domingo, 17 de junio de 2018

Acercar la Literatura Universal al Público Joven

Alejandro Herrera Villagra*



Acercar la Literatura Universal al Público Joven
o cómo se hace la selección de una obra clásica


¿Es válido tomar una OBRA CLÁSICA adaptarla, antologarla o resumirla para lectores que no están preparados para comprender textos filológicamente complejos, históricamente difíciles y culturalmente lejanos? Pongamos por caso La Ilíada o La Odisea. En principio, desde luego, la respuesta es: “Sí, correcto”. Millones de libros para estudiantes han sido publicados en el mundo entero para difundir entre los más más jóvenes la Gran Literatura. Las obras de Homero (ca. VIII aC) fueron escritas en lengua griega antigua, en otro sistema sígnico alfabético, aún un tanto distinto al que conocemos nosotros, en un formato antiguo (rollo de papiro), en una cultura distinta a la nuestra y desde luego en un contexto histórico muy diferente al contemporáneo. ¿Podría un joven que está formando su gusto por la literatura, que aún no posee habilidades analíticas o interpretativas desarrolladas, leer comprensivamente estas obras? Es un asunto que en el sistema de educación internacional es materia de debates actuales y preocupación y ocupación de varios académicos, educadores y editores.


Segundo ejemplo. Una de las obras clásicas para la cultura española, formadora de su identidad hispánica es, como asimismo en teoría lo es Comentarios Reales de los Incas para los cuzqueños, el Cantar del Mío Cid (ca. 1200). Hace algunas décadas atrás se hacía leer esta obra resumida (no completa) en nuestros colegios pero manteniendo el lenguaje arcaico, un castellano antiguo, diferente del nuestro. Sabemos perfectamente que dos cosas ocurrieron con aquellos lectores: i) no aprendieron mucho, o no aprendieron nada y ii) no lograron desarrollar un gusto por la literatura. ¿Fue pedagógica, enriquecedora, beneficiosa esta “metodología de enseñanza”? Juzgue el lector.


Tercer ejemplo interesante: las cartas de negociación que Titu Cusi Yupanqui, Sapa Inca legítimo de Vilcabamba, le envió al Rey Felipe II entre 1559 y 1570. Hay varias ediciones que podemos consultar como la de Horacio Urteaga (1919), de Luis Millones (1985), o de Liliana Regalado de Hurtado (1992). En efecto, conocemos esas cartas gracias al nunca olvidado Edmundo Guillén Guillén (1976-77) y a los editores mencionados. Pues bien: léanse estas piezas históricas y preguntémonos con sinceridad si resultan fácilmente comprensibles estos textos en términos de trama, discurso, pertenencía cultural, contexto histórico, lenguaje e ideología. La respuesta no puede ser otra… juzgue usted mismo.

Ser ciudadanos de una metrópolis considerada capital arqueológica de Sudamérica ¿no nos obliga a vivir una vida culta, educada, justamente elevada intelectual y espiritualmente, conocedores de nuestras tradiciones, identidades e historias? No es solamente tema de interpretaciones históricas, es también asunto de identidades culturales.

Las obras clásicas no son bloques de andesita o mármol; duras al contacto, frías a la piel, o impenetrables en su contenido interno. Las obras clásicas deben ser leídas indudablemente por las personas que se están educando hoy. Por lo tanto, estas obras universales deben ser acercadas al gran público de una manera pedagógica y didáctica. Es un asunto de Política Educativa oficial. Por su parte, distinto es formarse y especializarse en filología, lingüística o literatura, así como en arqueología, historia cultural, o antropología, a leer este tipo de obras con solo el bagaje que vamos ganado por la vida, si es que realmente nos interesa la cultura. La lectura es una bella y útil habilidad que se cultiva con el tiempo. La educación mundial coincide en que el sujeto aprendiz debe avanzar poco a poco, de un grado a otro de complejidad, explorando distintas literaturas, advirtiendo estilos, géneros, estéticas y corrientes, hasta llegar a un grado en que la persona en formación puede disfrutar cualquier expresión escrita porque formó en su hábito cultural una COMPETENCIA LECTORA que le facilita la comprensión de cualquier obra escrita en su lengua materna o traducida desde el griego, el español antiguo, o el inglés, o la que fuere.


