jueves, 19 de mayo de 2011

Identidades, ancestros y dioses

Rodolfo Sánchez Garrafa

Hermanos:

Este escrito ha pasado varias veces por mi mente y hasta extravié un apunte que había hecho un tiempo atrás. Una de las razones por las que somos una familia es porque más allá de nuestra voluntad nos sentimos unidos por un origen común, denominado ordinariamente “vínculo de sangre”. Este lazo establece relaciones profundas entre las personas vivas de una familia, pero también con los muertos.

Cuando alguien muere, se reúne con los ancestros, en sentido real porque vuelve a la tierra y en sentido metafórico porque conforme a las creencias hay otro mundo en el que la vida continúa.

Los mayores, o mejor los ancianos, representan el nexo viviente con los ancestros, a ellos les está dada la sabiduría y, en esa medida, por su boca no hablan ellos en tanto personas sino en tanto representantes de los padres de sus padres y así hasta llegar al momento en que la divinidad les confirió la vida.

Don C.R.S.C. dejó escrito lo que podríamos llamar su testamento o testimonio de vida, con una mirada especialmente sabia sobre su trayecto mundano, donde nada de lo que es humano le era ya extraño. De ese modo pienso se explicaba y explicaba a quien quisiera saberlo “su humanidad”, paso importante para elevarse a una vida superior.

Decía nuestro padre: «Hemos llegado al final de este pequeño rosario de recuerdos y retrospecciones sentimentales, un trecho más en la vida del mirar al bello pasado, con añoranzas de volver a él, pero el tiempo es inexorable y duro diciéndonos: “adelante, es algo tarde para mirar atrás”, “tu camino está en dirección al poniente, tienes que caminar rápido”, miro por la ventana de mi escritorio, el cielo está límpido y azul con muy pocas nubes blancas, estamos en octubre, las plantas han comenzado a reverdecer, las flores nuevas asoman tímidamente sus pétalos para anunciar el verano, pero, hay algo que me preocupa, debía haber escrito esta pequeña y apretada historia de los Sánchez en abril, mes de alegría, cantos, juegos y nuevas visiones, y no en octubre, que me parece triste, nostálgico, cercano al mes del abrazo entre el pasado-presente y porvenir....» (Sánchez C., 1999: 287).

Desde entonces, estas palabras nublaron muchas veces mis ojos. Reponiéndome del golpe de los sentimientos, buscaba explicarme los pensamientos encriptados que podían anidar detrás de la poesía y creí, entre otras cosas, entender, por ejemplo, que abril era importante por haber sido el mes de su nacimiento biológico, quizá también como metáfora del inicio del año escolar, que nos hace volver al bullicio de los que vuelven “cual bandada de palomas”. También pensaba que octubre, por coincidencia, era el mes en que terminaba sus recuentos ya muy cerca de arrancar las últimas hojas del calendario anual. Sin embargo, siempre estuve convencido que, como el lector de los signos hieráticos, habría de requerir mi propia piedra Roseta para volver a hilvanar aquel tejido de reflexiones.

Un día, avanzando una obra que tengo inconclusa, me encontré con un texto de mucho sentido. El cronista Martín de Murúa [1611] registra como suceso admirable que los indios contaban de Sayri Túpaq Inka una historia que protagonizó con la intervención de un viejo hechicero. La historia refiere el poder de una flor que sólo conoce un pequeño picaflor. Viene al caso transcribir, un breve párrafo:  «En esto se entretuvieron aquel día, hasta que la tenebrosa noche sobrevino, y otro día, llegada la hora conveniente para dicho efecto; el viejo Auca Cusi se fue a la quebrada y asiento de Sapi, que es por Huaca Pongo arriba, por donde entra el río a la ciudad, donde halló un pajarillo llamado entre estos indios quinte, y por otro nombre causarca, que quiere decir revivido, y es como un abejón, el pico luengo y delgado, tiene muy linda pluma de diversos colores, que al sol hace diferente viso que a la sombra y entre colores: Muere o duerme, según fingen los antiguos, por octubre, en lugar abrigado, asido de una flor blanca y pequeña, de mucha virtud, y dicen que resucita por abril, y por esto le llaman causarca y quinte, por la variedad de los colores y plumas» (Murúa, 2001: 328).

Como sabemos, don Celso Rodolfo nos dejó a las puertas de Octubre y el día en que descansó en un lugar abrigado se nubló el cielo y lluvió. Creo que los antiguos no fingían ni fingen, creo que nuestro padre duerme, como duermen todos nuestros ancestros, y es seguro que un día de abril resucitó como lo hacen los q’entes míticos, a quienes sabiamente los inkas llamaban kawsarqa. Por eso anhelo que un abril de los que vienen podamos dejar una flor blanca en el lugar que ustedes visitan de domingo en domingo, también quisiera que podamos ese día liberar un pequeño picaflor que pueda perderse por las alturas de Karmenqa o los recodos de Saphi. Entre tanto, aún miro el oriente con esperanza y veo que nuestra tribu crece.

Lima, diciembre 09 del 2001.
Foto colibrí: Luis Torres Tarazona/Panoramio. 

Sánchez Castañeda, Rodolfo: Los Sánchez de Pamparaqay. En Libro de Oro de Pamparaqay de Sánchez y Moreyra (Editores). Imprenta Yáñez, Cuzco 1999.

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