sábado, 20 de septiembre de 2014

APUS DE LOS CUATRO SUYOS: LA INFINITA BÚSQUEDA DEL CAMINO

Víctor Vimos Vimos*

Pretender la explicación del orden no tiene cabida sin la previa compresión del caos, pues el equilibro está fundado en la raíz del desconcierto, de donde solo puede surgir –en la medida en que esto sea posible–, una voz nítida y profunda, capaz de labrar en la piedra aquello que conocemos como verdad.


Pero también la verdad es construida en función del desafío. La misma voz que la levanta, como al pilar de la historia, se encarga de poner en crisis sus verdades, provocando con ello la expansión de sus significados originales, su posterior desborde y –para nuestra suerte–, su constante reinvención.

He aquí que la Antropología, que su método de trabajo, cobran real sentido. Pues, en tanto ciencia, basa su parte medular en una constante relectura y reescritura de su producción, teniendo como principal aliado al caos de la duda.

El hecho social, de este modo, tiene la misma dimensión del espacio y el tiempo, y como ellos, diría Spinoza “es la continuación de la existencia”. Y es capaz de ser leído con una serie de herramientas que contemplan en su ejercicio diversas posiciones para explicar la realidad.

¿Explicar la realidad? ¿En qué medida esto es posible, siendo, como pensaba Barthes, “lo verosímil nada más que una opinión”?

Rodolfo Sánchez Garrafa ha procurado, a mi entender, tener en cuenta la magnitud de esta pregunta para tejer la tesis central del libro que esta noche nos convoca: “Apus de los Cuatro suyos: construcción del mundo en los ciclos mitológicos de las deidades montaña”. Para él, la cosmovisión se legitima en una serie concreta de construcciones, acciones, pensamientos y visiones compartidas, en esencia, por los habitantes de los Andes.  

Esta forma general del pensamiento está asociada a un lenguaje que pone en diálogo el cosmos y la naturaleza, atendiendo al movimiento de cada uno para lograr una racionalidad binaria, capaz de ser cíclica en la medida en que los procesos inician y terminan, pero de ser infinita, en cuanto esos mismos ciclos dan testimonio del pasado, el presente y el futuro. En este sentido, las épocas del año, las regiones del espacio y las formas de parentesco, adquieren vital importancia en conjunto, moviéndose como un todo, en post del orden de la vida.

De esta forma, el autor esboza lo que llama su Modelo Explicativo sobre la Cosmovisión Andina. Y a partir de él, inicia un viaje a través de las manifestaciones culturales, imágenes, discursos y actitudes emitidas alrededor de los discursos míticos que envuelven a los apus Awsangate, Sawasiray–Pitusiray, Mallmanya, y Yanawanga; orientados respectivamente en el Qollasuyo, Antisuyo, Kuntisuyo, y Chinchaysuyo, es decir, en las cuatro líneas rectas imaginarias, cruzadas en ángulo recto, que dividían el Tawantin-suyu.

El rito es el terreno central para esta búsqueda. Sánchez Garrafa entiende que intentar la interpretación de la actividad ritual divorciada de su contexto de surgimiento y desarrollo, significa el silencio de su importancia global. Por eso atiende las condiciones históricas, sociales, económicas y políticas, en las que esta cosmovisión va cobrando forma propia, particularizando la relación mitológico–simbólica hasta lograr una complementariedad que muestra los hechos de la naturaleza como directamente derivados de las voluntades divinas. 

El orden especial del pensamiento que tiene lugar en este marco de comprensión jerarquiza, a partir del valor de esta complementariedad, las acciones que marcan en gran medida la cotidianidad de la sociedad andina. En la parte central de esta jerarquía, el estudio permite leer a los dioses montaña, poseedores de un poder que media entre lo humano y lo divino, y condensadores de líneas de parentesco que estrechan su relación eterna con los hombres.


Edwar Shils, en su análisis de la Ideología, propone que gran parte de la resistencia de esta en el seno social se debe a la afectividad con la que ha sido propagada. Eso, desde la lectura andina, tiene sentido pues, como propone Sánchez Garrafa, las relaciones entre los dioses montaña y los hombres están atravesadas por momentos liminales en los que el ciclo festivo condensa experiencia y pensamiento a favor de la naturaleza, logrando de esta forma representar el modo en que se viven y sienten las relaciones sociales. El apu contenedor de un espíritu que tendrá nominaciones locales, representará también para los hombres la organización territorial y el modelo, en función de principios, de la vida social. A través de él, el Hanaqpacha y Ukhupacha, serán los espacios que dialoguen y decidan el destino de los hombres.