Traducir una obra significa ingresar en su semiosfera, decodificarla culturalmente, hacer semejantes los términos, los hechos, las cualidades psicológicas de los personajes, o sea hacer «com-pren-sible» un cosmos cultural. Traducir (del latín traductĭo) aclara sociológica e históricamente los hechos y acontecimientos, etc. Umberto Eco, con todo, advirtió que “traducir es traicionar”, una fórmula que nos pone en guardia antropológica cuando asumimos responsabilidades editoriales y educativas. “Seleccionar”, “antologar” o simplemente “resumir” significa acercar todas estas operaciones complejas, de carácter semióticas, para que un niño o joven logre captar la esencia de una obra, sea ésta el Quijote (a propósito, relaciónese esta reflexión con la obra del gran Demetrio Yupanqui que en 2005 lo tradujo del castellano al quechua), el Principito, o los Ríos Profundos. Es decir: para que el aprendizaje de lector lego se sostenga en un soporte cognitivamente sólido. Recordemos que los niños, jóvenes y adultos aprendemos desde lo más simple a lo más complejo; en este sentido, hasta el comic o el vídeo resultan herramientas pedagógicas valiosas y fascinantes.

Defendemos este tipo de libros de selección porque son útiles cuando han sido bien hechos, y volvemos a insistir en que estas piezas literarias o históricas para la enseñanza no pretenden ni pueden sustituir la lectura completa. Nada mejor que las obras completas. Pero ¿nos arriesgamos a que nadie las lea? ¿O a resúmenes que se destilan en la basura que flota en Internet? ¿O empleamos estrategias mundialmente aceptadas para volver a construir un sistema de enseñanza acorde a nuestros tiempos?

Confundir la pertenencia de una obra clásica con chovinismo xenófobo, celopatía cultural o vulgar nacionalismo –que es lo que estamos viendo en este ‘debate’ entre defensores de la cultura y militantes de la baja política–, es un error que UNESCO debiera anotar en su política educativa y científica mundial dado que nuestra Ciudad Sagrada es Patrimonio de la Humanidad.

En la Ciudad del Cuzco, a 18 de junio de 2018.

*Alejandro Herrera Villagra (Santiago de Chile 1973). Doctor en Historia con mención en etnohistoria Andina, Universidad de Chile. Licenciado en Antropología Social, Universidad Bolivariana. Magister en Historia con mención en etnohistoria Novohispana, Universidad de Chile. Licenciado en Educación, Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez. Ejerce docencia en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. 

viernes, 15 de junio de 2018

COMENTARIOS REALES DE LOS INCAS PARA LOS JÓVENES DE HOY


Rodolfo Sánchez Garrafa


La Gerencia de Turismo, Educación, Cultura y Deporte del Gobierno Municipal Del Cusco, ha auspiciado la publicación de una nueva edición de la obra cumbre de nuestro Cronista el Inca Garcilaso de la Vega. El propósito de este esfuerzo es proporcionar un volumen especialmente concebido para lectores jóvenes que están entrando en el mundo de la lectura; siendo así, lo entiendo como una adaptación o adecuación con propósitos muy definidos, considerando la poca propensión actual hacia la lectura, el influjo del internet y la televisión, la globalización y muchos otros factores externos, que conspiran contra una formación sólida en el conocimiento de nuestra propia historia y, por tanto, afectan una de las bases de nuestra identidad cultural, asunto sustantivo para proyectarnos como nación.

Básicamente, lo que se ha hecho es aligerar el extenso texto de los Comentarios Reales de los Incas, prescindiendo de muchos capítulos que podría considerarse menos medulares a los efectos ya señalados y que bien podrían ser leídos por quienes deseen profundizar en el conocimiento ya adquirido. Debe entenderse que, por donde se lo mire, no es un resumen de la obra original, y en buena hora que no lo sea, por lo duro y por la alta responsabilidad que ello habría entrañado. Una mirada rápida del volumen, ahora muy manejable, permite que pueda reafirmarme en mi primera impresión respecto a la bondad de estos nueve libros ahora en uno con 390 pp., una versión compacta y por lo tanto útil, sin llegar a ser necesariamente un hand book o libro de bolsillo.

