miércoles, 11 de febrero de 2015

Respuesta, comentario a «El indigenismo es reaccionario»

Hugo Chacón Málaga*

Para empezar insertamos el artículo «El indigenismo es reaccionario» escrito por Juan Lechín, Analista político, publicado en Perú21 de 31.01.15. 
"Los protagonistas de esta colonización moderna son antropólogos y polìticos antisistémicos. Sin cesar, les roban la voz a los indios...".
Para los indigenistas, los indios no deben ser libres. Deben ser solo indios y, además, parecerlo. Deben permanentemente recrear su pasado, vivir en comunidad, obedecer al jefe tradicional, aceptar la justicia comunitaria, y las mujeres y los niños: ¡a callar! Deben ser una eterna artesanía. Los indigenistas halagan a los indios diciéndoles que son superiores y puros, por imitarse sin cesar, por no devenir, por no crear y, claro, ese poder académico global convence. En retorno validan su prestigio académico. Hoy es una de las ideologías más respetadas a pesar de su crueldad con rostro de bondad.
Los protagonistas de esta colonización moderna son, sobre todo, antropólogos y políticos antisistémicos. Sin cesar, les roban la voz a los indios dizque para representarlos en los foros internacionales. Lo mismo hicieron De las Casas y el pensamiento católico español del siglo XVI: los interpretaban con mentalidad europea, les robaban su voz para representarlos, les permitían regirse por la justicia indígena y por sus autoridades ancestrales; pero la diferencia es que entonces fue un hecho revolucionario. El mundo indígena estaba derrotado militarmente, pero este empeñoso proceso de reconocimiento del diferente y de la complejidad cultural de sus sociedades logró que la corona diera títulos y tierras a sus élites y derechos (obviamente feudales) al pueblo indio. Los curas, en adición, les dieron la alta calidad agustiniana de “pueblo de Dios”. Este “indigenismo católico” fue el precursor de los derechos humanos franceses. Pero cinco siglos más tarde es absolutamente reaccionario impulsar el paternalismo, la quietud histórica, la sumisión de la mujer y la suplantación de su voz simplemente porque, actualmente, la lucha de los pueblos oprimidos es la ciudadanía, la libertad, los derechos individuales y de género. Por eso, los indios migran masivamente buscando la modernidad. 
Ahora, si un indio ciudadano, con sus derechos intactos, elige vivir en  ayllu, es un acto de libertad, pero si lo hace porque no tiene otra alternativa o los antropólogos lo han convencido para validar su ficción o para ser "masa" de un caudillo mesiánico, además de reaccionario es cruel, y debe ser denunciado y combatido ideológicamente.

Respuesta-comentario


El papel soporta todo, inclusive inexactitudes interesadas, evito mencionar ignorancia, que muestran que el conocimiento puede ser usado para desorientar o mal informar. Es lo que se lee en el artículo “El indigenismo es reaccionario” de Juan Lechín publicado en Perú 21 el treintaiuno  de enero del 2015; y que, entre otras afirmaciones, señala que: Para los indigenistas, los indios no deben ser libres. Deben ser solo indios y, además, parecerlo. Deben permanentemente recrear su pasado, vivir en comunidad, obedecer al jefe tradicional, aceptar la justicia comunitaria, y las mujeres y los niños: ¡a callar! Deben ser una eterna artesanía…” A pesar de la endeblez intrínseca de este y otros enunciados, es necesario ensayar una réplica que desmienta las ideas del artículo.

