sábado, 8 de octubre de 2011

El diálogo intergeneracional

Escrito por Rodolfo Sánchez Garrafa


En nuestra cultura andina los términos del diálogo intergeneracional se hallaban bastante bien estructurados. Entre los jóvenes y los adultos mayores, pese a la diferencia de edades y a los roles distintivos que la sociedad asigna en cada etapa del ciclo de vida, eran muchos los intereses y lazos que unían a los viejos y a las generaciones de recambio:


El diálogo intergeneracional era, según parece, indispensable para la reproducción social. Los pueblos de agricultores formaban pueblos de agricultores, los olleros criaban olleros, los pastores altoandinos entrenaban con mucha antelación a los pastores del futuro y éstos aprendían entusiastamente las artes de la crianza y el manejo de las tropas de ganado en sus desplazamientos naturales y planificados.

La relación socialmente ajustada entre las generaciones, dotaba de un cierto espíritu común distintivo a las familias y aún a los pueblos. Las gentes de uno y otro lugar se perfilaban como laboriosas, emprendedoras, aguerridas, sedentarias, nómades, hospitalarias, huidizas, indómitas, altivas, etc., etc.

Los linajes, ayllus, troncos familiares, tenían considerable significación para la identificación social y personal. Ser hijo del Sarasara, del Lago de Chinchayqocha, del Awsangate o del Atakama, era ciertamente importante. Todo hijo de, que se considere tal y no otra cosa, había sido instruido convenientemente en una noción del pasado, mítica, histórica o lo que fuera, y consideraba su deber responder por ello.

Cada quien disponía de una divinidad ancestral, héroe, antepasado fundador, machu, awki o yaya, cuya imagen o personalidad servía de referente en el curso de la vida. Tal personaje era paradigmático no sólo por haber dado origen al grupo social, sino por infundirle fuerza, por hacerle sentir el espíritu de cuerpo y de solidaridad sin la cual había que ser o sentirse huérfano o wakcha.


Ya en pleno siglo XXI, en condición de migrantes implantados en “tierras extrañas” por dos o más generaciones, privados del calor familiar próximo, nutridos sólo por la añoranza y la fidelidad a la memoria o quizá por algún juramento guardado en el rincón de los más antiguos afectos, encontramos difícil ejercer el rol que los años solían poner en los hombros de los hombres más viejos. Esta dificultad no se limita a los mil y un dolores de cabeza que conlleva lidiar con los hijos de otro tiempo, atesorando a la vez el cariño que en desconocidas formas puedan ellos prodigarnos, sino que en el largo plazo, en la larga duración se hace duro encontrar un lugar en la memoria de aquellos a quienes seguimos considerando nuestros, sin importar el tiempo ni la distancia.

En esta sociedad contemporánea, inmersa en las olas de la información bombardeada directamente a los cerebros, las más de las veces poco pensantes, sin interacción afectiva comprobable, estamos avasallados por las muchedumbres que hormiguean en el rededor y nos dejan cuasi solos.

Comprendo la desolación de los jóvenes, es razonable su cuestionamiento y su indiferencia ante los lazos de sangre, territorio y visión del mundo. Es perfectamente explicable su desdén y desenfado, ya no solo frente al anciano extraño que se cruza en el camino sino ante los propios padres carentes de valor a sus ojos. Me apena que ésta pueda ser la situación para aquellos que tienen toda la vida por delante. Pero, créanme, me apena sobre todo la propia incapacidad que podemos sentir los mayores de sentarnos una vez más junto al fuego y relatar el acontecer de los tiempos primordiales. Casi podría ceder a una irremediable depresión existencial, de no advertir las señales de vida que hay que descubrir, como lo hace el hombre que se interna a cazar en el bosque, o como el viejo lobo que se hace a la mar, soñando capturar el pez que esperó toda la existencia.

