viernes, 17 de julio de 2015

Parla el fogón: Aquello que las casas guardan.

Danilo Sánchez Lihón*

Al portón de la casa
que el tiempo con sus garras
torna ojosa.
César Vallejo

1.  Mudos testigos

Tras las puertas y en el interior de los patios aparentemente sin vida de las casas vacías: ¿acaso no han quedado escondidas las manos de quienes las erigieron?
Y, ¿hasta las voces llenas de dicha o desdicha de los que iban y venían con sus ilusiones por sus pasadizos y escaleras inconclusas cuando era aún la casa anhelada?
Y en los cuartos y dormitorios impregnados en las paredes, ¿no han quedado las confidencias, los suspiros, las promesas, los arrebatos?
¿Las expresiones simples, naturales y sencillas de los seres que felices o atribulados han morado bajo estas vigas y estucos desportillados?
Ellas, las puertas, son mudos testigos. Las paredes extasiadas bajo el sol, puesto que las bóvedas se han desplomado.
Cuando las ventanas y claraboyas dejan pasar la luz ungidas del universo que rueda y que vuelve a salir cada día.

2.  Señales hondas

En su aire impalpable ha quedado la imagen de la niña peinándose para salir al encuentro del amado, sin que nadie lo note pero sí estos grumos de polvo y estas iridiscencias de la tierra maravillada. También, desgraciadamente, ha quedado impresa la soledad de quienes no se sintieron aceptados ni queridos, prefiriendo permanecer recluidos en sus alcobas.
Se oyen los pasos fugaces de las sombras que aquí habitaron. Los ajuares, las bufandas, los paraguas y los atuendos de fiesta.
El calor y el temblor de las manos en los pocos objetos que yacen esparcidos cabe reconocerlo, aunque sean leves. Las muescas y chancaduras que en su momento pudieron parecer actos fallidos son lazos que se tienden desde el momento en que eso ocurriera hasta el hoy en que penan. Y que eran señales hondas y significativas para que queden huellas de la vida en este turbión que todo lo devora y sumerge en el abandono.


3.  Son voces

Y es que así es la vida en su fragor, con sus estaciones ineludibles y su implacable devenir que nada lo ataja ni lo detiene.
Son estas huellas registros, signos y salvavidas los que están grabados en los utensilios, los muebles esparcidos y los muros absortos. De la vida que fue pasada pero que aún aquí está contenida por lo menos como reflejo que espejea. O como reverberación que destella en el aire translúcido del sol que todo lo hace evidente y reverencia quizá por ser el culpable de tanta miseria y magnificencia.
Son manos que se tienden desde el abismo adonde nos hundimos definitivamente. Las abolladuras en los jarrones son voces que ya no se pierden y más bien se encuentran en una dimensión trascendente.

4. ¿En dónde moran?

O, que más bien, puede ser una taza desportillada.
O bien es un rasguño en la silla.
O bien es una mancha en la mesa que registra por lo menos el temblor del cuerpo que lo produjera.
Aquí está registrada en leves señales todo lo que la vida nos depara, que fuera y que es en algún lugar en donde mora lo vivido, porque no es posible que todo acabe y se esfume.
Pero aquello que no se pudo ya guardar por más afán que se haya puesto en ello, ¿a dónde va?
¿En dónde está y adónde fue el fulgor de los ojos que en cada uno de estos objetos se posaron?
¿Adónde va lo que se desborda y se derrama como son las lágrimas? ¿En dónde moran?

5.  Sino, cómo

Lo que se arruinó definitivamente, mientras aquí vivimos, ¿adónde pasa?
Ya en este plano de guardar los vestigios, ¿adónde fue lo que desechamos con indolente mano? Los amores no vividos. ¿Y el hondo, aciago y mísero olvido? Aquello que ya jamás reparamos, ¿se esfuma en la nada?
En esta casa que deambulo a tientas recogiendo mis pasos de cuando era niño y adolescente, amparan mi vida pasada los objetos que encuentro. No importa que estén chancados, o presenten alguna hendidura y fisura en su faz desvelada o en la contextura de su fisonomía.
Por los que se fueron sin dejar huella, testimonio, ni siquiera una muesca no llegaríamos hasta aquí. ¿Sino, cómo?
¿Quizá fue por lo que estaban sueltos y no abrazados? Por lo que lloramos es por los que no están aquí.

6.  Al fondo de todo

Y es este peso efectivo de dolor por lo que las puertas se tuercen, se salen de su quicio y finalmente caen. Y no así los adobes que permanecen en su sitio pese a que el dintel se tuerza.
En su lucha fragorosa con el olvido la razón por la cual las puertas se tapian, enmudecen y al correr de los años se desmoronan. Es la carga de tanta vida, de tanta alma estupefacta, de tanto adiós lo que inclina sus jambas, umbrales y dinteles. Y finalmente las techumbres y las cerchas de sus altozanos.
Son los recuerdos que guardan y los olvidos que laten, al fondo de todo aquello que no nos damos cuenta que allí algo alienta, palpita y se retuerce. Aquello que doblemente inclinan sus espaldas y ponen llorosos sus ojos.


7.  Un panal de rica miel

Y como ironía, a la hora en que intento abrirme paso por una de ellas   encuentro detrás de uno de sus tablones allí imprevisto un panal de rica miel urdida por abejas y moscardones insomnes. ¡De miel fresca, olorosa y dorada a la luz de la mañana!
¡Es la vida! que nunca se detiene, que siempre vuelve a ser presente, aunque en su fondo sintetice el pasado y en general el tiempo eterno.
La luz y la sombra ya luchan en esta vieja casa. La sombra protectora, hermana y contraparte del sol que ya termina por ocultarse. La sombra que existe como pariente pobre del día, pero aliviadora y como hermana compasiva.
La noche desciende hasta lo hondo de tus ojos. Y yo busco una orilla donde salvarme.

* Danilo Sánchez Lihón, escritor y poeta, nacido en Santiago de Chuco, La Libertad-Perú (1944). Licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El presente artículo nos ha llegado a través del órgano de difusión de "Capulí, Vallejo y su tierra".


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