Utilizar el presente para referirse al indigenismo es un error. Fue un movimiento ideológico que fundó expresiones literarias, artísticas y  postulados políticos y sociales. Tuvo gran auge en Latinoamérica entre los años 20 y 70 del siglo pasado. En su momento representó a una variedad de posturas que veían en su realización la representación de anhelos de cambio en nuestras sociedades que habían postergado, marginado, al indio  en el proceso de construir las nacionalidades. Particularmente importante en México, Guatemala, Perú,  Ecuador y  Bolivia se origina en el notable protagonismo del indio en la Revolución Mexicana. Fue la creación de un grupo de intelectuales de clase media con poca o nula relación étnica o cultural originaria con lo indio que tuvieron el propósito  de  darle solución al "problema indígena" a través de la incorporación del indio a la cultura “occidental y cristiana”. Había por tanto un concepto de aculturación, de integración unilateral en el proceso, por cuanto requería como condición previa la desintegración del indio para ser incorporada a la sociedad dominante. Una variante radical, diría, de la “inclusión social” que se practica ahora. Los indigenistas promovían movilidad social, mestizaje y sometimiento a los dictados culturales de occidente, incluida la aceptación de la justicia fundada en el derecho romano. No obstante sus limitaciones, significó un salto cualitativo muy importante en la realidad social, política y económica del indio. Aún en su mejor momento, el indigenismo nunca promovió “impulsar el paternalismo, la quietud histórica, la sumisión de la mujer y la suplantación de su voz” como señala el artículo. Son nada más que palabras efectistas que oculta el desencanto de ver a una comunidad “militarmente derrotada” minimizada, cercada, y que sin embargo ha conservado a través de cientos de años de colonialismo y destrucción de su cultura, la capacidad de  influir radicalmente en la construcción de nuestras nacionalidades. Y sí, por alguna razón que ignoro, tiene la condición de “Pueblo de Dios” debe ser por aquello que el cura Gustavo Gutiérrez llama “la fuerza histórica de los pobres”.



Hay nuevas corrientes, nuevas ideas en torno a estos temas. Las más avanzadas platean redefinir los componentes de nuestras sociedades, reordenarlas, priorizar lo prioritario y fundamental y asentar la nacionalidad sobre el basamento y parte sustantiva de ésta construcción: la herencia andina. Pregunto: ¿alguien en Latinoamérica puede evadir la influencia de sus culturas ancestrales?, ni los chilenos respecto a los mapuches, tampoco los paraguayos en torno a lo guaraní, menos los mexicanos en relación a lo azteca, tampoco la sociedad colombiana con lo chibcha, mucho menos Brasil que tiene, entre su herencia negra y amazónica, una variante de lo indígena nuestro. ¿Alguien en el Perú puede ser excluido de la influencia india? Ni las reinas de belleza lo logran; por eso recurren a “disfrazarse” con atuendos ancestrales para mostrar con claridad de qué país proviene. Claro que después el “disfraz” alquilado es devuelto con cierto alivio porque en su vestuario no tiene lugar tanto “exotismo”. Es una práctica inconsciente que sirve a ciudadanos de países ancestrales para identificarse: ¿Remember Macchu Picchu?, sí, exacto, de ahí soy yo; claro, Teotihuacan, México, ¿no?; ¿el Templo de Kalasaya y la cultura Tiahuanaco?, claro, allí mismo está  mi país; ¿podemos ignorar que la zamba y el famoso carnaval tienen sus raíces en la cultura negra brasileña? Preguntó: existiría la cocina novoandina sin el aporte andino? ¿existiría el emporio de Gamarra, sin las formas de producción que imitan la reciprocidad andina?, ¿se bailaría “chicha” sin la síncopa andina? Nada, absolutamente nada, que sea fundamental en nuestro país y continente radica en la herencia occidental. Si nos despojamos o nos dejamos despojar, de quince mil años o más de historia, lo que queda es apenas una sombra irreconocible de lo que somos, seres invertebrados en busca de un destino e identidad. Insisto, podemos hacer una larga lista de realidades que muestran el divorcio entre lo que somos y lo que queremos ser. Reconocerlo, ¿convierte en “indigenista” a los usuarios de una objetiva y “oculta” herencia cultural, que nos otorga personalidad frente al extranjero y nos proporciona también la tesitura suficiente para observar y tratar al otro distinto desde nuestra propia humanidad? No, sin duda que no, nada más nos convierte en seres sin complejos ni amputaciones, integrados, reconciliados con nuestro ser primigenio. Vemos que el uso de estas “reaccionarias” realidades no nos hace indigenistas, porque éste concepto en su acepción originaria no existe hoy día. No, por lo menos, con las características que tuvo cuando se acuñó e importaron el término las inteligencias regionales de países dueños de altas culturas precolombinas, y sirvió para reivindicar civilizaciones maltratadas, oprimidas, avergonzadas. Fue un gran momento del desarrollo de las ideas.



