Son muchos estudiosos los que a la fecha se han ocupado sobre la vida del renombrado retablista ayacuchano don Jesús Urbano Rojas e, incluso, él mismo, contando con la participación del historiador Pablo Macera, escribió hace ya 19 años un libro con información relativa a gran parte de su vida.
El libro aquel lleva el título de “Santero y caminante”, aludiendo a la actividad artesanal de Jesús Urbano y a su vida llena de intensos trajines por los pueblos ayacuchanos y, en general, por el mundo andino peruano. Aquí encontramos condensada la tradición oral popular ayacuchana, mediante un relato provocado sobre la producción cultural andina guardada en la memoria de este singular personaje. El hilo narrativo nos lleva de la vida campesina al taller artesanal de la ciudad en el que Jesús Urbano aprenderá el oficio, pasando luego a examinar con detalle las relaciones entre ambos medios, ora bajo las condiciones pre-mercantiles y ora bajo las inexorables reglas del mercado.
Marianne Blanco ha dicho que el mérito de Jesús Urbano “(…) no solo se limita a sus aportes al arte del retablo, que son muchos y muy importantes”, sino que “Su grandeza tiene mucho que ver con el aspecto personal de su vida” (El Comercio, Lima 13-05-2007). Tiene mucha razón la articulista, pues toda expresión artística y toda invención tecnológica están íntimamente vinculadas a la experiencia vital de sus protagonistas.
Jesús Urbano nació en Huanta-Ayacucho (Socoscocha Chico) el 11 de noviembre de 1925). Sus padres eran campesinos, pero él anhelaba otros quehaceres por lo que decidió tentar suerte en la ciudad de Huamanga. Después de muchas penurias conoció un día al maestro Joaquín López Antay, lo cual sería un hecho por demás afortunado, pues habiéndose hecho aprendiz en su taller, pudo al cabo de varios años recibir muchos de sus secretos sobre el arte de elaborar retablos. Más tarde, se ubicó como “santero” en el jirón Cangallo y posteriormente en el jirón Londres de Huamanga donde siguió confeccionando los tradicionales baúles o cajones de San Marcos; pero al cabo de un tiempo, empezó a explorar por él mismo otras posibilidades de expresión artística, nutriéndose para ello de la experiencia acumulada en sus recorridos por incontables pueblos y aldeas de los Andes. Las fiestas populares, las danzas, las ceremonias agrícolas y pastoriles, las creencias, mitos transmitidos de generación en generación y el entorno natural en general del mundo andino, pasaron a constituir el motivo central de las obras de Urbano.
En el quehacer artesanal, don Jesús no se limitó a reproducir lo establecido, sino que su ansia por conocer la sabiduría del pueblo era insaciable. Una socialización profundamente enculturada le hizo partícipe de una manera particular de entender la historicidad y de explicarse el mundo. Entendió así las relaciones de un mundo animado e interactuante en el que todos los seres están vinculados por relaciones de parentesco y son capaces de expresarse a la manera humana.
Como artesano destacó por su genialidad artística y su capacidad innovadora. Introdujo nuevos personajes, aunque siempre relacionados con la tradición campesina, llevó el retablo de los predios exclusivamente religiosos al ámbito de la temática secular, lo cual conlleva también una transformación simbólica, pero quizá lo que realmente hizo fue devolverle al hombre andino la libertad de expresar su visión integral del mundo. Sus trabajos, dejan de tener una función litúrgica para situarse en la esfera decididamente estética por un lado, y en la de recurso de la memoria por otro. Del lado tecnológico, destaca su contribución en la introducción de nuevos materiales –como la pasta de papa sancochada y yeso empleados para modelar los personajes y decorar los retablos‒, así como en la aplicación de nuevos colorantes para dar mayor brillo y permanencia a sus imágenes. Vemos pues que don Jesús Urbano ha llevado su inconformidad creativa no sólo a darle un nuevo sentido al arte sino que ello forma parte de su esfuerzo por labrarse una vida propia dentro de los límites culturales del libre albedrío.
Los momentos culminantes de su hoja de vida son de dominio público. En 1957 obtuvo el premio en la Exposición Ferial de Artes Populares de Ayacucho, en 1964 se adjudica el Primer Premio Latinoamericano en Chile; ese mismo año consigue el Primer Premio en el Festival Mundial de Artesanía en Japón; en 1968 se hace acreedor al Premio Mundial de Artesanía en Los Ángeles-EE.UU. Otras distinciones que ostenta son: la condecoración con la Orden del Sol en el grado de Caballero por el Gobierno del Perú en 1964; el Premio Nacional en el grado de Gran Maestro de la Artesanía Peruana en 1990; el doctorado honoris causa por la Universidad Mayor de San Marcos y la declaración como Patrimonio Cultural Vivo por el Instituto Nacional de Cultura del Perú en el 2006.
La vida de Jesús Urbano, pese a su condición de personaje agraciado por la fama, y ahora establecido en Chaclacayo-Lima, está lejos de haber sido estudiada en sus múltiples facetas. Hay mucho por conocer de los ecos de su pasado y de las ventanas que tiene abiertas en dirección al futuro. Quien se anime a recoger de sus labios y de su corazón las memorias que aún guarda ocultas, habrá de capturar tanto el perfil cotidiano de su vida pasada y actual, cuanto los rasgos sociales y personales que son significativos en lo que este protagonista tiene de auténticamente humano. Es explicable que una comprensión integral de la obra de Urbano debe tomar en cuenta “el contexto en el que ésta fue concebida y las motivaciones que influyeron para su cristalización”.
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