Víctor Vimos Vimos*
Pretender la explicación del orden no
tiene cabida sin la previa compresión del caos, pues el equilibro está fundado
en la raíz del desconcierto, de donde solo puede surgir –en la medida en que
esto sea posible–, una voz nítida y profunda, capaz de labrar en la piedra
aquello que conocemos como verdad.
Pero también la verdad es construida en
función del desafío. La misma voz que la levanta, como al pilar de la historia,
se encarga de poner en crisis sus verdades, provocando con ello la expansión de
sus significados originales, su posterior desborde y –para nuestra suerte–, su
constante reinvención.
He aquí que la Antropología, que su
método de trabajo, cobran real sentido. Pues, en tanto ciencia, basa su parte
medular en una constante relectura y reescritura de su producción, teniendo
como principal aliado al caos de la duda.
El hecho social, de este modo, tiene la
misma dimensión del espacio y el tiempo, y como ellos, diría Spinoza “es la
continuación de la existencia”. Y es capaz de ser leído con una serie de
herramientas que contemplan en su ejercicio diversas posiciones para explicar
la realidad.
¿Explicar la realidad? ¿En qué medida
esto es posible, siendo, como pensaba Barthes, “lo verosímil nada más que una
opinión”?
Rodolfo Sánchez Garrafa ha procurado, a
mi entender, tener en cuenta la magnitud de esta pregunta para tejer la tesis
central del libro que esta noche nos convoca: “Apus de los Cuatro suyos: construcción del mundo en los ciclos
mitológicos de las deidades montaña”. Para él, la cosmovisión se legitima en
una serie concreta de construcciones, acciones, pensamientos y visiones compartidas,
en esencia, por los habitantes de los Andes.
Esta forma general del pensamiento está
asociada a un lenguaje que pone en diálogo el cosmos y la naturaleza,
atendiendo al movimiento de cada uno para lograr una racionalidad binaria,
capaz de ser cíclica en la medida en que los procesos inician y terminan, pero
de ser infinita, en cuanto esos mismos ciclos dan testimonio del pasado, el
presente y el futuro. En este sentido, las épocas del año, las regiones del
espacio y las formas de parentesco, adquieren vital importancia en conjunto, moviéndose
como un todo, en post del orden de la vida.
De esta forma, el autor esboza lo que
llama su Modelo Explicativo sobre la Cosmovisión Andina. Y a partir de él,
inicia un viaje a través de las manifestaciones culturales, imágenes, discursos
y actitudes emitidas alrededor de los discursos míticos que envuelven a los
apus Awsangate, Sawasiray–Pitusiray, Mallmanya, y Yanawanga; orientados
respectivamente en el Qollasuyo, Antisuyo, Kuntisuyo, y Chinchaysuyo, es decir,
en las cuatro líneas rectas imaginarias, cruzadas en ángulo recto, que dividían
el Tawantin-suyu.
El rito es el terreno central para esta
búsqueda. Sánchez Garrafa entiende que intentar la interpretación de la
actividad ritual divorciada de su contexto de surgimiento y desarrollo, significa
el silencio de su importancia global. Por eso atiende las condiciones
históricas, sociales, económicas y políticas, en las que esta cosmovisión va
cobrando forma propia, particularizando la relación mitológico–simbólica hasta
lograr una complementariedad que muestra los hechos de la naturaleza como
directamente derivados de las voluntades divinas.
El orden especial del pensamiento que
tiene lugar en este marco de comprensión jerarquiza, a partir del valor de esta
complementariedad, las acciones que marcan en gran medida la cotidianidad de la
sociedad andina. En la parte central de esta jerarquía, el estudio permite leer
a los dioses montaña, poseedores de un poder que media entre lo humano y lo
divino, y condensadores de líneas de parentesco que estrechan su relación
eterna con los hombres.
Edwar Shils, en su análisis de la
Ideología, propone que gran parte de la resistencia de esta en el seno social
se debe a la afectividad con la que ha sido propagada. Eso, desde la lectura
andina, tiene sentido pues, como propone Sánchez Garrafa, las relaciones entre
los dioses montaña y los hombres están atravesadas por momentos liminales en
los que el ciclo festivo condensa experiencia y pensamiento a favor de la
naturaleza, logrando de esta forma representar el modo en que se viven y
sienten las relaciones sociales. El apu
contenedor de un espíritu que tendrá nominaciones locales, representará también
para los hombres la organización territorial y el modelo, en función de
principios, de la vida social. A través de él, el Hanaqpacha y Ukhupacha,
serán los espacios que dialoguen y decidan el destino de los hombres.
