Danilo
Sánchez Lihón*
Al
portón de la casa
que
el tiempo con sus garras
torna
ojosa.
César
Vallejo
1. Mudos
testigos
Tras
las puertas y en el interior de los patios aparentemente sin vida de las casas
vacías: ¿acaso no han quedado escondidas las manos de quienes las erigieron?
Y,
¿hasta las voces llenas de dicha o desdicha de los que iban y venían con sus
ilusiones por sus pasadizos y escaleras inconclusas cuando era aún la casa
anhelada?
Y
en los cuartos y dormitorios impregnados en las paredes, ¿no han quedado las
confidencias, los suspiros, las promesas, los arrebatos?
¿Las
expresiones simples, naturales y sencillas de los seres que felices o
atribulados han morado bajo estas vigas y estucos desportillados?
Ellas,
las puertas, son mudos testigos. Las paredes extasiadas bajo el sol, puesto que
las bóvedas se han desplomado.
Cuando
las ventanas y claraboyas dejan pasar la luz ungidas del universo que rueda y
que vuelve a salir cada día.
2. Señales
hondas
En
su aire impalpable ha quedado la imagen de la niña peinándose para salir al
encuentro del amado, sin que nadie lo note pero sí estos grumos de polvo y
estas iridiscencias de la tierra maravillada. También, desgraciadamente, ha
quedado impresa la soledad de quienes no se sintieron aceptados ni queridos,
prefiriendo permanecer recluidos en sus alcobas.
Se
oyen los pasos fugaces de las sombras que aquí habitaron. Los ajuares, las
bufandas, los paraguas y los atuendos de fiesta.
El
calor y el temblor de las manos en los pocos objetos que yacen esparcidos cabe
reconocerlo, aunque sean leves. Las muescas y chancaduras que en su momento
pudieron parecer actos fallidos son lazos que se tienden desde el momento en
que eso ocurriera hasta el hoy en que penan. Y que eran señales hondas y
significativas para que queden huellas de la vida en este turbión que todo lo
devora y sumerge en el abandono.
3. Son
voces
Y
es que así es la vida en su fragor, con sus estaciones ineludibles y su
implacable devenir que nada lo ataja ni lo detiene.
Son
estas huellas registros, signos y salvavidas los que están grabados en los
utensilios, los muebles esparcidos y los muros absortos. De la vida que fue
pasada pero que aún aquí está contenida por lo menos como reflejo que espejea. O
como reverberación que destella en el aire translúcido del sol que todo lo hace
evidente y reverencia quizá por ser el culpable de tanta miseria y
magnificencia.
Son
manos que se tienden desde el abismo adonde nos hundimos definitivamente. Las
abolladuras en los jarrones son voces que ya no se pierden y más bien se
encuentran en una dimensión trascendente.
4. ¿En
dónde moran?
O,
que más bien, puede ser una taza desportillada.
O
bien es un rasguño en la silla.
O
bien es una mancha en la mesa que registra por lo menos el temblor del cuerpo
que lo produjera.
Aquí
está registrada en leves señales todo lo que la vida nos depara, que fuera y
que es en algún lugar en donde mora lo vivido, porque no es posible que todo
acabe y se esfume.
Pero
aquello que no se pudo ya guardar por más afán que se haya puesto en ello, ¿a
dónde va?
¿En
dónde está y adónde fue el fulgor de los ojos que en cada uno de estos objetos
se posaron?
¿Adónde
va lo que se desborda y se derrama como son las lágrimas? ¿En dónde moran?
5. Sino,
cómo
Ya
en este plano de guardar los vestigios, ¿adónde fue lo que desechamos con
indolente mano? Los amores no vividos. ¿Y el hondo, aciago y mísero olvido? Aquello
que ya jamás reparamos, ¿se esfuma en la nada?
En
esta casa que deambulo a tientas recogiendo mis pasos de cuando era niño y
adolescente, amparan mi vida pasada los objetos que encuentro. No importa que
estén chancados, o presenten alguna hendidura y fisura en su faz desvelada o en
la contextura de su fisonomía.
Por
los que se fueron sin dejar huella, testimonio, ni siquiera una muesca no
llegaríamos hasta aquí. ¿Sino, cómo?
¿Quizá
fue por lo que estaban sueltos y no abrazados? Por lo que lloramos es por los
que no están aquí.
6. Al
fondo de todo
Y
es este peso efectivo de dolor por lo que las puertas se tuercen, se salen de
su quicio y finalmente caen. Y no así los adobes que permanecen en su sitio
pese a que el dintel se tuerza.
En
su lucha fragorosa con el olvido la razón por la cual las puertas se tapian,
enmudecen y al correr de los años se desmoronan. Es la carga de tanta vida, de
tanta alma estupefacta, de tanto adiós lo que inclina sus jambas, umbrales y
dinteles. Y finalmente las techumbres y las cerchas de sus altozanos.
Son
los recuerdos que guardan y los olvidos que laten, al fondo de todo aquello que
no nos damos cuenta que allí algo alienta, palpita y se retuerce. Aquello que
doblemente inclinan sus espaldas y ponen llorosos sus ojos.
7. Un
panal de rica miel
Y
como ironía, a la hora en que intento abrirme paso por una de ellas encuentro detrás de uno de sus tablones allí
imprevisto un panal de rica miel urdida por abejas y moscardones insomnes. ¡De
miel fresca, olorosa y dorada a la luz de la mañana!
¡Es
la vida! que nunca se detiene, que siempre vuelve a ser presente, aunque en su
fondo sintetice el pasado y en general el tiempo eterno.
La
luz y la sombra ya luchan en esta vieja casa. La sombra protectora, hermana y
contraparte del sol que ya termina por ocultarse. La sombra que existe como
pariente pobre del día, pero aliviadora y como hermana compasiva.
La
noche desciende hasta lo hondo de tus ojos. Y yo busco una orilla donde
salvarme.
*
Danilo Sánchez Lihón, escritor y poeta, nacido en Santiago de Chuco, La
Libertad-Perú (1944). Licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. El presente artículo nos ha llegado a través del órgano de difusión de "Capulí, Vallejo y su tierra".