Hasta aquí todo bien. Ahora, entrando a la orientación que resulta teniendo la edición, me veo precisado a formular algunas atingencias. Una cuestionable visión editorial ha llevado a incluir un texto del Premio Nobel Mario Vargas Llosa para abrir la edición. No está en cuestión la calidad de escritor, ni los sobrados méritos literarios que tiene, los cuales no dejan de enorgullecer a cualquier peruano, pero nadie, medianamente enterado, puede desconocer que la visión de Vargas Llosa respecto a la significación y rol de la historia antigua del Perú para la construcción de una sociedad futura, es diametralmente opuesta a la vigencia del pensamiento andino y, en general, a su herencia cultural. Es sabido que, para él, cualquier alegato de resistencia o de validez de ancestrales valores no es otra cosa que un complejo arcaico y utópico. Si bien, Garcilaso y Vargas Llosa nacieron en territorio andino y se establecieron en España, las motivaciones y propósitos últimos de sus quehaceres intelectuales son distantes y ponerlos juntos, sobre todo si el propósito es la revaloración y conservación de una memoria colectiva, resulta como mezclar agua y aceite. Es, no me cabe duda, un desacierto, en cuanto esta publicación de los Comentarios Reales de los Incas no debe ser mostrada como un esfuerzo de divulgación literaria sino histórica o etnohistórica y de afirmación de una identidad a la que tenemos derecho.

Las acusaciones de que Garcilaso ignoró todas las culturas y civilizaciones anteriores o contemporáneas a los Incas, llamándolas  primitivas y salvajes, para resaltar más los logros del Incario, no hace otra cosa que demostrar la carencia de información etnohistórica, del sentido simbólico de los registros tradicionales, en particular del mito, en fin una desactualización en el conocimiento del examen actual del mundo andino. Otra falsa perla en Vargas Llosa es la asunción de la tesis, para la cual la visión «arquetípica y perfecta» con que el Inca Garcilaso describió el Tahuantinsuyo deriva de la influencia platónica. Paso a paso se descubre actualmente, cómo los extremos garcilasianos encuentran fundamento en registros anteriores a los incas y nada tienen que ver con un platonismo ni con una tradición mercurial, tal como todavía se repite por lamentable ignorancia. “Nadie trate de valerse de las bellas páginas que escribió el Inca Garcilaso de la Vega para acarrear agua al molino del nacionalismo” -dice Vargas Llosa- en un muy desafortunado señalamiento. Todos los pueblos, en todas las latitudes y en todos los tiempos han construido y siguen construyendo sus identidades colectivas. El nacionalismo es un fenómeno circunstancial, las identidades trascienden a cualquier forma de manifestación de organización política.

En fin, ya para terminar este comentario que se extiende más allá de mi intención original, me parece oportuno recordar que el historiador cuzqueño Julián Santisteban Ochoa, refiriéndose a Roberto Levillier, señaló en su momento que la crítica parcializada a Garcilaso, atenta con terrible puñalada contra el corazón del Perú y reviste la herida con retoques de estudiada técnica histórica, literaria diría yo para este caso.

Hecha esta advertencia, será bueno que el lector contraste el texto introductorio aludido con los contenidos en el apéndice del libro, así podrá formarse un juicio inicial más equilibrado. Nunca estará demás inculcar en las nuevas generaciones el amor por lo propio y el orgullo de ser quienes somos. Esta debiera ser la razón última para recibir con expectativa toda iniciativa de difusión de una obra tan fundamental para el Cuzco y el Perú, como los Comentarios Reales de los Incas de nuestro ilustre cronista Garcilaso de la Vega.



jueves, 14 de junio de 2018

LA VISIÓN DEL INDIGENISMO EN JOSÉ TAMAYO HERRERA


Rodolfo Sánchez Garrafa

José Tamayo Herrera, el historiador cuzqueño, tiene en su haber dos importantes libros sobre historia del indigenismo en el sur andino peruano. El primero, Historia del indigenismo cuzqueño. Siglos XVI-XX (1980), seguido un par de años después por su Historia Social e indigenismo en el altiplano (1982). Ambos trabajos fortalecieron, en su momento y quizá en definitiva, su perspectiva de trabajo, orientada a visibilizar la historia regional, particularmente cuzqueña pero también del sur andino en general. Para el maestro L. E. Valcárcel, lo que hizo Tamayo es salvar del olvido a quienes contribuyeron con su ejemplo y con su obra a la admiración de y por lo indígena. Para Emilio Romero, por su parte, era destacable el estudio a fondo que, a su juicio, había hecho Tamayo sobre la evolución histórica social e intelectual del Altiplano, marcando alguna divergencia ciertamente poco polémica respecto a lo que ambos entendían por indigenismo.