Lamentablemente, aquella vanguardia, no logró formular una plataforma política que asumiera la conducción social, conquistara el poder político de sus sociedades. No lo consiguieron porque las voces que proclaman el cambio y lo ejecutan surgen de la rabia noble y creadora de quienes soportan el silencio y la marginación. Porque los “antisistémicos” que protagonizaran el cambio no serán “antropólogos y políticos” decimonónicos que se satisfagan con cambios en los modos de producción y en la distribución del ingreso, sino los conductores de una nueva cultura y una nueva civilización. Estas ideas se amparan en lo que Uriel García escribió en los años de auge del indigenismo: “pueril sería decir que todas las formas más nobles de la vida incaica – léase indigenismo –  han sido superadas en la hora que vivimos. Y si la América de  hoy por boca de sus paladines más jóvenes anhela por ser nada más que América, no será ciertamente por volver al pasado sino por marchar al porvenir, así tan original, admirable y fuerte como en su pasado. Volver al indio no es caminar hacía el inca, sino volver hacia la tierra y hacia la conciencia de la tierra, con sus tres tiempos de acción. El incanato es la madurez del pasado, el  indianismo es la juventud del presente, la juventud de todos los tiempos.” Caral, Chavín, Huari, Tiahuanaco, Inca, Garcilaso, Guamán Poma, Arguedas, indigenismo, son etapas efímeras de lo andino, que es permanente y sólida ruta que está siendo retomada a tientas, con desorientación, sin dirección política, dotando de rostro y cuerpo cierto a nuestra sociedad, abriendo surcos que permitan en algún momento reparar la continuidad histórica de nuestro desarrollo. Aunque lo ignoremos, es la realidad.

Ser “indigenista” ahora, tiene una valoración distinta. Alejada de la añoranza de un pasado extinto, que jamás será el mismo, pero sí, germen, semilla de lo nuevo; alejada también de la aculturación y de cualquier forma del viejo concepto de la “inclusión social”; distante también de la barbarie y del odio racial y de la exclusión, porque esta tarea debe ser seres nuevos, de estadistas que hagan posible una sociedad inclusiva desde el eje andino.  El desafío de la hora es la lucha contra la alienación inadvertida y la asunción consciente de una identidad soterrada, casi siempre vergonzosamente oculta, vinculado a un mundo objetivo, que bulle vital ante nuestros ojos, y que contiene los elementos necesarios para construir un espacio nuevo de producción, cultura, educación y convivencia, que use las formas más avanzadas de la tecnología universal, desarrolle la suya propia, dome de nuevo los andes y respete la naturaleza; porque para nosotros, los ríos, montañas, el mar, no son realidades objetivas externas y extrañas sino parte de nuestra naturaleza más íntima y, por lo tanto, aprovechada con respeto. Esta visión nada tiene que ver con la conservación del pasado, como caricaturiza el articulista boliviano. Está vinculada a desterrar la idea del humano como lobo del humano, de ver al distinto como enemigo, de considerar el trabajo como castigo divino y desterrar la idea que en la sociedad sobrevive el más fuerte y poderoso. Entonces estaremos preparados para rescatar el universo como parte de nuestras vidas y abordar el desarrollo sostenible, el emprendimiento, la ciencia, el progreso moderno; convencernos que el progreso, la multiplicación y reproducción de todo lo humano, tiene caminos distintos y que no hay sólo un camino posible para andar erguido sobre dos extremidades.


Demostraremos la falacia que afirma que el progreso es patrimonio de la cultura occidental, que la modernidad está reñida con cultura y filosofía ancestrales; haremos evidente que la modernidad no sólo se habla en inglés o castellano.  Derribar la falsa disyuntiva en la que nos han querido encasillar los supuestos dueños de la racionalidad y la inteligencia. Supuestos racionalistas que organizaron las Cruzadas, provocado pogroms, autos de fe, genocidios y persecuciones y que ahora repiten estas barbaridades bajo otros similares propósitos y, además, depredan bosques y contaminan nuestras aguas. Hay caminos distintos, se están construyendo. Es cuestión de actuar, y esperar.

Lima, febrero de 2015.

* Hugo Chacón Málaga. Ingeniero Agrónomo. Ha sido investigador de proyecto en la  Oficina de Gestión de la Investigación de la Universidad Nacional Agraria “La Molina”- UNALM.


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