Escrito por Luis Negrón Alonso
Por ser este trabajo una aproximación rápida a la temática indicada en el epígrafe, no hago sino esbozar ideas iniciales, a guisa de exploración, en tanto su estudio requiere de mayor atención y asiduidad para lograr un pleno entendimiento.
La actividad lúdica, es decir, ese ejercicio recreativo donde se gana y se pierde en broma, no es una diligencia circunscrita a la acción humana, sino que también constituye un atributo de los seres sagrados que gobiernan la cosmovisión del hombre. Al par que a las personas, también se les adjudica a los entes deificados una serie de tareas que les permiten escapar a su estado de inacción y veneración permanente. Los seres divinos son omnipotentes y omnipresentes y tienen un correlato humano trascendente, cuanto su comportamiento se homologa al que es típico de la existencia mortal.
Es harto conocido, que cada pueblo: sea grande, sea pequeño o el más apartado villorrio de nuestro país –especialmente de la serranía– ha designado desde tiempo inmemorial a una virgen o santo, como su Patrona o Patrón, a quienes los pobladores deben respeto y devoción, que se concreta celebrándolos, en fecha fija del calendario; antes de cuya conmemoración el vecindario reconoce o designa con anticipación al encargado o responsables de promover la festividad, llamados “karguyoq”, “alferes”, o “mayordomo”. Es obligación de estos personajes planificar todos los eventos a ejecutar, buscando la colaboración de sus parientes y vecindario en general; pues hay que prever desde la celebración oportuna de la novena, las vísperas, procesión de la o las imágenes el día central, así como el agasajo a los participantes comprometidos en la organización de la fiesta y otras personas que tienen calidad de invitados.
El asunto:
El día 6 de agosto de cada año, se celebra en la ciudad de Sicuani (Canchis-Cusco), y específicamente en los barrios de San Roque, Rosaspata, y San Salvador, la fiesta de «Los Niños de San Salvador».
Para el servicio de aquellos barrios existe una pequeña capilla –varias veces edificada– dedicada a ellos, el mayor de los niños lleva el nombre de Pastor, mientras que el menor es llamado Modesto. Debo señalar que hay duda sobre sus nombres.
Este par de niños son considerados buenos y muy milagrosos, y contradictoriamente malos y vengativos. Así mismo, se les califica como sumamente bromistas, palomillas y peleadores entre sí, a más de coprolálicos.
La presencia y existencia de estos Niños se explica míticamente, y perviven –aunque tenuemente– algunas versiones orales sobre el origen de los mismos.
Manifiestan algunos de los actuales vecinos; que estos Niños con frecuencia se escapan de sus altares y se dirigen a un lugar aledaño que se nombra “Taruka”, donde se dedican a jugar hasta muy entrada la tarde, con bolitas de cristal, canicas o “ch’uchos” y que “varios los vieron” en esa práctica.
Otros dan la versión, que ellos desaparecen de la capilla y se dirigen hacia el cerro que está en la parte inmediatamente posterior a su adoratorio, para dedicarse a jugar con trompos.
La evidencia para estas afirmaciones, radica en que “…una tarde…”(?) encontraron a los Niños parados en sus urnas, pero, “tenían los pies sucios, señal de que se habían evadido a jugar”.
Los hechos
Bajo estas consideraciones, «Los Niños de San Salvador», son celebrados con renovada pompa, es así que –los días 5 y 6 de agosto de 1992– observé que los encargados de la festividad, las víspera mandaron concelebrar una misa de fiesta, a cargo de las más altas autoridades eclesiásticas de la Prelatura, cuya homilía estuvo dedicada a la familia y especialmente al cuidado que se debe prodigar a los niños como una obligación no sólo de ésta, sino de toda la sociedad.
Referían algunos de los presentes, que el incumplimiento de las promesas formuladas a ellos, trae como consecuencia inevitable el castigo de los mismos, y su cumplimiento la recompensa; es así que muchas personas han logrado sus deseos y otras han sufrido contratiempos o accidentes, con deterioro de su integridad física; por ejemplo, manifestó una persona:
Inmediatamente después de la misa, se procedió a la quema del “qhapu”, que son haces de hierba seca, los cuales son acumulados -en el cerro- y traídos por los jóvenes, como parte de una misión impuesta por la costumbre. Esta situación me invita a aventurar una pregunta: ¿Tiene alguna relación la quema del “qhapu” con los ritos a la “Pachamama”, considerando que el mes de agosto es sagrado para el mundo andino –como iniciación de un nuevo año– y la niñez que representan los íconos?. No tengo aún la respuesta.
“…esta mañana dije: yo no hago los ponches para esta noche, y de un momento a otro me he golpeado el costado y hundido una costilla. Entonces me acordé, que no hay que incumplir con los Niños”.
Seguidamente, encendieron los “juegos artificiales” (Negrón: 1992) en dos tandas; los cuales tenían formas geométricas (conos, circunferencias, cilindros), humanas y animales. Todo ello amenizado por una banda de músicos, más conocidos como “qhaperos”, que interpretaron la consabida “diana”, valses, huaynos y pasodobles españoles. Un potente equipo de amplificación era la contrapartida de los músicos poblanos, que en algún momento provocó en ellos una reacción de contrapunto. Competencia desigual y desleal.