El propio historiador Tamayo, preocupado por esclarecer el enfoque teórico asumido en sus referidas obras, ha destacado puntualmente su esfuerzo por incorporar la historia de las mentalidades de la llamada Escuela de Annales. Pese a que hay aspectos de su perspectiva que han quedado sin ser dilucidados a cabalidad, los cuales limitan el aprovechamiento sustantivo de sus contribuciones, que sin duda van más allá de un exhaustivo inventario de acontecimientos, nombres y fechas, destinados a curar el mal del olvido, su considerable esfuerzo merece un amplio reconocimiento.

Con los libros arriba mencionados y su Historia del Cuzco Republicano (1978), entre otras de sus muchas obras, es suficiente para que José Tamayo Herrera se constituya en la figura intelectual cuzqueña más descollante de su generación en el Siglo XX. Me llena de satisfacción alcanzar a decirlo, ahora que este estudioso se halla aun en condiciones de recibir y quizá apreciar estas palabras.

Este escrito es una cita concertada con quien ha hecho de la historia del indigenismo el centro de una preocupación que no podemos menos que compartir.

La historia regional en la larga duración

Se le debe a José Tamayo el haber abierto trocha en cuanto al examen de la historia cuzqueña sacudida de su localismo aldeano, para mostrar su dinámica inserta en el proceso nacional, lo cual ha implicado a la vez la superación del “limacentrismo” o “limeñocentrismo” (2010: 9).

Tamayo ha contribuido de manera significativa a la construcción de una imagen histórica de la región cuzqueña contemporánea y de sus elementos definitorios significativos, en el contexto nacional. Ha descrito y analizado los procesos económicos, sociales y culturales de cambio y modernización suscitados en la larga duración, concurrentes a la conformación política e identitaria regional del siglo XIX en adelante. Logra elaborar una periodización propia de la historia regional, fundada en las transformaciones ocurridas al paso del tiempo en el espacio particular cuzqueño, lo que le lleva a indagar sobre los mecanismos y redes de poder así como su desenvolvimiento sea circunstancial o sostenido.

Destaca la visión que nos proporciona sobre procesos sociopolíticos y culturales, la consiguiente identificación de formas del sistema de relaciones instalado en la región desde una perspectiva temporal. A partir de estas estructuras nos permite distinguir permanencias y cambios sobre los que se entiende el presente y se hace posible avizorar un futuro posible. Al parecer, sin embargo, faltó en su tratamiento una de las columnas angulares, ya reclamada por la propia corriente francesa de los Annales, que concierne al hecho de que las regiones más que individualidades históricas en movimiento, constituyen individualidades geohistóricas en movimiento. Es que ya se ha advertido que los procesos del desarrollo social se despliegan necesariamente sobre una base geográfica. Nuestro intelectual obvió el tratamiento fino de esta base geográfica y la refiere de manera incidental a lo largo de sus diferentes estudios. Es que lo andino, deja de ser andino si no tomamos en cuenta los Andes y la consecuente formación física y ecológica a que da lugar.

Por encima de cualquier limitación, el abordaje del indigenismo en José Tamayo está insuflado y quizá dominado, precisamente, por una mirada de larga duración, valioso atributo que se halla en su punto de arranque.

¿Escribió Tamayo “desde dentro” sus historias del indigenismo?

José Tamayo Herrera, considera como su mayor mérito el haber escrito sus libros “desde dentro” del propio indigenismo. Es importante discutir esta afirmación porque la certidumbre o ilusión de la misma tiene consecuencias inevitables con la percepción que se revela a la larga sobre la historia total del indigenismo.

No se trata de cuestionar que Tamayo sea o no un andino, de hecho lo es, como lo somos, en general, la mayor parte de los peruanos. Lo decisivo es dilucidar si Tamayo es o no un indigenista, porque de serlo sería justo que reclame el escribir “desde dentro”. Hay que ser rotundos, Tamayo no es un indigenista, nunca lo fue. Es posible afirmar que en algún momento sintió atracción y encanto por la temática, que por cierto no le era extraña, y que por eso consiguió desarrollar una mirada comprensiva respecto a los pensadores indigenistas, pero él indigenista no es. Hay que tenerlo como un estudioso del indigenismo, uno de sus más destacados estudiosos. Tamayo no ha hecho indigenismo ha hecho historia del pensamiento indigenista. Es un historiador que ha cumplido con largueza la tarea que se impuso.