El autor plantea un análisis dinámico, que muestra a una sociedad en movimiento constante. Ha tenido especial cuidado en esto, tratándose en parte de un estudio de estructuras simbólicas, en el que la etnografía, etnología, etnohistoria, lingüística y folclore, reclaman cada una sus espacios, a veces restrictivos. El discurso de Sánchez Garrafa atina en la utilización de cada uno de esos aportes, y entiende que la ejecución de este pensamiento está determinada fundamentalmente por la supervivencia humana. 

Víctor Vimos en su comentario crítico. Auditorio del IEP 18.09.2014.

Las fuerzas productivas, su aplicación y redistribución aparecen entonces especialmente atentas a las necesidades económicas y ecológicas de los habitantes de Los Andes, quienes en su deseo por sobrevivir utilizan, en igual media, fuerza y naturaleza, expresándolas en acciones agrícolas y ganaderas que, representan hora un inicio y un fin, y hora una consecuencia y precedente. Así la cadena de lo infinito  se vuelve tangible.

Parte importante de la mirada de esta obra pasa por el espacio que ocupa el individuo y la comunidad ante el pensamiento andino. Se identifica entonces un diálogo sostenido entre la necesidad colectiva del ritual, y el efecto personal que el mito tiene sobre el hombre. Si el ritual, como apuntaba Henrique Osvaldo-Urbano, describe la manera cómo una sociedad o un grupo enfoca su manera de ser, es porque el mito precisamente sostiene a esa identidad sujeta más allá del devenir histórico. Quizá así se pueda entender la aplicación de estos puntos de vista más allá de los alrededores de los apus en cuestión, y lograr que los aportes del investigador Sánchez Garrafa, dialoguen con las circunstancias condicionantes de la actualidad en otras latitudes de los Andes.

Parte importante de este estudio, en el que el autor reconoce la presencia de los trabajos de Zuidema y Ortiz, así como ciertas reflexiones cercanas a Hocquenghem, Ziolkowski, Sullivan y Golte, tiene que ver con las fuentes de información y su tratamiento. Entre ellas, la oralidad sobresale inmediatamente. No solo porque la construcción del mito sostenga su duración en la actividad comunicativa de la lengua, sino porque, al tratarse de un compuesto estructural–funcional, la relación entre lo que contiene y lo que es contenido tiende a particularizarse poblando su  sentido con una serie de imaginarios que hablan de la diversidad del hombre andino. Rodolfo Sánchez Garrafa, quechuahablante, vilcabambino, ha puesto el oído a disposición de la sorpresa, cumpliendo con ese sencillo pero decisivo principio del etnógrafo solitario.

Una cita con los apus y un ambiente colmado para el recuerdo.

Notable el aporte que un trabajo de esta naturaleza puede brindar a parte del debate antropológico en la actualidad. No solo por el valor del análisis con el que el autor sostiene la existencia de una visión panandina, capaz de mantener su vigencia en la necesidad que tienen los hombres por asegurar sus vidas, sino porque en la construcción de esta idea aporta al diálogo de los otros, dimensionando la complejidad del pensamiento nacido en las entrañas de los Andes, y al que el tiempo y circunstancias han sabido desoír en función de la supuesta universalidad de pensamiento que propone occidente.

A cambio, Apus de los Cuatro Suyus, nos abre la puerta para redimensionar los conocimientos que integran la explicación de la realidad andina, logrando un discurso que pone en evidencia la importancia que la naturaleza representa para el hombre, y todo el nivel de construcción mítica, ritual, religiosa y social, que se ha articulado a esta relación. La actualidad, poblada de una globalidad cada vez más agresiva, apunta sobre todo a la reproducción indiscriminada de lo monotemático. Aquí, esa reproducción se ve reducida frente a los surcos de la cultura, al sendero de diversidad que sostiene al hombre andino y que lo lleva a comprender desde una forma particular el tiempo contemporáneo.

Atender a ese pensamiento es atender a nuestra propia historia, a la autenticidad con la que ella se va contando en la institución de nuestra propia vida.

Solo así el orden. Y entonces, una vez más, el caos.

*Víctor Vimos, antropólogo por la Universidad Politécnica Salesiana de Quito-Ecuador. (Foto 1 de Carlos Bardales. Fotos del acto de presentación, Mariana Gómez).



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