, adquieren y pierden kamay, pasan de un mundo a otro, toman otras formas, se petrifican y despetrifican, y lo seguirán haciendo por la eternidad independientemente del hombre y de su conciencia de este tiempo. A la pregunta de Hugo Rengifo ¿Al ser esta materia actual estable e incambiable, por definición estamos muertos permanentemente?, respondería que por el contrario: participamos permanentemente de un universo activo e interrelacionado, es así que los muertos interactúan con los vivos y pueden ser deificados como espíritus tutelares. Más que en la materia, los andinos ponemos nuestra mirada en las sombras de los seres humanos y no humanos. Por eso, sintonizo con lo expresado por Hugo Rengifo “Creo (…) que el tiempo existe y no es solo una arbitrariedad humana, lo que sucede es que le llamamos con ese nombre a una de las conexiones de nuestros universos, que nos permite pasar a través de diferentes estadios continuamente a través de las diferentes dimensiones o multiversiones universales”. Los andinos han manejado un modelo que ellos mismos representaron como un espiral cuyo movimiento cambia periódicamente de dirección, haciendo sentido con la duración relativa de los diferentes ciclos. Después de estas disquisiciones, encuentro más fascinante el pensamiento andino. No digo más, para no salir del tema. 



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