Rodolfo
Sánchez Garrafa
«La biblioteca es un lugar de encuentro», puntualiza el escritor Jorge Eslava al introducirnos en uno de los capítulos de su libro Un placer ausente. Y, a mi juicio, tiene razón, aunque yo nunca tuve la suerte de conocer en ese ambiente alguna chica que me entusiasmara o motivara un interés especial. Quizá si mi encuentro más memorable fue, siendo yo todavía un niño, con aquel que años más tarde sería un destacado poeta y maestro universitario: el "Chivo" Pérez Ocampo (llamado así por la perilla que usó desde joven hasta el fin de sus días).
En la Biblioteca Municipal de Cuzco
En un período vacacional de fin de año, mi padre me condujo a la Biblioteca Municipal que quedaba en la Calle San Bernardo del Cuzco, en lo que ahora es local de la Casa de la Cultura de su Municipalidad. Fuimos atendidos por un joven correcto y de muy buena presencia, juzgo que amigo por entonces o al menos conocido de mi padre. Luego de la presentación del caso y del preámbulo sobre la necesidad de ocupar apropiadamente mi tiempo libre, quedé en manos del joven Gustavo Pérez Ocampo, bibliotecario, quien se tomó el trabajo de preguntarme sobre cuáles eran los temas de mi interés. Yo quería evitarme incidir en la lectura de textos que tuvieran que ver de modo directo con las materias del currículo escolar, de manera que expresé mi deseo de leer narrativa, relatos literarios que pudieran colmar mi necesidad de explorar mundos imaginarios. El joven Pérez Ocampo debió considerar que a mi edad y segura inexperiencia lectora, me haría bien familiarizarme con temas mitológicos, sobre los cuales la biblioteca poseía una interesante colección de libros magníficamente ilustrados.
Empecé con mitología griega, un libro que pasado el medio día devolví en el mostrador siguiendo las indicaciones que se me habían hecho. Cuando al día siguiente, el joven Pérez Ocampo quiso proporcionarme el libro del día anterior, le dije para su sorpresa que quería otro volumen. Preguntado si no me había gustado el libro, expresé que sí y mucho, pero que ya había terminado de leerlo. No muy convencido el joven bibliotecario me alcanzó otro libro, esta vez sobre mitología romana. Esto mismo se repitió los subsiguientes días, pasé por Persia, países nórdicos, Egipto y demás, hasta que en un par de semanas y ya con algo de incomodidad, por parte del bibliotecario de turno, se me dijo que ya no había material disponible y que, además, yo carecía de carnet de lector. De ese modo, en aquella oportunidad, me sentí licenciado de la obligación de seguir concurriendo al lugar de encuentro con los libros.
La afirmación de una afición duradera
Creo que mi afición lectora se afirmó en mí desde niño. Primero, gracias a que mi padre poseía unas cuantas decenas de libros de lo que se conocía como cultura general, tengo muy presentes Imitación de Cristo escrito por Tomás de Kempis, La tierra de Emilio Zolá, Belona dea orbi de Vargas Vila, y otros con temas de anatomía, consejos médicos para el hogar, algunas novelas de capa y espada, unos cuantos libros indigenistas, uno de diseño arquitectónico y un diccionario que podría haber sido Larousse, con excelentes xilograbados, en el que leí con fruición sus referencias a los personajes de la Revolución Francesa, me impresionaron Dantón, Robespierre y Marat en particular. Apena que los colegios del Cuzco de entonces carecieran de bibliotecas operativas, pero ciertamente esto obligaba a explorar nuevos espacios en la comunidad local.
Sí, es cierto, para mí la biblioteca fue un lugar de encuentro, en los años cincuenta y sesenta, primero con los custodios de los libros y segundo con algunos de mis compañeros de estudios, esto cuando ya cursaba el nivel universitario. En mis años de estudiante de derecho, fui atendido por la abogada Bertha Degregori de Nieto quien, sabedora de mi condición de estudiante también en la carrera de antropología, no dejó de referirme las altas cualidades de su sobrino Carlos Iván, cosa que yo escuchaba con poca credulidad. Habrían de pasar muchos años, para que yo llegara a conocer personalmente a Carlos Iván en la UNMSM y con más hondura a través de un amigo que lo había tratado con cercanía, para entonces ya había comprobado que nada de lo referido por doña Bertha había sido exagerado. En la biblioteca de derecho tuve ocasión de relacionarme con José Manuel Mayorga, auxiliar bibliotecario, y estudiante de los últimos años en la facultad correspondiente, con quien llegué a ser colega como funcionario de la Dirección Regional de Trabajo del Cuzco, y llegamos a entablar una amistad mutuamente enriquecedora. En la biblioteca de derecho coincidíamos con Armida Murguía que llegó a ser Viceministra de Trabajo y Carlota Valenzuela que, por su parte, fue durante un breve tiempo Ministra de Justicia. Debo referir que en mis andanzas bibliotecarias solía contar con la compañía del hoy destacado abogado Abel E. Adrián Ambía, cuya amistad fue muy grande y felizmente se mantiene hasta hoy.
