sábado, 7 de julio de 2012

Mi zapatilla

Luis Negrón Alonso

Trátase de un niño que tenía sólo un par de zapatillas, esas hechas de lona y planta de jebe, que ahora son de uso común entre los pobres de la ciudad y que se diseminan hacia el campo.


Para Adolfito, sus zapatillas eran el bien más preciado, las podía reconocer por ciertas marcas y señas que inscribía en diferentes partes del talón, la capellada o la punta del calzado. Con el paso del tiempo el color original que era blanco, fue adquiriendo multicolor tonalidad y pequeños diseños que la identificaban; tales como: el logo de su equipo favorito de futbol, la insignia con los colores de su colegio, los apodos de sus amigos y, en diminutas letras, el nombre de alguna compañerita del salón de educación primaria.

Las zapatillas de Adolfito eran su segunda piel, tanto que sólo se descalzaba cuando debía acostarse en el lecho que compartía con su hermanito menor. El olor a pécora era característico y se mezclaba con la consanguínea fetidez que era común a todo el ambiente familiar, en el pequeño aposento que servía de dormitorio, comedor, sala, cocina y en un extremo adyacente un inodoro hediondo.

Las zapatillas eran su segunda piel
Después de una jornada inusual, Adolfito llegó extenuado y, de manera casi automática, se descalzó sin desatar las hileras, solo empujándolas por el talón, con la punta del pie. Luego quedó abatido y profundamente dormido sobre el camastro, sin darse cuenta de lo que ocurría en su entorno.

Como era usual, el carro basurero solía pasar a las seis de la mañana cada jueves, precedido por ruidos metálicos que anunciaban su presencia, por lo que  la madre de Adolfito, de modo desacostumbrado ejecutó una rápida barrida del piso y recogió a media luz todo lo que supuestamente era sólo basura. En el cúmulo iba inadvertida la zapatilla izquierda. Los desechos fueron a parar en el carro basurero que siguió su ruta sin mayor pausa, recogiendo la inmundicia, para transportarla hasta el relleno sanitario, que estaba ubicado no muy lejos de sus viviendas.

Al despertar Adolfito, sin santiguarse ni saludar a sus progenitores se, puso a buscar su faltante zapatilla, que no la encontró en la inmensidad de la pobreza. Inquirió a su hermano por el destino de su calzado, preguntó a su padre, recibiendo respuesta negativa, indagó a su madre que tampoco le dio un indicio contundente, aunque insinuó que posiblemente por descuido la puso en la bolsa de basura que tiró en la tolva del carro basurero.

Adolfito quedó devastado, pues en su zapatilla perdida había muchos testimonios así como imágenes que no estaban inscritas en su zapatilla derecha, si bien eran zapatillas pares, en la práctica eran impares por su decoración. La congoja se apoderó de su corazón y ánima; pues, no sólo le preocupaba su desaparición, sino que no tenía reemplazo para calzarse.


Ese día Adolfito dejó de asistir a la escuela, y descalzo fue a husmear por los linderos del relleno sanitario, pues por ese sitio siempre había cosas que los trabajadores después de escoger la abundante basura, la desechaban. Pasaron las horas, el fuerte sol, la sed y el hambre lo instaban a volver a su hogar, aunque tenía el presagio de que podría encontrar su ansiada prenda, y volvió a dar un rodeo al inmenso depósito de desperdicios.

Se tornaron más iridiscentes
Súbitamente vio un pequeño haz de luz que salía del montón de basura fresca, escudriñó entre en ella y con sorpresa capturó entre sus dedos el pequeño herraje metálico con el que había decorado su zapatilla. Entusiasmado inhumó los restos. Alzó con sus dos manos un pequeño hallazgo y se lo llevó hacia el pecho, aspiró profundamente su olor, quedando convencido de la identidad de su zapatilla, la que aún no se había contaminado con la fetidez del relleno sanitario. Regocijado, se fue raudo a su casa, para calzarse nuevamente con el par que esperaba posiblemente acongojado. Al encontrarse nuevamente juntas, ambas zapatillas se tornaron más iridiscentes.

Cuzco, 06 de julio del 2012.

Sikuta


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