Entonces ¿A quiénes cabe llamar indigenistas?

Haciendo a un lado las abundantes generalizaciones y reduccionismos, nos quedamos con el concepto de «Indigenismo» como relativo a un movimiento ideológico activo y heterogéneo protagonizado por sectores que asumieron desde su propia “exterioridad” la defensa y/o representación del “indio”; de un lado, mediante la denuncia de los abusos y discriminación sufrida por las poblaciones originarias de Iberoamérica y, de otro, a través de la promoción de reivindicaciones y exigencias para su mejor estatuto ciudadano y condiciones de vida para sus comunidades. Dicho esto, podemos incluir, sin problemas, dentro de este movimiento ideológico a un conjunto variado de expresiones políticas, antropológicas, literarias: narrativa, poesía, ensayo, de artes plásticas: pintura, escultura, que desarrollaron una línea de pensamiento surgido entre los años 1910-1950 y que se extendió hasta fines del siglo XX. Esta noción se corresponde con lo que el propio Tamayo denomina indigenismo estrictu sensu (1980: 69) y que otros historiadores convienen en llamar indigenismo contemporáneo, para distinguirlo de sus antecedentes, que ciertamente los presenta, como cualquier otro proceso histórico.

En Historia del indigenismo cuzqueño, siglos XVI-XX, prevalece la perspectiva de un indigenismo latu sensu, que es comprensible e incluso productivo por la mirada de larga duración que José Tamayo logra imprimir a un examen que integra el llamado indigenismo colonial, la mentalidad andina o pro andina del siglo XIX, y las semillas del indigenismo republicano. Eso sí, parece una licencia abusiva considerar que “todo aquel que empatiza con lo andino será un indigenista, aunque ni él mismo sea consciente de serlo” (1980:.72).

Permanencia y autenticidad del indigenismo cuzqueño

Como bien lo expresó Jorge Basadre, la toma de conciencia acerca del “indio” entre políticos, hombres de ciencia, escritores y artistas puede ser considerado como el fenómeno más importante en la cultura peruana del siglo XX. Tamayo, escribe sobre la obra de los llamados indigenistas, no necesariamente sobre el ideario del indigenismo, lo que le provocó preguntarse ¿Qué es el indigenismo cuzqueño? ¿Cuál su permanencia y autenticidad? (1980: 24).

Si hay algo que no podría serle regateado a Tamayo Herrera es su exaltación de lo cuzqueño, sentimiento que lo ha llevado a no pocos, pero comprensibles, deslices, por ejemplo hacerse eco de la afirmación atribuida a Valcárcel de que “el único auténtico indigenismo es el cuzqueño”. En esta mirada, cualquier otro indigenismo sería falso o impostado y, me parece, que nada está más lejos de la realidad.

Las razones que José Tamayo esgrime para sostener la peculiaridad del indigenismo cuzqueño pueden resumirse en: a) La sociedad regional cuzqueña, heredera de una vieja élite intelectual prehispánica, generó desde el siglo XVI una creadora intelligentsia (1980: 37); b) El indigenismo en Cuzco fue una respuesta necesaria y natural de algunos sectores de la burguesía urbana y de la pequeña burguesía rural, cuyos intelectuales estuvieron en una situación de proximidad interétnica frente a lo indígena omnipresente; (1980: 35-36); c) Los terratenientes o gamonales cuzqueños desarrollaron una identidad mestiza que sincretizó las culturas europea y andina, elaborando una visión idealizada de aceptación y sobrevaloración de lo indígena (1980: 36-37); y d) La intelectualidad mestiza letrada de la región poseía un agudo sentido histórico que le permitió enriquecer su percepción de lo indígena y desarrollar una conciencia lúcida de la grandeza del pasado perdido (1980: 39).