En el ínterin, los niños se dedicaron a jugar, los jóvenes a pasear y lograr encontrarse con sus contrapartes; el resto de la concurrencia en la plazuela y calles aledañas, conversaban animadamente y bebían ponches calientes hechos de almendra (color blanco) y guinda (color rojo); uno y otro incorporados con su “cojudito” o copa de licor, para darles más sabor y consistencia. Los divinos Niños, antes del inicio de los actos profanos de las vísperas, en su honor, fueron conducidos en sus andas al interior de su capilla.
Los Niños, tienen una estatura entre 0.75 y 0.80 cm., y estaban ataviados con vestimenta de sacerdotes católicos; vale decir, con ornamentos sacros, que comprendían el alba, cíngulo, casulla, estola, y el bonete. Manifiestan que después de la festividad el nuevo encargado de organizar la futura fiesta, recibe bajo inventario, los más de 300 vestidos de la misma forma, pero de diferentes colores y motivos.
Lo que resalto de los Niños, es que cada uno porta en su mano izquierda un conjunto de trompos de pequeño tamaño y delicada factura. Otro detalle es que de sus mismos brazos penden sendas bolsitas que contienen bolitas de cristal, “ch’uchos”, “jepete o allpis”, que son instrumentos del juego de tiros o canicas (Sánchez y Negrón: 1975).
Es precisamente la ocasión de su fiesta la que promueve en los devotos, la necesidad de obsequiarles los juguetes mencionados.
Merece recordar, que actos similares se observan en nuestra ciudad –Cuzco– con el Niño Manuelito de la iglesia de La Merced, a quien le proveen de juguetes durante todo el año y especialmente en Navidad.
Los divinos niños también juegan |
En esta oportunidad, la procesión no tuvo sino escasa presencia de feligreses. Es más, desde el año anterior a mi observación (1991), la imagen del Señor de Pampacucho, llegaba el día 5 para pernoctar en la iglesia de los divinos Niños, innovación que varió el recorrido original de la procesión y el desplazamiento de ellos, pues por ser anfitriones debían acompañar a su invitado. Este hecho motivó la disculpa de los vecinos, en el sentido de “…ni siquiera vamos a la fiesta del Señor de Pampacucho, porque es muy lejos”.
Breve análisis:
Con lo sinóptico de los antecedentes consignados, temerariamente es posible decir que, conforme a la ideología timética o estimativa del hombre andino, los dioses y los personajes sacros, realizan las mismas actividades que los humanos, y requieren de una constante renovación de su atuendo, mucho más en día de fiesta y en este caso además juguetes, para sentirse satisfechos, aunque su indumentaria no sea adecuada para los menesteres lúdicos, pero son símbolo de la sacralidad en el contexto de la religión católica.
Por otro lado, el faccionalismo presente entre los devotos, no hace sino confirmar el sentido de la dualidad organizacional de la sociedad andina, que es reforzada con una disculpa poco convincente, basada en la ubicación lejana de otro santuario, cuando como mar de fondo se encuentra la existente –aunque latente–rivalidad de la población sicuaneña, que está dividida entre los que moran en Wichaykalli (Barrio de los Niños) y Uraykalli (Barrio del Señor o Cristo de Pampacucho). Usando términos más genuinos estos espacios se denominan: Qowischa y Wallpascha. Tal partición se hace mucho más evidente durante la celebración del juego de la Ch’iwka (Valencia: 1973).
Asimismo, la primacía del hermano mayor sobre el menor nos encamina a pensar una manera de reforzamiento de la institución del Mayorazgo, traída por los españoles y cosechada del Derecho Romano; conociendo que en la estructura de la familia andina no hay preferencia para el hijo mayor en el sentido de derechos, sino de obligaciones.
Finalmente, si como expresan pocos informantes, antiguamente, los cargadores de uno u otro Niño se trababan en torneo de improperios al momentos de encontrarse, ello podría interpretarse como un fenómeno de catarsis grupal a efecto de disminuir la ansiedad y tensión, para luego restablecer el equilibrio emocional de los vecinos y promover, por intermediación de los Niños dioses, las relaciones de amistad y cooperación.
De la información a mano, es posible mencionar la existencia de datos que relatan este similar fenómeno en Inkillpata (provincia de Anta) y Ollantaytambo (provincia de Urubamba). Encontramos asimismo, una narración de actividad lúdica entre un niño indígena y otro blanco, en la falda del nevado de Qoyllorit’i (Flores: 1990).
Referencias:
Flores, Jorge (1990): Resistencia y continuidad. Edic. Andina, Cuzco.
Negrón Luis (1972): Los fuegos de artificio. Rev. Andes N° 1, UNSAAC, Cuzco.
Sánchez, Rodolfo y Negrón, Luis (1975): Ideología y juego (Mimeo.) INIDE, Lima.
Valencia, Abraham (1973): El juego de la Ch’iuka. Diario El Sol, Cuzco.
Artículo publicado en Andes Nº 2. Revista de Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias Sociales. UNSAAC. Cusco. 1995. pp. 190-95. Título original de la publicación: “Juego y sacralidad”.
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