Luis Negrón Alonso
Trátase de un niño que tenía sólo un par de zapatillas,
esas hechas de lona y planta de jebe, que ahora son de uso común entre los
pobres de la ciudad y que se diseminan hacia el campo.
Para Adolfito, sus zapatillas eran el bien más preciado, las
podía reconocer por ciertas marcas y señas que inscribía en diferentes partes
del talón, la capellada o la punta del calzado. Con el paso del tiempo el color
original que era blanco, fue adquiriendo multicolor tonalidad y pequeños diseños
que la identificaban; tales como: el logo de su equipo favorito de futbol, la
insignia con los colores de su colegio, los apodos de sus amigos y, en
diminutas letras, el nombre de alguna compañerita del salón de educación
primaria.
Las zapatillas de Adolfito eran su segunda piel, tanto que
sólo se descalzaba cuando debía acostarse en el lecho que compartía con su
hermanito menor. El olor a pécora era característico y se mezclaba con la consanguínea
fetidez que era común a todo el ambiente familiar, en el pequeño aposento que
servía de dormitorio, comedor, sala, cocina y en un extremo adyacente un
inodoro hediondo.
Las zapatillas eran su segunda piel |
Después de una jornada inusual, Adolfito llegó extenuado
y, de manera casi automática, se descalzó sin desatar las hileras, solo
empujándolas por el talón, con la punta del pie. Luego quedó abatido y
profundamente dormido sobre el camastro, sin darse cuenta de lo que ocurría en
su entorno.
Como era usual, el carro basurero solía pasar a las seis
de la mañana cada jueves, precedido por ruidos metálicos que anunciaban su
presencia, por lo que la madre de
Adolfito, de modo desacostumbrado ejecutó una rápida barrida del piso y recogió
a media luz todo lo que supuestamente era sólo basura. En el cúmulo iba inadvertida
la zapatilla izquierda. Los desechos fueron a parar en el carro basurero que siguió
su ruta sin mayor pausa, recogiendo la inmundicia, para transportarla hasta el
relleno sanitario, que estaba ubicado no muy lejos de sus viviendas.
Al despertar Adolfito, sin santiguarse ni saludar a sus
progenitores se, puso a buscar su faltante zapatilla, que no la encontró en la
inmensidad de la pobreza. Inquirió a su hermano por el destino de su calzado,
preguntó a su padre, recibiendo respuesta negativa, indagó a su madre que
tampoco le dio un indicio contundente, aunque insinuó que posiblemente por descuido
la puso en la bolsa de basura que tiró en la tolva del carro basurero.
Adolfito quedó devastado, pues en su zapatilla perdida había
muchos testimonios así como imágenes que no estaban inscritas en su zapatilla derecha,
si bien eran zapatillas pares, en la práctica eran impares por su decoración.
La congoja se apoderó de su corazón y ánima; pues, no sólo le preocupaba su
desaparición, sino que no tenía reemplazo para calzarse.
Ese día Adolfito dejó de asistir a la escuela, y descalzo
fue a husmear por los linderos del relleno sanitario, pues por ese sitio
siempre había cosas que los trabajadores después de escoger la abundante
basura, la desechaban. Pasaron las horas, el fuerte sol, la sed y el hambre lo
instaban a volver a su hogar, aunque tenía el presagio de que podría encontrar
su ansiada prenda, y volvió a dar un rodeo al inmenso depósito de desperdicios.
Se tornaron más iridiscentes |
Súbitamente vio un pequeño haz de luz que salía del
montón de basura fresca, escudriñó entre en ella y con sorpresa capturó entre
sus dedos el pequeño herraje metálico con el que había decorado su zapatilla. Entusiasmado
inhumó los restos. Alzó con sus dos manos un pequeño hallazgo y se lo llevó
hacia el pecho, aspiró profundamente su olor, quedando convencido de la
identidad de su zapatilla, la que aún no se había contaminado con la fetidez
del relleno sanitario. Regocijado, se fue raudo a su casa, para calzarse
nuevamente con el par que esperaba posiblemente acongojado. Al encontrarse nuevamente
juntas, ambas zapatillas se tornaron más iridiscentes.
Cuzco,
06 de julio del 2012.
Sikuta
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