Aquí podemos estar de acuerdo con las características a) y b), señaladas por Tamayo, pero no con las signadas como c) y d), en cuanto que la visión de los indigenistas difícilmente podía sobrevalorar lo indígena porque en realidad los indigenistas cuzqueños del 20 al 40 no llegaron a tener un conocimiento suficientemente desprendido de la posición de clase esencialmente burguesa y/o aristócrata regional propia de sus integrantes. Su discurso preñado de idealismo romántico y emotivo, encontró sustento en vestigios básicamente materiales de la cultura andina, pero no disponían por entonces de un aparato conceptual que les permitiese acceder en profundidad a una valoración de la herencia inmaterial andina en torno a un peculiar entendimiento del mundo; es decir, pecaron de empatía ingenua o de otro tipo pero no de exageración. En muchos sentidos, se quedaron cortos.

Es dable pensar una peculiaridad regional como lo hace José Tamayo, atendiendo no solo al carácter multicultural del territorio andino, sino, además, a su estructura ecológica diversificada, la alta concentración de comunidades campesinas de origen quechua, la subsistencia del sistema de hacienda señorial hasta los años 70, el significativo bilingüismo castellano-quechua de la población regional. Puede convenirse en que esta peculiaridad tiene que haber incidido en materia de oportunidad, contenidos e incluso sostenimiento de las manifestaciones indigenistas en Cuzco; sin embargo, no es posible negar influencias decisivas tales como la Revolución Mexicana que tuvo inicio el 20 de noviembre de 1910, y se aparejó con un marco ideológico de cuestionamiento al positivismo suscitado desde principios de siglo. Tampoco puede minimizarse la reflexión político social que sobre el indio y lo indígena en el Perú plasmaron intelectuales nacionales como Manuel Gonzales Prada, Dora Mayer, Hildebrando Castro, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, cuya influencia en los pensadores cuzqueños de la época difícilmente podría ser negada. Consiguientemente, habría que concluir puntualizando la necesidad de evitar razonamientos paralógicos y de no ceder a sentimientos que por exacerbados llevan a perder perspectiva.

El indigenismo altiplánico según Tamayo

En cuanto al indigenismo puneño, Tamayo hace un tratamiento de dos en uno, es decir, reúne la historia social y la historia del indigenismo en un solo volumen, advirtiéndose un esfuerzo más apurado que no impide una apreciable labor de artesano, sin duda complementario al más logrado estudio sobre la región de Cuzco, pero con una atención algo más pertinente a la realidad geográfica. Aquí se insiste en el asunto de las “hondas raíces de una misma mentalidad andina” (1982: 17) que remite más a la conjunción de lo inconsciente y lo intencional, de lo estructural y lo coyuntural, de lo marginal y lo general, que se supone podría revelar el contenido impersonal del pensamiento de los hombres de una sociedad dada. Las limitaciones teóricas de esta opción, van a llevar no pocas veces a que Tamayo acuda a la noción ideología (1982: 21, 40) y es en mérito a esta adecuación sobre la marcha que consigue centrar su análisis en la hegemonía de la clase terrateniente, durante más de tres siglos, y las sublevaciones indígenas por la tierra.

Acierta una vez más nuestro historiador en su esfuerzo de periodización que permite distinguir desde el auge minero, el ciclo lanero, la hegemonía comercial arequipeña, la penetración imperialista, la modernización tecnológica de la ganadería y la modernización compulsiva. Vendrán seguramente otros criterios de periodización, pero aquí se halla el necesario punto de apoyo para la acumulación de la masa crítica que toda ciencia requiere.

Hay muchísimo que cosechar en los campos sembrados por José Tamayo Herrera. Me enorgullezco de haber vivido lo necesario para conocerlo con alguna cercanía y le rindo mi homenaje.

Referencias
Tamayo Herrera, José:
1982     Historia Social e indigenismo en el altiplano. Ediciones Treintaitres, Lumen, Lima.
1980     Historia del indigenismo cuzqueño. Siglos XVI-XX. INC, Lima.
1978     Historia del Cuzco Republicano. Edit. Industrial, Lima.



José Armando Tamayo Herrera (Cuzco, 5 de diciembre de 1936). Historiador, escritor y profesor universitario peruano. Ha desarrollado la historia regional, de las ideas y del arte, aplicando novedosos métodos de registro y análisis en el campo de la investigación histórica de su tiempo. Ha sido dos veces director de la Biblioteca Nacional del Perú. Fue incorporado a la Academia Nacional de la Historia en el 2010.


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