domingo, 17 de junio de 2018

Acercar la Literatura Universal al Público Joven

Alejandro Herrera Villagra*



Acercar la Literatura Universal al Público Joven
o cómo se hace la selección de una obra clásica


¿Es válido tomar una OBRA CLÁSICA adaptarla, antologarla o resumirla para lectores que no están preparados para comprender textos filológicamente complejos, históricamente difíciles y culturalmente lejanos? Pongamos por caso La Ilíada o La Odisea. En principio, desde luego, la respuesta es: “Sí, correcto”. Millones de libros para estudiantes han sido publicados en el mundo entero para difundir entre los más más jóvenes la Gran Literatura. Las obras de Homero (ca. VIII aC) fueron escritas en lengua griega antigua, en otro sistema sígnico alfabético, aún un tanto distinto al que conocemos nosotros, en un formato antiguo (rollo de papiro), en una cultura distinta a la nuestra y desde luego en un contexto histórico muy diferente al contemporáneo. ¿Podría un joven que está formando su gusto por la literatura, que aún no posee habilidades analíticas o interpretativas desarrolladas, leer comprensivamente estas obras? Es un asunto que en el sistema de educación internacional es materia de debates actuales y preocupación y ocupación de varios académicos, educadores y editores.


Segundo ejemplo. Una de las obras clásicas para la cultura española, formadora de su identidad hispánica es, como asimismo en teoría lo es Comentarios Reales de los Incas para los cuzqueños, el Cantar del Mío Cid (ca. 1200). Hace algunas décadas atrás se hacía leer esta obra resumida (no completa) en nuestros colegios pero manteniendo el lenguaje arcaico, un castellano antiguo, diferente del nuestro. Sabemos perfectamente que dos cosas ocurrieron con aquellos lectores: i) no aprendieron mucho, o no aprendieron nada y ii) no lograron desarrollar un gusto por la literatura. ¿Fue pedagógica, enriquecedora, beneficiosa esta “metodología de enseñanza”? Juzgue el lector.


Tercer ejemplo interesante: las cartas de negociación que Titu Cusi Yupanqui, Sapa Inca legítimo de Vilcabamba, le envió al Rey Felipe II entre 1559 y 1570. Hay varias ediciones que podemos consultar como la de Horacio Urteaga (1919), de Luis Millones (1985), o de Liliana Regalado de Hurtado (1992). En efecto, conocemos esas cartas gracias al nunca olvidado Edmundo Guillén Guillén (1976-77) y a los editores mencionados. Pues bien: léanse estas piezas históricas y preguntémonos con sinceridad si resultan fácilmente comprensibles estos textos en términos de trama, discurso, pertenencía cultural, contexto histórico, lenguaje e ideología. La respuesta no puede ser otra… juzgue usted mismo.

Ser ciudadanos de una metrópolis considerada capital arqueológica de Sudamérica ¿no nos obliga a vivir una vida culta, educada, justamente elevada intelectual y espiritualmente, conocedores de nuestras tradiciones, identidades e historias? No es solamente tema de interpretaciones históricas, es también asunto de identidades culturales.

Las obras clásicas no son bloques de andesita o mármol; duras al contacto, frías a la piel, o impenetrables en su contenido interno. Las obras clásicas deben ser leídas indudablemente por las personas que se están educando hoy. Por lo tanto, estas obras universales deben ser acercadas al gran público de una manera pedagógica y didáctica. Es un asunto de Política Educativa oficial. Por su parte, distinto es formarse y especializarse en filología, lingüística o literatura, así como en arqueología, historia cultural, o antropología, a leer este tipo de obras con solo el bagaje que vamos ganado por la vida, si es que realmente nos interesa la cultura. La lectura es una bella y útil habilidad que se cultiva con el tiempo. La educación mundial coincide en que el sujeto aprendiz debe avanzar poco a poco, de un grado a otro de complejidad, explorando distintas literaturas, advirtiendo estilos, géneros, estéticas y corrientes, hasta llegar a un grado en que la persona en formación puede disfrutar cualquier expresión escrita porque formó en su hábito cultural una COMPETENCIA LECTORA que le facilita la comprensión de cualquier obra escrita en su lengua materna o traducida desde el griego, el español antiguo, o el inglés, o la que fuere.


Traducir una obra significa ingresar en su semiosfera, decodificarla culturalmente, hacer semejantes los términos, los hechos, las cualidades psicológicas de los personajes, o sea hacer «com-pren-sible» un cosmos cultural. Traducir (del latín traductĭo) aclara sociológica e históricamente los hechos y acontecimientos, etc. Umberto Eco, con todo, advirtió que “traducir es traicionar”, una fórmula que nos pone en guardia antropológica cuando asumimos responsabilidades editoriales y educativas. “Seleccionar”, “antologar” o simplemente “resumir” significa acercar todas estas operaciones complejas, de carácter semióticas, para que un niño o joven logre captar la esencia de una obra, sea ésta el Quijote (a propósito, relaciónese esta reflexión con la obra del gran Demetrio Yupanqui que en 2005 lo tradujo del castellano al quechua), el Principito, o los Ríos Profundos. Es decir: para que el aprendizaje de lector lego se sostenga en un soporte cognitivamente sólido. Recordemos que los niños, jóvenes y adultos aprendemos desde lo más simple a lo más complejo; en este sentido, hasta el comic o el vídeo resultan herramientas pedagógicas valiosas y fascinantes.

Defendemos este tipo de libros de selección porque son útiles cuando han sido bien hechos, y volvemos a insistir en que estas piezas literarias o históricas para la enseñanza no pretenden ni pueden sustituir la lectura completa. Nada mejor que las obras completas. Pero ¿nos arriesgamos a que nadie las lea? ¿O a resúmenes que se destilan en la basura que flota en Internet? ¿O empleamos estrategias mundialmente aceptadas para volver a construir un sistema de enseñanza acorde a nuestros tiempos?

Confundir la pertenencia de una obra clásica con chovinismo xenófobo, celopatía cultural o vulgar nacionalismo –que es lo que estamos viendo en este ‘debate’ entre defensores de la cultura y militantes de la baja política–, es un error que UNESCO debiera anotar en su política educativa y científica mundial dado que nuestra Ciudad Sagrada es Patrimonio de la Humanidad.

En la Ciudad del Cuzco, a 18 de junio de 2018.

*Alejandro Herrera Villagra (Santiago de Chile 1973). Doctor en Historia con mención en etnohistoria Andina, Universidad de Chile. Licenciado en Antropología Social, Universidad Bolivariana. Magister en Historia con mención en etnohistoria Novohispana, Universidad de Chile. Licenciado en Educación, Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez. Ejerce docencia en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. 

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