Don Román Saavedra, más conocido por su seudónimo de Eustaquio K’allata, reconocido escritor indigenista, era el director de la biblioteca central de la UNSAAC. Fui muy bien tratado por el director Román, gracias a la recomendación que significaba mi amistad con el bibliotecario Jorge Bonett Yépez, quien estudió conmigo la carrera de antropología, llegando a ser años más tarde, director de la biblioteca central y, posteriormente, director del Museo Arqueológico de la Universidad, hoy Museo Inka del Cusco.
Si bien por breve tiempo, también traté al poeta Ángel Avendaño Farfán, quien tuvo a su cargo la biblioteca especializada de la Facultad de Letras de la UNSAAC. Ángel me ayudó personalmente a ubicar libros útiles para la formulación de mi tesis sobre El problema de la Paz que presenté siendo todavía estudiante y me sirvió para obtener el bachillerato en derecho y ciencias políticas. Lo interesante es que mis buenas relaciones en las diferentes bibliotecas me permitieron acceder al préstamo de libros por un número de días suficiente como para agotar las lecturas que emprendía.
En resumen, la biblioteca, conforme a mi experiencia, es un lugar de encuentro con libros, con bibliotecarios y usuarios de intereses afines, entre los cuales es frecuente se hallen personas que un día suelen destacar en la vida profesional. Sin embargo, recalco que mis encuentros fueron con personas conocidas con anterioridad, exceptuando algunos de los bibliotecarios, no tuve la fortuna de conocer en este espacio a una musa que estuviese acuciada por ansias semejantes a las mías, un “placer ausente” para usar palabras de Jorge Eslava. Hoy las bibliotecas están pobladas por todos los seres mágicos que es posible imaginar y conocer. No me cabe duda que habría sido poético vivir tal experiencia en tiempos tempranos y juveniles, aunque en realidad no tengo queja respecto a las bibliotecas que he conocido a través de los años, menos de la mía que atesoro, aún sabiendo que las posesiones son efímeras, lo que se compensa con las promesas que siempre guarda la vida.
Chorrillos, 24 de mayo de
2016.
Buenas tardes Rodolfo.
ResponderEliminarHe leído tu publicación con gran interés, y quería revelarte un poco sobre mi experiencia personal. Desde que entre en la universidad lo mas importante para mis padres era terminar la universidad, así pues involucrarme con grupos políticos de clara tendencia radical era un obstáculo. Sin embargo yo aun así curioso pues me alenté a investigar y participar de diferentes grupos, algunos tecnicos, otros filosoficos, otros politicos, y tambien de arte. Entendí el porque del miedo de ellos, y como probablemente impacto en toda una generación los problemas sociales vividos en el Perú.
Pertenezco sin embargo a la generación que tuvo Internet en su adolescencia bastante diferente de al actual, vi como conseguir libros era casi como una ciencia oculta a la pocos accedían, recuerdo con cariño descargarlo por plataformas hoy ilegales, a su vez que también vi como el conocimiento se hizo poco a poco mas democrático, el libro físico tenia una pequeña limitación, y es que no se podía reproducir fácilmente, el digital no costaba nada y ademas en un momento existía copias para toda una clase sin invertir ni un sol. Ahora yo percibo que se ven a las bibliotecas como lugar aislados que generan cierto malestar. Porque se les ve lugares frios poco amigables. Al menos amigables que donde uno esta sentado delante de su computador.
Así mismo este no solo es un cuento feliz, pues el internet trajo a mi generación una hipersensibilidad, muchísimos estímulos que muchos prefieren huir de ellos, la muerte de una persona parece la de 100 y la 100 de un millon. Y para nosotros que la muerte no nos toco como a otra generación genera un inmenso rechazo. Las clases se volvieron diferentes, podíamos encontrar mas libros en menos tiempos el docente ya no parecía una autoridad, sino un mal investigador o algún narciso del mal conocimiento. Eso jugo a traición pues tener mas no indica tener mas ganas que antes para usarlo, o tiempo para leerlo. Muchos entonces tienen bibliotecas numerosas en sus discos duros de los cuales consumen poco, lo visceral de la comicidad y otros nos absorbe, y la sensación de que siempre puedo leerlo mañana nos atrapa. Falta la otra posibilidad, la cual es no tener tantas posibilidades como una biblioteca donde si no lees pues te aburres, estas físicamente determinado a leer o irte. Cosa que no sucede al tener un computador y tantísimas posibilades. Hoy mas que nunca se necesita una disciplina pues los estímulos son muchos y es tan fácil caer en la tentación.
Muchas Gracias, y hasta otra oportunidad.
Encuentro apropiada una respuesta que ya coloqué antes en otro lugar: Veo que a todos nos sigue fascinando el mundo de los libros, no podía ser de otro modo. Desde luego también valer leer en línea o acudir a versiones digitales, en muchos casos es no solo útil, sino el único camino para acceder a un libro; sin embargo, nada como un encuentro cara a cara, con los libros y el otro lector o lectora. Muchas gracias por tu comentario edce yace.
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