El autor plantea un análisis dinámico,
que muestra a una sociedad en movimiento constante. Ha tenido especial cuidado
en esto, tratándose en parte de un estudio de estructuras simbólicas, en el que
la etnografía, etnología, etnohistoria, lingüística y folclore, reclaman cada
una sus espacios, a veces restrictivos. El discurso de Sánchez Garrafa atina en
la utilización de cada uno de esos aportes, y entiende que la ejecución de este
pensamiento está determinada fundamentalmente por la supervivencia humana.
Víctor Vimos en su comentario crítico. Auditorio del IEP 18.09.2014. |
Las
fuerzas productivas, su aplicación y redistribución aparecen entonces
especialmente atentas a las necesidades económicas y ecológicas de los
habitantes de Los Andes, quienes en su deseo por sobrevivir utilizan, en igual
media, fuerza y naturaleza, expresándolas en acciones agrícolas y ganaderas
que, representan hora un inicio y un fin, y hora una consecuencia y precedente.
Así la cadena de lo infinito se vuelve
tangible.
Parte importante de la mirada de esta
obra pasa por el espacio que ocupa el individuo y la comunidad ante el
pensamiento andino. Se identifica entonces un diálogo sostenido entre la
necesidad colectiva del ritual, y el efecto personal que el mito tiene sobre el
hombre. Si el ritual, como apuntaba Henrique Osvaldo-Urbano, describe la manera
cómo una sociedad o un grupo enfoca su manera de ser, es porque el mito
precisamente sostiene a esa identidad sujeta más allá del devenir histórico.
Quizá así se pueda entender la aplicación de estos puntos de vista más allá de
los alrededores de los apus en cuestión, y lograr que los aportes del
investigador Sánchez Garrafa, dialoguen con las circunstancias condicionantes
de la actualidad en otras latitudes de los Andes.
Parte importante de este estudio, en el
que el autor reconoce la presencia de los trabajos de Zuidema y Ortiz, así como
ciertas reflexiones cercanas a Hocquenghem, Ziolkowski, Sullivan y Golte, tiene
que ver con las fuentes de información y su tratamiento. Entre ellas, la
oralidad sobresale inmediatamente. No solo porque la construcción del mito
sostenga su duración en la actividad comunicativa de la lengua, sino porque, al
tratarse de un compuesto estructural–funcional, la relación entre lo que
contiene y lo que es contenido tiende a particularizarse poblando su sentido con una serie de imaginarios que
hablan de la diversidad del hombre andino. Rodolfo Sánchez Garrafa, quechuahablante,
vilcabambino, ha puesto el oído a disposición de la sorpresa, cumpliendo con
ese sencillo pero decisivo principio del etnógrafo solitario.
Una cita con los apus y un ambiente colmado para el recuerdo. |
Notable el aporte que un trabajo de esta
naturaleza puede brindar a parte del debate antropológico en la actualidad. No
solo por el valor del análisis con el que el autor sostiene la existencia de
una visión panandina, capaz de mantener su vigencia en la necesidad que tienen
los hombres por asegurar sus vidas, sino porque en la construcción de esta idea
aporta al diálogo de los otros, dimensionando la complejidad del pensamiento
nacido en las entrañas de los Andes, y al que el tiempo y circunstancias han
sabido desoír en función de la supuesta universalidad de pensamiento que
propone occidente.
A cambio, Apus de los Cuatro Suyus, nos abre la puerta para redimensionar los
conocimientos que integran la explicación de la realidad andina, logrando un
discurso que pone en evidencia la importancia que la naturaleza representa para
el hombre, y todo el nivel de construcción mítica, ritual, religiosa y social,
que se ha articulado a esta relación. La actualidad, poblada de una globalidad
cada vez más agresiva, apunta sobre todo a la reproducción indiscriminada de lo
monotemático. Aquí, esa reproducción se ve reducida frente a los surcos de la
cultura, al sendero de diversidad que sostiene al hombre andino y que lo lleva
a comprender desde una forma particular el tiempo contemporáneo.
Atender a ese pensamiento es atender a
nuestra propia historia, a la autenticidad con la que ella se va contando en la
institución de nuestra propia vida.
*Víctor Vimos, antropólogo por la Universidad Politécnica Salesiana de Quito-Ecuador. (Foto 1 de Carlos Bardales. Fotos del acto de presentación, Mariana Gómez).
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