Dejo aquí las disquisiciones dramáticas, para recoger unas breves líneas que una sobrina mía me escribiera hace muchos años –dicho sea de paso, deseo de todo corazón que ella siga creyendo en el amor:

“Espero que al recibir la presente te encuentres en buen estado de salud, estoy tratando de terminar mi libro, es un poco dramático, ya que lo escribo cuando me siento mal o cuando estoy molesta. Este año tuve una libreta no muy buena, pero en esta última semana de diciembre he dado lo mejor de mí.
Mi obra se titula La historia de un psicópata, un título que no le gusta mucho a mi papá, ni a nadie de mi casa. Me siento inspirada en ti, un gran escritor, ya que en tus poemas demuestras sentimientos que ningún otro escritor puede lograr. Deseo poder escribir como tú lo haces.
Me va bien en mis clases de violín. Ya puedo interpretar El violinista en el tejado y a mi papá le agrada. Espero que en la ocasión que puedas venir te interprete una de las pocas melodías que sé. Aún no di mi examen de tae kwon do, pero lo haré uno de estos días. Me da miedo no romper la madera y decepcionar a mi papá, ya que doy para cinturón azul punta roja. Mi papá me habla de los nombres secretos, pero no se qué nombre tiene. Tío ¿perteneces a algún grupo…?
Mi pequeño hermano está emocionado por la Navidad, por eso se puso a armar el Nacimiento. Lastimosamente rompió uno de los adornos. Cuando mi papá le habla del abuelo, él piensa que se trata de ti.
Sin nada más que contarte, me despido de ti, tio querido. Tu sobrina que te admira.”
Debo decir que respondí oportunamente a esta carta. No recuerdo en qué términos lo hice. Sin embargo, pienso que quizá por entonces yo no tenía la suficiente madurez como para dialogar como ahora hubiese querido hacerlo. De modo que voy a dirigirme a ti otra vez querida sobrina:

“Gracias por escribirme y gracias especialmente por hacerme sentir alguien de valor para nuestra familia. De hecho, tú ya te perfilas como una buena escritora, creo que yo empecé de muy abajo, de modo que puedes proponerte metas muy ambiciosas, nunca serán lo suficientemente grandes para tu talento. Tengo ganas de leer tu libro, tiene un título interesante ¿te inspiraste en alguien en particular? Se me ocurre pensar que un día te va a interesar seriamente la psicología o quizá la psiquiatría. Creo que podremos hablar de estas cosas la próxima vez que nos veamos.
¡Ah, El violinista en el tejado, es una melodía muy linda, será un regalo escucharte. ¿Cómo no va a gustarle a tu papá? En eso del tae kwon do, estoy seguro que romperás la madera. Claro que tienes que aprender a controlar tu poder. A mí me gustaría también aprender algo de artes marciales.
Hablando de nombres secretos, tú también vas a tener uno, te lo diré en secreto y nadie más lo sabrá.
Dale mis cariños a tu pequeño hermano, deseo que crezca sano y fuerte y que tenga algo de las cualidades que tú tienes. Cuídate mucho y ama a tus padres y a tu hermano. Hasta pronto te dice tu tío que te quiere.”


Han pasado los años y pese a todo, siento que me unen muchas cosas a esta mi sobrina, a otros de los miembros de mi familia y a mis propios hijos. Releer esta carta me ha hecho mucho bien. Me ha hecho pensar que todavía puedo hacer algo por mantener un espíritu de cuerpo que puede enriquecer las vidas de los jóvenes que tan impetuosa y vigorosamente avanzan hacia sus propios objetivos e ideales.

El diálogo inter-generacional no necesariamente significa convivencia física, es más bien un sentimiento de identidad que se cultiva y que muchas manos abonan. No todos tenemos que pensar lo mismo, pero podemos sintonizar de ambos lados, el diálogo tiene como base el interés y la apertura, ante lo cual cualquier elogio es subsidiario. Creo que cada quien escribe su propia vida, pero es interesante hacer algún registro en el álbum de los seres queridos. Estas son cuestiones de sentimientos y emociones antes que de argumentos razonables.

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